28 Agosto 2018
Alrededor de las 8 a.m. en una fría y polvorienta mañana de domingo a mediados de enero, dos guardias de seguridad fuertemente armados se mantuvieron distantes, casi inaccesibles, en la puerta de la iglesia católica de St. Hilary en el barrio Jiddari Polo de Maiduguri, la ciudad más grande del noreste de Nigeria. Mientras los secos vientos Harmattan barrían la ciudad, la gente caminaba hacia la iglesia, con las manos levantadas para los guardias que estaban alertas para escuchar un pitido de advertencia mientras registraban a los feligreses con detectores manuales de metal.
El texto es de Linus Unah, publicado por Jesuitas África y reproducida por CPAL Social, 27-08-2018. La traducción es de Mauricio Jaramillo.
(Foto: Linus Unah)
Una vez que el coro comenzó a tocar el himno de entrada, dos lectores y seis jóvenes monaguillos ataviados con albas lechosas adornadas con cinturones con borlas caminaron en procesión desde la entrada principal en la parte posterior de la iglesia.
El sacerdote comenzó la Misa con la señal de la cruz y le dio la bienvenida a la gente. Su casulla verde, que representa la promesa de una nueva vida y esperanza, era perfecta para un día como este. El Año Nuevo todavía estaba fresco, y para cientos de los nigerianos que visitan esta iglesia todos los días, personas expulsadas de sus aldeas hacia la seguridad comparable de la ciudad, la esperanza es un bálsamo para sus heridas.
Los miembros del grupo miliciano islamista Boko Haram han diezmado sus comunidades y aldeas, dejando en su camino un rastro de sangre y escombros, junto con recuerdos y dificultades dolorosas. Desde que los milicianos comenzaron sus ataques en 2009, buscando establecer un califato islámico en el norte de Nigeria, han matado a unas 20.000 personas y han obligado a más de dos millones a huir de sus hogares.
Designado como grupo terrorista por los Estados Unidos en 2013, Boko Haram ganó prominencia internacional en abril de 2014, cuando sus milicianos secuestraron a 276 colegialas de sus dormitorios en Chibok, una ciudad predominantemente cristiana a unos 80 kilómetros de Maiduguri, la capital del estado de Borno. (Desde el secuestro, por lo menos 164 niñas han escapado o han sido liberadas por las autoridades).
Entre la congregación de St. Hilary este domingo se encuentra Rebecca Bitrus, cuya mirada desenfocada sugiere una historia de dolor, perseverancia y, finalmente, esperanza. La iglesia de St. Hilary, dice ella, es el único lugar donde ella puede liberarse de su dolor y renovar su fe en Dios.
Cuando milcianos atacaron su ciudad de Baga una noche de agosto de 2014, ella y su esposo, Zachariah Bitrus, trataron de escapar. Pero sus hijos redujeron la velocidad de sus pasos. Mientras los milicianos se aproximaban a ellos, la Sra. Bitrus, consciente de que Boko Haram estaba matando a la mayoría de los hombres y niños que capturaban, instó a su esposo a que la dejara a ella y a sus dos hijos y huyera.
El combatiente que había estado persiguiendo a su esposo pronto se dio por vencido y regresó a donde estaba ella con sus dos hijos: Zachariah, de 3 años, y su hermano, Jonathan, que entonces tenía solo un año y cuatro meses. Enfurecido por su desaparición, la golpeó con la base del rifle, y luego le tapó los ojos con una venda. Los milicianos la arrastraron a la fuerza durante dos días hasta que llegaron a una cabaña en algún lugar de un denso bosque.
Boko Haram tiene una historia de obligar a las mujeres cautivas a convertirse al Islam y convertirse en las esposas de sus combatientes.
"Me dijeron que tenía que renunciar a mi fe... o que me matarían, de manera que iría a ver al verdadero dios al que sirven, [y vería] que Jesús no es el Señor", recuerda la señora Bitrus.
Durante los dos años que estuvo en cautiverio, la Sra. Bitrus estuvo atrapada en la esclavitud: ella lavaba, cocinaba, traía agua de un arroyo cercano y limpiaba las habitaciones de los combatientes radicales. Ella suplicó permanecer en la esclavitud en lugar de casarse con un miliciano de Boko Haram.
Un combatiente se cansó de sus negativas y le arrancó a su hijo de sus brazos. Se pavoneó hacia un afluente cercano del lago Chad y arrojó a Jonathan al agua.
