07 Fevereiro 2018
Evo Morales cumple 12 años en el poder. El balance de sus gestiones, la situación económica del país y las características políticas de sus mandatos, son imprescindibles para comprender lo que está sucediendo ahora en Bolivia.
El comentário es de Fernando Molina, publicado por Nueva Sociedad, Febrero-2018.
El 22 de enero, Evo Morales cumplió 12 años en el poder. Su informe al país fue parecido al que ha estado repitiendo en cada fecha como esta: una comparación entre la situación socioeconómica y demográfica que se logró durante su gestión y la que existía antes de ella.
El Presidente comenzó mencionando que el promedio del PIB per cápita en el periodo 2006-2017 fue de 2.392 dólares, tres veces el del periodo 1994-2005, que fue de 961 dólares. Afirmó, al mismo tiempo, que la extrema pobreza monetaria bajó de 38 a 18%, siendo en la ciudades solo de 10%. Lo que, como es lógico, disminuyó la desigualdad: hoy el décimo más rico de la población recibe un ingreso 47 veces mayor que el décimo más pobre, mientras que en 2005 esta diferencia era de 128 veces. Más ingresos y menos desigualdad reconfiguraron la estructura social: si en 2005 solo el 35% de la población pertenecía a la clase media, en 2017 pertenece a ella el 58%, 6,5 millones de personas1.
Por otra parte, Morales destacó la solidez de las cifras macroeconómicas: la baja inflación, el bajo endeudamiento, la alta inversión pública, el crecimiento de 2017 (uno de los más altos de Sudamérica), y la expansión del sistema financiero. En cambio, no se refirió más que de pasada a los problemas que comienza a presentar el «modelo social productivo» que fue montado por su gobierno aprovechando el boom del que gozó el país debido a los precios del gas y los minerales que exporta. Estos son los problemas que los críticos a la administración no pierden ocasión de enfatizar.
Primero, se refieren al fuerte déficit comercial, que resulta de un menor nivel que las exportaciones por causa de la caída de los precios de las materias primas. Simultáneamente, se evidencia un nivel todavía muy alto de importaciones, que el modelo necesita para mantener la sensación de bienestar y los precios bajos. El déficit comercial ocasiona una sangría de las reservas internacionales. Éstas son el «talón de Aquiles» de las economías escasamente industrializadas. Aunque todavía son fuertes, las reservas bolivianas están sin embargo disminuyendo consistentemente.
El segundo gran problema de la economía es el alto déficit fiscal, de alrededor del 8% del PIB. El déficit es el resultado de la decisión de apostar por un crecimiento guiado por el consumo, y especialmente por el consumo del Estado, decisión que funcionó bien hasta 2014, fecha en la que las exportaciones (la principal fuente de financiamiento del país) trastabillaron, pero que desde entonces se ha hecho crecientemente arriesgada (en concreto, dependiente de la contratación de deuda).
De todas formas, con sus luces y sombras, el periodo de Morales podía haber pasado a la historia como el más largo, el más próspero y el que coincidió con más cambios estructurales de la historia. Los económicos ya se mencionaron. Los sociales pueden sintetizarse en la fórmula «empoderamiento de los indígenas», la parte de la población más explotada y relegada desde que, en 1535, los españoles llegaron por primera vez al territorio que bautizarían como Alto Perú. Sin embargo, es probable que Morales no sea recordado tanto por estos datos positivos como por reflotar una vez más una tradición política negativa: el caudillismo, que no dejó de existir ni siquiera en los «racionales» años 90, pero que con Morales y la gran legitimidad histórica que rodeó su figura ha llegado a los niveles que tenía en el siglo XIX. En los últimos años no solo se ha practicado intensamente el culto a su personalidad, elevando al Presidente a la condición de «liberador de los pueblos indígenas», difundiendo por todos los medios su imagen y su biografía, enalteciendo a sus padres y a su pueblo natal, considerando su palabra la última de cualquier debate en el seno del oficialismo, eliminando políticamente a quienes alguna vez se atrevieron a enfrentársele. También se transgredieron las restricciones de la Constitución. Ahora se las volverá a transgredir, para permitir que el Presidente se reelija sucesivamente y, si lo desea, de forma vitalicia.
