01 Dezembro 2017
Una nueva generación de mujeres indígenas accede a puestos de gobierno local en el país latinoamericano tras completar procesos de formación durante la última década
El reportaje es de Iñaki Makazaga, publicado por El País, 29-11-2017.
Su abuelo vivió en condiciones de semiesclavitud para un terrateniente; sus padres, ya campesinos libres, le obligaron a casarse a los 14 años, “para no generar mal nombre”; y ella ahora se ha rebelado contra las costumbres para que su hija pueda licenciarse en Veterinaria, como lo conseguirá en unos meses en cuanto termine la tesina. “Algo impensable hace unos años en mi familia”. Benita Mariela Machicado representa a sus 38 años el cambio de las mujeres indígenas de Bolivia que en la última década han conquistado la esfera política y han hecho reales las leyes plurinacionales y de igualdad impulsadas por el Gobierno de Evo Morales, primer presidente indígena del país.
“Teníamos las leyes, faltaban mujeres capacitadas para aplicarlas”, matiza Machicado, jefa de Género en la Organización Chiquitana de Concepción, mientras camina por el municipio vizcaíno de Getxo en busca de ideas que poner en marcha en su territorio. Junto a ella viajan otras seis lideresas de las diferentes regiones de su país, el más indígena de América Latina con el 62% de su población perteneciente a alguno de sus pueblos originarios. “Luchamos para que nuestras hijas no sufran lo mismo que nosotras”. Y hasta Europa les ha llevado su objetivo.
Al casarse, Machicado abandonó la escuela y la suerte quiso que por su comunidad llegara una ONG en busca de personas para formarles en salud comunitaria. “Siempre quise aprender más”. A los trabajos en casa con tres hijos a su cargo, sumó los talleres en salud y las tareas propias del campo. Al año ya le habían escogido como responsable de la Junta escolar por su compromiso con la salud de los más pequeños. “Mi esposo, lejos de alegrarse, me prohibió salir de casa”. Había comenzado a germinar en ella las ganas de una vida diferente, de un protagonismo mayor en la comunidad y de unas oportunidades diferentes de vida para las mujeres. Y todo pasaba por seguir formándose.
En paralelo, Manuela Arlena Algarañas regresaba a su comunidad tras dos décadas fuera, con 37 años de edad y tres hijos adolescentes. “Todo allí seguía igual”. Sus padres no quisieron para ella una boda a los 14, “bastante lo habían sufrido ellos”, y apoyaron que estudiara hasta el bachiller. Durante una década trabajó como profesora en la ciudad. Tras la separación de su marido, regresó: “Comencé a hablar con mis compañeras de colegio. Su vida se reducía a la casa y al campo. Sus maridos no concebían para ellas nada más”.
La primera iniciativa fue facilitar el transporte a todos los menores que quisieran seguir estudiando más allá de Primaria. Y buscar la manera de contar con el apoyo del gobierno local para impartir talleres, mejorar el trabajo en el campo y cuidar la salud de las mujeres. “Las compañeras no tardaron en escogerme para la Asociación de Cabildos de la Chiquitanía y tras un primer paso por el puesto de secretaría, alcancé la dirección como Gran Cacique, la primera vez que llegaba una mujer indígena”. Su caso inspira ahora a otras, mientras funda una organización solo para mujeres con las que continuar el trabajo de formación a otras compañeras. “Me queda un año en el puesto, después quiero continuar activa desde la asociación. Son muchas las que desean formarse”. Ahora mismo representa a 30.000 personas habitantes del área rural chiquitana.
En el último día de la gira por Euskadi, durante el almuerzo ríen, repasan los mensajes del móvil y comentan la última reunión todavía emocionadas. Basta un vistazo a la mesa para entender que los 37 pueblos originarios que habitan el país, con sus 37 lenguas propias compartirán territorio, pero son muchas sus diferencias. De las seis lideresas, unas visten sombrero de bombín sobre un denso pelo negro, otras, sombrero blanco de campesina sobre una melena castaña y tres de ellas llevan el pelo recogido en coleta que despeja el rostro de tez blanca. Pero a todas les une la lucha por conseguir un mayor protagonismo en sus vidas, en sus hogares, en sus comunidades.
Durante dos horas han charlado de forma distendida con la alcaldesa de Leioa, la teniente alcalde de Getxo y otras concejales de sendas alcaldías. “Dedicar tiempo a puestos políticos nos genera a veces cargo de conciencia”, explican como justificación de por qué se han emocionado tanto. Muchas señalan que sienten que traicionan a sus hijos, a su familia a sus maridos, cuando no están en casa. “14 años aguanté yo al mío, violento, faltón, incomprensible siempre para mis cosas”, confiesa Machicado. Y el mismo dilema les han transmitido las políticas vascas. “Hemos salido llenas de energía. Hay que continuar unidas y mantener los talleres”.