"Nunca volví a ver a mi hijo", dice la Sra. Bitrus, sin levantar la cabeza.
Ella se mantuvo fiel a su fe, pero el mismo combatiente amenazó con arrojar a su hijo superviviente, Zachariah, al mismo río. Esta vez, la señora Bitrus rápidamente consintió en casarse e incluso tomó lecciones de práctica y oración islámicas.
"Fue solo un medio de supervivencia", dice ella. "Incluso cuando Boko Haram usó armas para obligarnos a orar, por lo general recitaba el 'Ave María' y el 'Padre Nuestro' dentro de mí porque puse toda mi confianza en Dios y nunca iba a renunciar a mi fe".
Cada vez que el hombre con el que la obligaron a casarse intentaba tener relaciones sexuales con ella, recogía las heces de su hijo y se las frotaba por todo su propio cuerpo en un esfuerzo por repelerlo. Un día, él se cansó de su resistencia y la violó. Después de un año, ella le dio un hijo.
Su escape fue una sorpresa. Las fuerzas de seguridad nigerianas atacaron la guarida terrorista; y mientras huían los terroristas, la señora Bitrus se lanzó al monte con sus hijos. Caminó durante 28 días hasta que llegó a la frontera con la República de Níger. Se puso en contacto con las fuerzas de seguridad nigerianas, que la devolvieron a Maiduguri en septiembre de 2016.
De vuelta en Maiduguri, estaba preocupada de que su familia la rechazara. Pero eso no sucedió. "Mi familia y mis vecinos estaban gritando, regocijándose y abrazándome", dice con una sonrisa, antes de soltar una risa feliz. "Incluso el obispo de la Diócesis de Maiduguri me visitó y me consoló y me ofreció alojamiento".
Su esposo, Zachariah Bitrus, de 34 años, observa sin interrumpir mientras cuenta su dura experiencia. Después de tomar un profundo suspiro, él dice que a él "le costaba comer" cuando ella fue capturada.
Ahora que ella regresó, el Sr. Bitrus no puede ocultar su emoción: "Estoy agradecido con Dios y muy feliz de ver a mi hijo Zachariah y mi esposa nuevamente. Es por eso que siempre voy a misa, porque encuentro consuelo y felicidad allí".
El reverendo John Bakeni, el secretario de la Diócesis de Maiduguri, dice que la gente aquí ha demostrado "una fe que es poco común".
Inclinándose hacia adelante desde su asiento, explica: "Vivir a pesar de esta insurgencia incluso cuando era muy activa, incluso cuando la ciudad constantemente estaba bajo asedio y amenaza, en medio de explosiones y sonidos ensordecedores de explosiones de bombas y disparos, una cosa de las que fuimos testigos fue la resistencia/resiliencia y la valentía de nuestra gente. Ellos vienen a la iglesia por sus actividades, y [la violencia] nunca los detuvo".
Toda persona en la diócesis y casi todas las propiedades y edificios en ella, incluyendo sus iglesias, rectorías, hogares, empresas y escuelas, se han visto afectadas por la insurgencia de Boko Haram.
Según la Diócesis de Maiduguri, cerca de 100.000 feligreses, más de 200 catequistas, 30 monjas y 26 sacerdotes han sido desplazados por Boko Haram. Más de 350 iglesias y estaciones de misión han sido destruidas; 30 escuelas, 17 rectorías, seis hospitales y cuatro conventos han sido completamente arrasados.
"No hay duda de que la iglesia ha sufrido mucho en términos de persecución, en términos de destrucción de las estructuras físicas", dice el padre Bakeni, de 42 años, que también es administrador de la Catedral de San Patricio, también en Maiduguri. "Pero en medio de todas estas cosas, una cosa que permanece muy fuerte con nosotros y que consideramos providencial es el regalo de nuestra fe".
Cuando el reloj marcaba las 7 de la mañana del día de Año Nuevo, la bandera verde y blanca nigeriana ondeaba en las pantallas de televisión y el himno nacional se reproducía en el fondo. "Hemos ... derrotado a Boko Haram", proclamó el presidente Muhammadu Buhari, vestido con una túnica tradicional azul y un sombrero, hacia el final de su discurso de Año Nuevo.
El primer nigeriano en derrotar a un presidente de turno en una elección presidencial, el líder de 75 años llegó al poder en 2015, prometiendo aplastar al grupo miliciano. El ejército nigeriano, con la ayuda de civiles vigilantes, ha combinado fuerzas con los 8.700 miembros de la Fuerza de Tarea Conjunta Multinacional --que comprende las fuerzas de seguridad de los países vecinos Benín, Camerún, Chad y Níger-- en un esfuerzo por recuperar el territorio de Boko Haram.