Para el teórico del evismo, el vicepresidente Álvaro García Linera, Evo es el «poder constituyente» en sí mismo. Es decir, la síntesis personal de la revolución boliviana, la expresión corporal, física, de un irrepetible momento de insubordinación de los subalternos en contra de los opresores, y por eso prescindir de él, de este elemento catalizador de la unidad del pueblo y de la izquierda, sería «un suicidio político»2.
Sin reparar en las implicaciones ideológicas de estas afirmaciones, las cuales están en sintonía con las ideas postmarxistas –por ejemplo las del fallecido Ernesto Laclau– sobre populismo y líder populista, lo que queda es el siguiente dato concreto: sin la candidatura de Evo, el Movimiento al Socialismo (MAS), que es a la vez el partido oficial y un archipiélago de «movimientos sociales» que median entre el gobierno y la sociedad, tendría dificultades para mantenerse unido. Su argamasa, su sabia vivificante, no es otra que el caudillismo.
Aun aceptando esto, hay que preguntarse si la insistencia en un camino como el de la reelección, que a lo largo de la historia latinoamericana siempre ha estado tendido al borde del abismo, no equivaldrá también al suicidio político, aunque sea uno más lento. La aceptación popular al gobierno cayó 24 puntos porcentuales, de 59 a 35%, en las mediciones realizadas a comienzos de 2017 y a comienzos de 2018, antes y después del fallo del Tribunal Constitucional que, mediante una figura jurídica ad hoc, habilitó a Morales para las elecciones de 20193. Además, las reacciones contra este fallo del 28 de noviembre del año pasado, fueron significativas pues llevaron a las calles a los sectores medios afincados en las ciudades, que hasta ahora solo había testimoniado su oposición al MAS en Internet. Según uno de los principales líderes de la oposición, Samuel Doria Medina, «la gente se cansó del Gobierno».
Los motivos de la desavenencia gobierno-clases medias son diversos. Van desde la sensación de pérdida de los espacios políticos que en el pasado estaban reservados para los sectores más educados de la población hasta el hartazgo por la corrupción de algunos funcionarios públicos, pasando por el cobro «excesivo» de impuestos a los profesionales o la carga que representan los aumentos salariales para los pequeños y medianos empresarios. Pero al final, el clivaje fundamental de la coyuntura es el que se da en torno a la reelección, al autoritarismo que está implícito en el caudillismo, y al aprecio o desprecio que se pueda sentir por una «democracia con reglas».
Diversas instituciones opositoras convocaron a un paro general de actividades el 21 de febrero, pero es improbable que esta u otras movilizaciones ulteriores logren impedir que Evo Morales sostenga su candidatura en 2019. Sin embargo, lo que suceda de allí en adelante es impredecible. Si hubiera que juzgar por lo que enseña la historia, podría pronosticarse que el continuismo de Evo terminará costándole su prestigio político, su papel positivo en los anales nacionales y, a la larga, también su cargo. Pero, claro, la historia no siempre se repite.
Notas:
1. Ministerio de Comunicación, Mensaje presidencial. Informe 12 años de gestión, 22 de enero de 2018 (separata de prensa). La Paz, enero de 2018
2. Fernando Molina, «García Linera: ‘Perder a Evo Morales sería un suicidio político». Entrevista del diario El País, Madrid, 7 de enero de 2018.
3. Pablo Ortiz, «Aprobación de Evo es ahora del 34%». En: El Deber, 21 de enero de 2018, Santa Cruz.
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12 años de Evo. Entre el gobierno fructífero y el caudillismo pernicioso - Instituto Humanitas Unisinos - IHU