La líder aimara Asunta Quispe de 43 años se lleva de este viaje por Euskadi la limpieza de las calles, la capacidad de organizarse las mujeres ya sean feministas, empresarias o agricultoras. Y muchos apuntes del taller de comunicación para hablar en público. Ella comprendió que quería una vida diferente también a los 15 años, como el resto de sus compañeras. Sus padres no la casaron , pero la mandaron un año a la capital, La Paz, para que trabajara como sirvienta “de sol a sol”.
“Éramos 14 hermanos y no bastaba con trabajar la tierra”. Al año, se dio cuenta de que aquello no era para ella. “Quería saber hasta dónde llegaba la tierra y no quedarme encerrada en una casa”. Así que a su regreso le tocó hacerse cargo de los animales y recorrió medio país en diferentes etapas entre campos de cultivo, venta de productos y más trabajo en el campo.
De nuevo en su comunidad decidió organizarse con las mujeres y participar en diferentes programas de formación. “Creamos un plan de microcréditos para apoyarnos y la mejora de los caminos, los accesos al regadío, además de generar encuentros para hablar de nuestras necesidades”. Pronto le nombraron “porta estandarte”, la encargada de la bandera durante las marchas, y de ahí ha seguido trabajando hasta alcanzar el puesto de Diputada Nacional por el partido del gobierno. “Las mujeres no estamos en política para llevar solo un estandarte”.
El proceso le ha costado varios sustos. “De mi provincia era la única mujer activa que me atrevía a poner voz a las necesidades de las mujeres. Y cuando trabajas con compromiso, enemigos no te faltan”. Una tarde de 2010, dos hombres le abordaron a la salida de la organización Bartolinas Sisa. Tras un fuerte empujón solo recuerda que despertó a las horas en un hospital. Le habían dejado inconsciente.
Un año después, un taxi paró junto a la puerta de su casa. “Estaba ocupado por otra persona pero me venía bien tomarlo”. A los pocos minutos, la persona con la que lo compartía le intentó ahogarla con una soga. “Le ofrecí todo mi dinerito pero nada. Él seguía apretando”. Al final quedó en un susto y en una cicatriz. Sus negros ojos se hunden en un rostro anguloso. Habla despacio, gesticula mucho y sonríe con facilidad. Y resta importancia a los ataques. Tal vez, porque su pelea más fuerte fuera dentro de su propia casa para hacer comprender a su marido y a sus hijos que ella iba a faltar para formarse. “Yo tenía que seguir formándome y para eso, tocaba organizar la casa diferente”.
Y en todo este proceso de formación han sido diferentes las ONG que les han acompañado. Entre ellas, destaca la organización vasca Zabalketa con más de dos décadas de experiencia en el país y que ahora les ha invitado junto al grupo de empresas Ner Group a visitar Euskadi para completar sus procesos de formación y fortalecer su liderazgo con otras mujeres activas del mundo empresarial, político y asociativo. “Tras 12 años impartiendo talleres en sus comunidades, consideramos interesante que conocieran otros territorios como los suyos para que tomaran nuevas ideas”, señalan desde Zabalketa.
En menos de una semana, han hablado con técnicos de cooperación de diferentes ayuntamientos, así como del Gobierno Vasco y Diputación de Bizkaia. También han compartido inquietudes con asociaciones de mujeres rurales y empresarias. “A nosotras trabajar unidas, nos cuesta mucho”, asegura Margarita Porco, presidenta de la Asociación de Mujeres Campesinas de Rodeo Cocha, Chuquisaca, y participante también del viaje.
A Porco su liderazgo le llegó sin buscarlo. Con 42 años y tres hijos, lleva tres años como responsable del sindicato agrario local. De las 120 familias que representa en la asociación, el 80% tiene a una mujer como cabeza de familia. Todos los hombres han emigrado. “Mi esposo lleva años en Uruguay. Era profesor, pero no alcanzaba para que mis hijos siguieran en la universidad”. De un taller contra la violencia familiar, pasó a participar en programa de agroecología hasta conformar un sindicato que les he permitido introducir proyectos de mejora para incrementar sus ingresos. A diferencia de Machicado su marido siempre le ha apoyado, a diferencia de Quispe nunca tuvo vocación de líder. Habla poco, sonríe con los ojos y de este viaje se lleva el ejemplo de las comunidades agrícolas: “Producen, venden y se apoyan entre ellas. Hasta la mujer empresaria aquí busca fortalecerse en contacto con otras mujeres empresarias como ella”.
El cambio político que hace 12 años inició el líder aimara Evo Morales, ha conseguido llegar a las zonas más rurales del país gracias a la formación de lideresas. Ahora son ellas las que quieren protagonizar el cambio desde la dirección de las asociaciones, sindicatos y gobiernos locales. Una nueva generación de mujeres indígenas ha tomado la palabra en Bolivia. Y las ONG han pasado de despertar su interés por la formación a recibirlas en Europa con la tensión de no frenar el ritmo que ellas les marcan.
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Bolívia. Ellas piden la palabra - Instituto Humanitas Unisinos - IHU