Pero incluso ese esfuerzo no ha resultado en el fin del letal grupo. Se han reportado ataques esporádicos en comunidades remotas, y los terroristas suicidas continúan atacando los llamados blandos blancos. El 17 de enero, terroristas suicidas detonaron explosivos en un concurrido mercado abierto en Maiduguri, matando a 12 personas e hiriendo a 65.
El 19 de febrero, un grupo escindido de Boko Haram alineado con el Estado Islámico, secuestró a 110 estudiantes de un internado para niñas en Dapchi, una ciudad en el estado de Yobe, en el noreste del país. Después de las negociaciones con el gobierno, los jihadistas liberaron a casi todas las chicas el 21 de marzo.
(Foto: Linus Unah)
Incluso a medida que surgen nuevos grupos, Boko Haram sigue siendo una amenaza en toda la región del Lago Chad, que incluye el noreste de Nigeria. La BBC informó en enero que el grupo es "tan letal como siempre", citando un aumento en los ataques y asesinatos entre 2016 y 2017.
El estado de Borno, que limita con Camerún, Chad y Níger, es el más afectado por la violencia de Boko Haram, y Maiduguri fue una vez el epicentro de la insurgencia. Hoy, cuando decenas de miles de desplazados internos ingresan a la ciudad, su población se ha duplicado a dos millones, mientras los que huyen de la violencia buscan refugio en campamentos sobrepoblados y comunidades urbanas dispuestas a acoger familias desplazadas por la violencia.
A pesar de los esfuerzos realizados por el gobierno nigeriano y los socios internacionales, la crisis humanitaria en el noreste "sigue siendo grave", dice Samantha Newport, vocera nigeriana de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (O.C.H.A.) de la ONU.
En los tres estados más afectados --Borno, Adamawa y Yobe-- 7,7 millones de personas siguen teniendo una necesidad acuciante de asistencia humanitaria, y la mitad de ellos son niños, según O.C.H.A.
"Esta crisis es una crisis de protección en primer lugar y está estrechamente relacionada con la escasez de alimentos. Sin embargo, los civiles también continúan siendo los más afectados por un conflicto que ha provocado un desplazamiento forzado generalizado, y esperamos que en el horizonte se encuentre una solución pacífica", dice la Sra. Newport.
¿Ha sido derrotado Boko Haram como afirman las autoridades nigerianas? Una discusión reciente en el popular programa "Good Morning Nigeria" de la televisión estatal entre analistas de seguridad y el general de división Rogers Ibe Nicholas, el comandante de las operaciones de Nigeria contra los jihadistas, ofrece algunas pistas.
"Los insurgentes se han debilitado pero no han sido derrotados", reconoció el general de división Nicholas durante el programa del 22 de marzo.
La ascendencia de Msgr. Oliver Doeme como obispo de la Diócesis de Maiduguri se produjo en 2009, cuando la insurgencia comenzó a asentarse. No era el mejor momento para "pastorear un rebaño" en la parte norte de la mayoría musulmana del país, ya que los cristianos pronto se vieron gravemente amenazados por el terror de Boko Haram.
Desde que comenzó la insurgencia, el obispo Doeme ha ayudado a más de dos docenas de sacerdotes desplazados a continuar su ministerio en otras ciudades y pueblos cercanos. El obispo también paga las tasas de matrícula para docenas de niños afectados por la crisis. Ha estado visitando gran parte del norte del estado de Adamawa, donde más de una docena de comunidades han sido recapturadas por el ejército. Durante estas visitas pastorales, él predica la reconciliación, el perdón y la aceptación, y alienta a los miembros de la iglesia a nunca perder su fe ni su confianza en Dios.
La Sra. Bitrus y su familia viven en una propiedad proporcionada por el obispo de la Diócesis de Maiduguri. El campamento, en un edificio de una planta sin terminar que debía servir como secretaría de la diócesis, alberga a casi 100 feligreses desplazados. El obispo Doeme apoya al grupo a través de donaciones entre los católicos de todo Nigeria.
Todas las personas desplazadas tienen una historia similar y bastante triste: los disparos que rompieron la tranquilidad de sus comunidades, los gritos de las personas que fueron asesinadas, el huir a ciudades y pueblos más seguros con poca comida o agua, los niños que murieron de hambre a lo largo del camino y el sufrimiento que los envuelve cuando se despiertan todas las mañanas en Maiduguri.
