31 Agosto 2018
El jesuita colombiano Francisco de Roux lidera la Comisión de la Verdad en Colombia, organismo que tiene la tarea de esclarecer las causas y hechos del conflicto colombiano y con esta conocimiento sembrar en el corazón de los colombianos la semilla del perdón y la reconciliación. Compartimos la entrevista al padre Pacho por Melba Escobar, de la Revista Bocas y republicado por CPAL Social, 30-08-2018.
Se levanta antes de las cinco de la mañana. Corre cinco kilómetros, luego medita, ora, celebra misa, y lee la prensa, todo esto antes de dirigirse a la oficina que ocupa desde hace tres meses en calidad de presidente de la Comisión de la Verdad. Aunque ha sido víctima de amenazas, y ha escapado a atentados, a sus 75 años, Francisco de Roux sigue igual de activo que hace medio siglo, cuando empezó su peregrinaje por la reconciliación de Colombia. Tiene el mismo nombre del papa y de san Francisco de Asís.
Gracias al Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, PDPMM, que lideró, nueve mil hectáreas de palma campesina y otras tantas de cacao, fríjol, aguacate y búfalos en fincas campesinas derrotaron a las plantaciones de coca. Como dice su colega en el PDPMM Miriam Villegas, “Logró que los campesinos sacaran la coca de sus corazones. Los convenció de abandonar la vida en la ilegalidad por ir al banco a pedir créditos con su cédula”. En palabras del líder campesino Ómar Tavera: “Antes de Pacho aquí solo había masacres, paramilitares y guerrilla. Ahora hay un pueblo empoderado donde entendimos que unidos en la resiliencia podemos detener a los violentos”.
Este sacerdote sin sotana, cree que el misterio de la creación no tiene por qué reñir con el pensamiento científico. En su libro La audacia de la paz imperfecta, De Roux escribe un relato tan sentido como riguroso, en el cual es imposible no reconocerse como colombiano. El abordaje compasivo que le da al sufrimiento rompe con el antagonismo que tiene dividido al país.
Como lo explica su sobrina Ana Isabel de Roux: “Mi tío Pacho es un hombre que pudiendo haber vivido en el seno de una familia próspera, eligió vivir como un hombre pobre”. La educación en su casa, sumada a los estudios en el colegio Berchmans de Cali, y a la tradición familiar (cinco tías monjas y dos tíos jesuitas) lo llevaron a decidir desde muy niño que quería ser sacerdote. Su hermana, Lía, recuerda que cuando hizo la primera comunión, su mamá mandó a hacer recordatorios con la figuras de mitras obispales. El aspirante a presbítero no se convirtió en Óbispo, se convirtió en algo acaso mucho mejor, apóstol de la paz en un país que olvidó cómo es vivir sin guerra.
De Roux cursó estudios de filosofía y teología en la Universidad Javeriana de Bogotá. Tiene un magíster en Economía de la Universidad de los Andes. En los años setenta se vinculó al CINEP adelantando proyectos de empresas comunitarias, antes de pasar dos años en la London School of Economics, de donde continuó a la Sorbona de París, donde terminó su doctorado en Economía. A su regreso a Colombia, volvió a trabajar en el CINEP mientras vivía en un barrio humilde. Corrían los años ochenta cuando tuvo lugar un accidente en la moto en que se movilizaba, que le deja una contusión cerebral. Para Miriam Villegas, su autoridad surge precisamente de la coherencia entre sus actos y su palabra: “En el Magdalena Medio se reunía con paramilitares, guerrilleros, ejército, líderes comunitarios, todos lo recibían porque sabían que era un hombre sin intereses ocultos, sin agenda propia, con la única motivación de facilitar la convivencia pacífica”.
El hombre que está sentado enfrente de mí ha sido blanco tanto de la guerrilla como de los paramilitares por no tener dogmas, aliados ni intereses. Fue muy importante, junto con monseñor Luis Augusto Castro y el padre Darío Echeverry, las Naciones Unidas y la Universidad Nacional, en afianzar la presencia de las víctimas en La Habana. Una hora más tarde, habré concluido que Francisco es el alma de la reconciliación en Colombia, un título que se ganó a pulso luego de haber pasado años de su vida entre “raspachines” entendiendo la cadena productiva del narcotráfico, los efectos del glifosato, las cicatrices que van dejando las retroexcavadoras, y el impacto del mercurio en los ríos. Unas palabras de esta entrevista me quedaron grabadas en la memoria: “La paz es un derecho, y en esa medida convoca a todos los seres humanos por igual”.
¿Recuerda cómo decidió seguir una vocación espiritual?
