14 Outubro 2016
"Mientras, en Haití, después de la tormenta sobrevino la alerta por los brotes de cólera que podrían ampliar aún más la cantidad de víctimas, tal como sucedió luego del terremoto de 2010", escribe Gisela Brito, socióloga, em artículo publicado por Alainet, 12-10-2016.
Vea el artículo abajo.
En los últimos días Haití fue noticia por el paso devastador del huracán Matthew y la suspensión indefinida de las elecciones presidenciales que debían celebrarse el domingo 9. Estos comicios están pendientes de celebración desde octubre de 2015, cuando fueron anulados en segunda vuelta por denuncias de irregularidades y la escalada de tensión política en las calles. El gobierno sigue en manos del Jocelerme Privert, presidente interino electo por la Asamblea Nacional para llenar el vacío de poder tras la finalización del mandato de Michel Martelly, último presidente apadrinado por la «comunidad internacional» que llegó al poder en el controvertido proceso electoral de 2010-2011.
El último dato oficial de víctimas por el efecto del huracán -combinado con la inexistencia de infraestructura adecuada- es de 372 muertos, 4 desaparecidos y 246 heridos, aunque circulan por la prensa internacional cifras que hablan de 800, 900 o hasta «más de 1000» muertos. La precisión no es nada, los muertos de Haití se cuentan de a cientos con una liviandad inusitada. Como si sólo de cifras se tratase, y no de seres humanos, el día después del paso del huracán la noticia en CNN internacional y cadenas afines no fue el impacto destructor en Haití sino la espera sensacionalista de la llegada de Matthew a Florida.
Mientras, en Haití, después de la tormenta sobrevino la alerta por los brotes de cólera que podrían ampliar aún más la cantidad de víctimas, tal como sucedió luego del terremoto de 2010. Una semana después, CNN en español anunció que sí iría a cubrir la devastación de Matthew con un mensaje elocuente a sus televidentes: “solidarízate con este pueblo hermano que parece destinado a sufrir”[1]. ¿Por qué está Haití destinado a sufrir? En la relación de esta pequeña isla del Caribe con la llamada «comunidad internacional» es posible hallar algunas respuestas.
I
Hay un hecho en la historia contemporánea muy poco estudiado y demasiado silenciado que es fundamental para entender la historia y el presente haitiano. Entre 1791 y 1804 se desarrolló en la isla antillana un proceso revolucionario que culminó con la declaración de la independencia de Francia y el establecimiento de la primera república negra libre.
La Revolución de Haití cometió la osadía de marcar con su irrupción un desgarramiento irresoluble en la construcción de la modernidad encarnada en la Revolución Francesa. ¿Por qué? Porque desafió abiertamente las pretensiones universalistas de igualdad y libertad plasmadas en la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 [2]. La gran paradoja fue que los afroamericanos de Haití se apropiaron de ese universalismo y con ese acto quedó en evidencia el carácter ideológico eurocéntrico de la Revolución Francesa, pues los derechos que este documento promulgaba no contemplaban a los esclavos. Su pretendido universalismo era a todas luces sólo un particularismo, el que correspondía a los intereses del sector hegemónico, y que justamente por eso –por ser el hegemónico- podía aparecer presentado como universal.
Se trata de la puesta al desnudo de la contradicción entre la construcción de las ideas de igualdad y libertad basadas en la revolución burguesa europea y la lógica de la esclavitud y la explotación colonial, que permitían sostener -en términos económicos- a las metrópolis europeas. Y es que a menudo se olvida que la esclavitud fue un pilar imprescindible en el desarrollo y expansión del capitalismo moderno. Sin ella el comercio triangular (Europa-África-América) que está en el origen del sistema-mundo no hubiera sido posible. En otras palabras, la Revolución de Haití hizo evidente la contradicción entre el entramado filosófico político de la modernidad que propugna la libertad individual, la igualdad universal y la fraternidad humana, y la base material económica sustentada por la esclavitud y el racismo que la legitima.
Allí posiblemente se encuentre la raíz del silenciamiento escandaloso de la Revolución de Haití que se mantuvo durante siglos en la historia oficial internacional. A pesar de que tuvo una gran influencia en el pensamiento de la época[3], las categorías sociológicas clásicas, las eurocéntricas, eran –y siguen siendo- insuficientes para dar cuenta de su complejidad. De ahí que no sólo se trató de una revolución política -la única revolución de esclavos victoriosa en la historia de la humanidad- sino también de una revolución conceptual que hizo estallar por los aires las categorías existentes. Proporcional fue la brutalidad de la represión posterior. La afrenta le costó demasiado cara a Haití. A partir de allí, la «comunidad internacional» mantiene al país atrapado en una espiral de colonialismo y expolio que sigue marcando su historia, siempre en nombre de buenas intenciones variables a lo largo del tiempo, las más recientes la «ayuda humanitaria», la «reconstrucción» y la «democracia».