Desde febrero de 2008, Mathew Biru había servido como catequista en la iglesia de San Pío en la ciudad de Baga, a casi 125 millas de Maiduguri. El Sr. Biru recuerda a Baga como una ciudad bulliciosa con grandes mercados y tres iglesias católicas que estaban "llenas de miembros".
El 3 de enero de 2015, los combatientes de Boko Haram allanaron la ciudad pesquera a orillas del lago Chad. Durante más de dos días, los milicianos radicales se dedicaron a una matanza que se extendió a la cercana aldea de Doron Baga e incendió miles de edificios. Cuando finalmente terminó la orgía de violencia, se calcula que habían matado unas 2.000 personas.
Cuando ocurrió la devastación, el Sr. Biru, padre de seis hijos, se escondió en su casa hasta el anochecer. Afortunadamente, él había trasladado a su familia a Maiduguri días antes del ataque. Al caer la noche, se fué cautelosamente por su patio trasero y escapó a un campo abierto. Después de pasar tres días en el monte, encontró el camino hacia Maiduguri. Se ha reunido con su familia y ahora trabaja como catequista en las afueras de la ciudad.
"Boko Haram prendió fuego a las tres iglesias católicas en Baga", dice Biru, de 47 años. "No estamos mejor que aquellos que murieron; es solo un milagro que hayamos sobrevivido. Esa es una razón más por la que tenemos que servir a Dios de todo corazón".
(Foto:Linus Unah)
Blessing James, quien huyó de Baga durante el ataque, ahora vive en la secretaría con sus nueve hijos y su esposo. "No tenemos dinero, no tenemos a dónde ir, no hay suficiente comida, ni trabajo, sencillamente nada", dice la señora James, de 32 años. "Pero tenemos a Dios y al obispo que nos alienta siempre y nos ayuda con lo que sea que tenga".
Viudo por la insurgencia en 2015, Ruth Albert viene a St. Hilary's a misa todos los días porque "es el único hogar donde me siento seguro". La señora Albert dice que su familia está "sufriendo mucho". La obligaron a trabajar fuera del hogar, en servicios de limpieza y lavandería, para poder criar sus seis hijos.
"[Mi esposo] siempre satisfacía todas nuestras necesidades y pagaba los aranceles escolares de nuestros hijos, pero ahora que ya no está, lucho por satisfacer las necesidades de mis hijos". La Sra. Albert baja la cabeza mientras habla y se cepilla la falda contra la cara para secarse las lágrimas.
El padre Bakeni entiende su dolor. "Hemos perdido casi todo", dice, "pero una cosa que nunca perdimos fue nuestra fe". Eso fue lo único que nos quedó, y eso fue lo único a lo que tuvimos que aferrarnos".
La gente sigue siendo fuerte. "No es más que fe, valentía y determinación para vivir el Evangelio; e incluso si eso significa dar nuestras propias vidas por ello, en algún momento estábamos listos", dice el padre Bakeni.
Él piensa que, después de todo, podría haber una conexión entre la pobreza y la constancia/resolución de las personas al servir a Dios. Cada vez que quiere hablar largo y tendido sobre este punto, el padre Bakeni se levanta de su asiento, energizado, con los brazos extendidos. "El sufrimiento lo llama a uno a reflexionar sobre la vida, a admirar y respetar algo que lo consuele, que lo consuele y lo solucione", dice él, aunque rápidamente agrega que el sufrimiento no es un sacramento.
El padre Bakeni cree que los africanos se inclinan fácilmente hacia Dios cuando están angustiados. Esto podría no ser "lógico" para un occidental, dice él, pero "si lo observas de cerca cuando la gente está muy cómoda, a veces la tendencia es que Dios no ocupa mucho espacio en sus propias vidas".
La iglesia en Maiduguri no ha sido la única en experimentar ataques con bombas durante la misa.
En la mañana de Navidad de 2011, los feligreses de la Iglesia Católica de Santa Teresa en Madalla, cerca de la capital nigeriana de Abuja, se desbordaron cuando una bomba explotó y mató a más de 30 personas. Antes del final del día, los ataques a otras iglesias en otras cuatro ciudades dejaron al menos 50 heridos y más de 10 muertos.
