23 Setembro 2016
“Era imposible que tanto el hombre rico como sus amigos no vieran a Lázaro, estaba sentado en la puerta de la casa. Pero la indiferencia lo había hecho invisible a sus ojos…”
El comentario do Evangelio, corresponde al Domingo 26° del Tiempo Ordinario (25-09-2016), es elaborado por Maria Cristina Giani, Misionera de Cristo Resucitado.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: "Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas." Pero Abrahán le contestó: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros." El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento." Abrahán le dice: "Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen." El rico contestó: "No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán." Abrahán le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."»
Para comprender el evangelio de hoy tenemos que situarlo en el contexto del capítulo 16 de Lucas, cuya llave de lectura es: “Ningún empleado puede servir a dos señores, porque, u odiará a uno e amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a Dios y al dinero” (13).
Jesús es claro con aquellos y aquellas que quieren seguirlo, el servicio del Reino pide exclusividad en el amor. El mismo no puede aliarse con la avaricia, la ganancia y la corrupción.
Obviamente Jesús conoce nuestra condición humana limitada y que muchas veces nos gana el egoísmo. Pero también sabe y apuesta en nuestra capacidad de amar, que movida por su Misericordia se va purificando y transformando para llegar como Él a amar hasta el extremo.
Podríamos decir que nuestra existencia cristiana es un camino de crecimiento en el amor al servicio del Reino de Dios hasta las últimas consecuencias. Y es por ese amor que seremos juzgados en la hora de nuestra muerte (Mt 25,31-45).
De esta manera el camino que elijamos recorrer en esta tierra orientará nuestra eternidad. El tiempo que tenemos para “ganarla” es hoy. Santa Teresita lo expresa poéticamente: “Mi vida no es más que un instante, una hora fugaz/Mi vida no es más que un único día que se escapa/Sabes bien, oh Dios, que para amarte sobre la tierra/No tengo nada más que hoy”.
Con este contexto, volvamos a leer el evangelio propuesto. Sin duda esta parábola lucana muestra que las opciones que hacemos en la vida tienen consecuencias eternas.
La pregunta que es importante hacer es: por qué el rico, que no tiene nombre, al morir y ser enterrado va para el infierno?
El problema no está en su riqueza, sino en su indiferencia. Todos los días daba banquete em su casa y todos los días veia en la puerta de su casa al pobre Lázaro herido, pedir comida. Y no hacía nada!
Era imposible que tanto el hombre rico como sus amigos no vieran a Lázaro, estaba sentado en la puerta de la casa. Pero la indiferencia lo había hecho invisible a sus ojos…
Esta realidad se extiende hasta los días de hoy, al punto de que podemos hablar, usando las palabras del Papa Francisco en su programático discurso de Lampeduza de la “globalización de la indiferencia” como uno de los grandes males de nuestro mundo.
Todos nosotros estamos afectados de uma manera o de otra por esta globalización de la indiferencia, que hace invisibles a tantos hermanos y hermanas que de diferentes formas están sentados a la puerta de nuestra casa, o sea están próximos de nosotros, pero no nos hacemos próximos de ellos/as!
Nos cabe preguntar quienes son los Lázaros que están sentados a nuestra puerta? Y que están gritando a nuestra consciencia?
El evangelio nos provoca a salir de nuestra burbuja de cristal y dejar que la vida de los otros/as nos incomode, nos toque al punto de hacernos salir de nuestra comodidad y hacer algo en favor de ellos/as. Y así día a día nuestro amor se hará servicio, día a día seremos ciudadanos comprometidos de la tierra y del cielo.
Música Los incontables de Ain Karem
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