II
Tal fue la condena al olvido de la revolución de Haití, y de Haití mismo, que en las conmemoraciones del bicentenario de las revoluciones de independencia en América Latina, celebrado con pompas por gobiernos de distintos signos políticos, no hubo (a excepción de Cuba y Venezuela) alusión alguna a aquella primera y radical revolución que inauguró el proceso emancipatorio en la región. No sólo eso, sino que ya en pleno siglo XXI la historia de Haití sigue marcada por la intervención militar y la devastación económica. En 2004, Jean-Bertrand Aristide, primer presidente elegido democráticamente, fue derrocado ante el silencio cómplice de la «comunidad internacional» liderada por EEUU, Francia y Canadá[4]. El golpe se produjo justamente meses antes de cumplirse el bicentenario haitiano, y poco tiempo después de que el mandatario anunciara que Haití exigiría una reparación histórica a Francia. Desde entonces el país está intervenido por la ONU (Organización de Naciones Unidas) mediante la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas para Haití (Minustah).
Luego del terremoto de 2010, la Minustah, las ONG’S y una minúscula pero poderosa élite local gobiernan el país. Las consecuencias no pueden ser peores para la mayoría de la población. La debilidad institucional y los intereses predatorios se conjugan para dar lugar a un millonario negocio que florece día a día desviando fondos destinados a ayuda humanitaria y reconstrucción ante el encubridor mutismo de la «comunidad internacional». Hasta el propio delegado de la OEA para Haití denunció la oenegización del país y su entramado de corrupción que desvía los fondos hacia negocios privados[5]. En 2015 se conoció una investigación que revela que la Cruz Roja recibió en 2011 500 millones de dólares para un proyecto de vivienda con los que construyó hasta ahora un total de 6 casas[6]. Otro ejemplo es el ritmo exponencial de crecimiento de la construcción de hoteles de lujo (NH, Marriot, y al menos otros 10 resorts) mientras cientos de miles de personas aún viven en campamentos y sin acceso a agua potable.
En ese contexto cobra sentido la disparidad entre las cifras oficiales de víctimas del huracán Matthew y las difundidas por grandes conglomerados de medios internacionales. El actual ministro del interior François Anick Joseph lo denunció con una frase lapidaria: «ellos (las ONG’s y la cooperación internacional) quieren mostrar que la situación es más grave para recaudar fondos»[7]. Fondos que como viene sucediendo desde hace años no se destinan a ayuda humanitaria sino a inflar los bolsillos de un «capitalismo del desastre»[8] que revuelve las ruinas de un Estado débil para convertir una supuesta «ayuda internacional» en un negocio construido sobre la base de la catástrofe humanitaria.
Conocida en el siglo XVIII como la «perla del Caribe» por su aporte decisivo a la expansión económica de Francia, Haití seguirá siendo la herida abierta de América Latina mientras continúe intervenida por una «comunidad internacional» que hace décadas no es otra cosa que un eufemismo para legitimar prácticas colonialistas y predatorias en países periféricos.
Notas
[1] Vea aquí.
[2] Sobre el tema es recomendable el ensayo de Eduardo Grüner (2010), La oscuridad y las sombras. Capitalismo, cultura y revolución, editado por Edhasa: Buenos Aires.
[3] Por ejemplo, Susan Buck Morss (2005) documenta la influencia del proceso revolucionario haitiano en el desarrollo de la célebre dialéctica del amo y el esclavo de Hegel, lector atento de los acontecimientos a los que accedía por la prensa de la época. Ver Hegel y Haití. La dialéctica amo-esclavo: una interpretación revolucionaria, Grupo Norma: Buenos Aires.
[4] Este fue el segundo golpe de Estado perpetrado contra Aristide, que ya había sido derrocado en 1991.
[5] García, J. La OEA denuncia que Haití ‘está en manos de las ONG’, entrevista a Ricardo Seitenfus, El Mundo, [4 de febrero 2010]. Vea aquí.
[6] Vea aquí.
[7] TeleSUR, Haití denuncia negocio humanitario de ONGs tras paso de Matthew, [08 de octubre de 2016]. Vea aquí.
[8] Naomi Klein llamó así a los negociados que se iniciaron ni bien la tierra dejó de temblar en Haití en 2010.
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Haití, herida abierta de América Latina - Instituto Humanitas Unisinos - IHU