En 2012, hubo más explosiones en la Iglesia Católica de San Juan en el estado de Bauchi, en el noreste de Nigeria, y dos en el estado de Kaduna, al noroeste (Kings Catholic Church en Zaria y St. Rita's Catholic Church en Malali village). Unas 20 personas murieron en estos ataques y 140 resultaron heridas.
En los ataques de represalia que siguieron a los bombardeos en Kaduna, jóvenes cristianos furiosos sacaron a los musulmanes de sus automóviles y los mataron. Se temía que las represalias pudieran desencadenar un conflicto sectario generalizado. El padre Bakeni dice que tales ataques de represalia fueron "pocos" y agregó que con mayor frecuencia los cristianos "estaban en el extremo receptor" de las represalias.
El padre Bakeni dice que las iglesias fueron atacadas al comienzo de la insurgencia en gran parte debido a la ideología que impulsó la campaña. Boko Haram, que más o menos quiere decir "la educación occidental está prohibida" en el idioma Hausa, lanzó su campaña oponiéndose a la educación contemporánea en Nigeria.
Él dice que Boko Haram ve a los cristianos como "infieles" y conecta el cristianismo con el avance de la educación secular y la cultura occidental en Nigeria. "Boko Haram agrupó estas instituciones porque dicen que los misioneros [occidentales] trajeron la educación occidental", dice él. En una campaña centrada en la lucha contra los valores occidentales, los militantes perciben los ataques a escuelas e iglesias como legítimos, explica él.
Hasta el otoño pasado, el grupo radical islamista había destruido 1.400 escuelas, matando a más de 2.295 maestros y desplazando a 19.000 maestros.
La religión, al parecer, es útil como justificación para sus ataques. "Todo lo que se pelea bajo una bandera religiosa evoca emoción y simpatía, y de alguna manera le da credibilidad y justificación", dice el padre Bakeni. Él dice que la mayor parte del conflicto en el norte de Nigeria es "claramente un conflicto religioso" porque los lugares de culto a menudo son atacados y las personas son asesinadas o mutiladas por su religión.
Esto no ocurre solo entre los cristianos de la región. Los terroristas suicidas también detonaron bombas en mezquitas y atacaron a líderes musulmanes religiosos y tradicionales que desafiaron su campaña de terror. En noviembre de 2017, un ataque con bomba en una mezquita en la ciudad de Mubi, en el estado de Adamawa, mató al menos a 50 personas. Y en mayo 86 murieron más en Mubi después de que una mezquita y un mercado fueron atacados por terroristas suicidas.
Pero más allá de la religión, el padre Bakeni razona que podría haber otros impulsos subyacentes de la insurgencia, incluidos factores "sociales, políticos y económicos" como la pobreza, el desempleo y la prolongada insatisfacción con la clase política.
La rápida reconstrucción de muchas de las iglesias y escuelas en Maiduguri oculta la destrucción que ha experimentado la diócesis. Parece que la insurgencia al final ha creado un sentido más profundo de unidad y colaboración entre los católicos en Nigeria, y muchos han sido generosos en su apoyo. Después de que Boko Haram allanó comunidades y obligó a huir a decenas de miles, las iglesias católicas en otros estados nigerianos y la Conferencia de Obispos Católicos de Nigeria ayudaron a la Diócesis de Maiduguri con ayuda financiera, con comida y con mucho más. El clero de Maiduguri, que recorrió varias arquidiócesis y diócesis de Nigeria para pedir apoyo, por lo general fue bien recibido y asistido sin vacilación.
La mayor parte de la intervención humanitaria diocesana es ejecutada por su Comisión de Justicia, Desarrollo y Paz (J.D.P.C.), incorporada en Nigeria como una organización católica sin ánimo de lucro que hace parte de una red de servicios más amplia de la iglesia aquí. En Maiduguri, la J.D.P.C. brinda ayuda humanitaria a los pobres y promueve el desarrollo rural y la construcción de la paz.
El reverendo Timothy Cosmos Danjuma es el coordinador de la J.D.P.C. en la Diócesis de Maiduguri. El padre Danjuma se mudó a Maiduguri hace tres años después de que los combatientes de Boko Haram invadieran su parroquia, la Iglesia Católica San Pío XI en Muvudi, una aldea en el norte del estado de Adamawa.
Con un equipo de 35 trabajadores remunerados y 100 voluntarios, la J.D.P.C. distribuye periódicamente alimentos y materiales de ayuda tales como esteras, baldes, jabón y redes anti mosquitos.
"La última vez que distribuimos ayuda fue en diciembre de 2017, y llegamos a 1.017 hogares independientemente de la religión", dice el padre Danjuma. La organización sin ánimo de lucro sirve a cuatro campamentos cristianos, incluyendo a los desplazados internamente, en la secretaría de la diócesis y en el campamento de la Asociación Cristiana de Nigeria en Wulari.
La J.D.P.C. ha estado reconstruyendo iglesias y escuelas y proporcionando ayuda a las personas desplazadas con sus socios, incluido Misereor, un grupo antipobreza patrocinado por los obispos católicos alemanes; Missio, la caridad oficial de la Iglesia Católica para misiones en el extranjero, que opera desde Londres; la organización no gubernamental estadounidense de derechos humanos Christian Solidarity International; y Caritas Nigeria, el brazo de ayuda oficial de la Conferencia de Obispos Católicos de Nigeria.
La organización humanitaria católica internacional con sede en Alemania 'Ayuda a la Iglesia Necesitada' también otorgó una subvención de $75.000 a principios del año pasado para 5.000 viudas y 15.000 huérfanos que están bajo el cuidado de la Diócesis de Maiduguri. Y 'Catholic Relief Services' (C.R.S.) proporciona honorarios, libros de texto y uniformes para casi 100 niños que son católicos, según la J.D.P.C.
Desde mayo de 2015, C.R.S. también ha colaborado con la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional para distribuir más de 8.500 cupones electrónicos a cristianos y musulmanes desplazados para permitirles comprar alimentos y artículos para el hogar en los mercados locales.
"Esta tarjeta ha cambiado mi vida. Puedo comprar arroz, maíz y muchas otras cosas como Omo [un detergente local] con esta tarjeta", dice Yakura Aisami, quien vive con sus seis hijos en una tienda de campaña proporcionada por C.R.S. en el campamento de Muna en las afueras de la ciudad.
C.R.S. también ha estado trabajando para reconstruir las vidas y los medios de sustento de los desplazados internos esparcidos por muchos campamentos de la ciudad. No solo les proporciona refugio, sino que también distribuye semillas, regaderas, azadones y rastrillos para que puedan comenzar a cultivar de nuevo dentro de la seguridad del campamento.
El padre Bakeni dice que estos socios internacionales son su "fuente de fortaleza y valentía" y han ayudado a la iglesia en Maiduguri a "ver el significado y el valor de nuestra fe".
Él dice, sin embargo, que es "muy triste" que la iglesia casi no recibe ayuda del gobierno nigeriano y que ha tenido que confiar en el alivio internacional.
Alrededor de las 6 p.m. de un lunes por la tarde a mediados de enero en el recinto de la secretaría de la Diócesis de Maiduguri, niños con camisetas desgastadas y otras camisetas juegan en la arena detrás de la Iglesia Católica de St. Hilary. En la entrada de la secretaría, una anciana le dice a cualquiera que se preocupe por escuchar que no ha comido nada desde la mañana. "Por favor, cómprame comida", le dice a una mujer de mediana edad que ingresa al campamento.
Dentro del complejo, las personas comienzan a formar un círculo con rosarios con cuentas blancas colgando de sus manos. Con las manos juntas y la mirada fija en el suelo, Ladi Iliya, de 12 años, hace la señal de la cruz y entona en Hausa: "En el nombre del Padre...". La multitud rápidamente se une y hace eco: "... y del Hijo y el Espíritu Santo, Amén".
Es una rutina que todas las personas se reúnan para rezar el rosario todos los días, excepto los domingos.
Magdaline Patrick dice que el rosario se ha convertido en "una parte de nosotros ahora" y "entre más lo rezamos, nuestra esperanza y fe siguen siendo fuertes". Patrick huyó después de que los milicianos atacaron la remota zona de Gwoza, en el estado de Borno, y allanaron el campo de entrenamiento de la Fuerza Móvil de la Policía en la ciudad en agosto de 2014. Los recuerdos persisten, los dolores casi la sofocan, y la angustia actual derivada de su existencia mano-a-boca la hace querer darse por vencida.
Pero más allá de la charla y el rumor de los niños gritando, aplaudiendo y cantando alrededor del edificio, hay mucho más en este campo que apenas se nota desde el exterior. Todo lo que hacen aquí, desde compartir alimentos hasta orar juntos todos los días y asistir a misa, es una forma de aliento, renovación y esperanza.
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Nigéria. La fe poco común de un país diezmado por Boko Haram - Instituto Humanitas Unisinos - IHU