Sí, estaba en la finca de mis abuelos, un atardecer muy bello, cuando se ocultaba el sol detrás de los Farallones, experimenté profundamente que todo era expresión de un amor sin límites que se manifestaba a través de la naturaleza, los caballos, los árboles, mi familia, entonces supe que dedicaría mi vida a tratar de entender y anunciar ese misterio.
¿Y entonces se fue de ese oasis que fue su hogar?
Sí. En esa búsqueda, me fui a La Ceja, Antioquia, al noviciado de los jesuitas. Tenía 16 años.
¿Lo golpeó saber que tendría que renunciar a una familia?
Soy un hombre muy familiar, cercano a mis hermanos, sobrinos, sobrinos nietos. Sin embargo, haber recibido el llamado me hizo entender que mi vida estaría dedicada al amor por los demás y a la causa de la dignidad humana en un sentido mucho más universal.
¿Un jesuita que admire?
El papa Francisco.
¿Creer en Dios es incompatible con el pensamiento científico?
Es posible creer en el misterio de Dios y al mismo tiempo el conocimiento científico, en matemáticas, economía, ciencias sociales, antropología, y ética. Y mantener un diálogo entre la filosofía, la teología, el destino humano y la ciencia.
¿Cómo fue estar a la cabeza de la comunidad jesuita en Colombia?
Como todas las cosas humanas, los jesuitas tenemos defectos, límites, y hemos cometido errores en la historia. Pero los jesuitas son una de las realidades más bellas de la Iglesia católica, de Occidente y del mundo, pues tenemos presencia en todos los países. Mi experiencia como superior de los jesuitas de Colombia fue encontrarme con la dimensión humana y espiritual de un grupo de 300 hombres de extraordinarias cualidades. Formados para ver la presencia de Dios en todas las cosas, y particularmente en el ser humano, en la historia y en la naturaleza.
¿Qué representa el Papa Francisco para los jesuitas?
Francisco es un hombre amplio, de discernimiento, capaz de ver más allá de la Iglesia y entender la complejidad de la vida de creyentes o no creyentes, tratando de construir una comunidad universal en las diferencias, en el respeto a la pluralidad de culturas, género, etnias. En la convicción de que somos una sola especie humana y tenemos un futuro juntos.
¿Y cuál es el mejor papa?
Francisco.
¿Por jesuita?
Veo en él la espiritualidad de los jesuitas en el corazón de la Iglesia.
Sin embargo, en el mundo se ha instrumentalizado la religión con fines políticos…
Así ocurrió, por ejemplo, en Estados Unidos, donde el mensaje de campaña fue “Vote contra el aborto. Vote Trump”. Un eslogan que arrastró masivamente el voto religioso ingenuo que puede hacer mucho daño. El 75 % de los cristianos evangélicos y el 52 % de los católicos votaron Trump. Igual ocurrió en Alemania antes de la II Guerra Mundial con el mensaje de Hitler, “Vote contra el comunismo. Vote Nacional Socialismo”.
Y también aquí ocurrió algo parecido con la campaña a favor del “No” en el plebiscito…
No hay cosa más fácil que confundir a la sociedad con la práctica religiosa ingenua. La autoridad de líderes religiosos que no están preparados para discernir lo que Dios nos pide en la historia puede usarse para confundir al pueblo y llevarlo a errores sociales y políticos.
Es lo que pasó con la campaña del plebiscito…
En esa campaña a favor del “No” se difundió por los medios que los acuerdos de paz de La Habana fomentaban el matrimonio gay y la destrucción de las familias. Esta afirmación falsa arrastró los votos de los cristianos evangélicos y de muchos católicos.
¿Y eso cómo se puede corregir?
Formando bien a los líderes religiosos en análisis de la realidad social y en el diálogo de la teología con la política.
¿Cuándo empezó a trabajar por la paz?
Cuando regresé al CINEP, a finales de 1982, y comenzaba el gobierno de Belisario Betancur. Me impactó mucho la visita a Remolinos del Caguán, ya para esa época las Farc tenían un fuerte desarrollo de la coca en ese territorio, y empezaban las conversaciones que dieron lugar a la Unión Patriótica. Fueron años en que creció la gran ilusión de que por fin el final del narcotráfico para financiar la rebelión iba a ser posible, y que por fin la paz iba a ser una realidad.
¿Qué desencadenó la ruptura de ese sueño?
La tragedia del Palacio de Justicia por el asalto del M-19 y la retoma por parte del ejército, y el inicio de los asesinatos de los militantes de la Unión Patriótica llevaron a que colapsara ese primer intento de paz, con un dolor de país muy grande. Ahí termina esa ilusión que fue el gobierno de Belisario y que nos hizo soñar que la paz iba a ser posible.
¿Su trabajo como director del CINEP fue la semilla del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio?
Sí. Todo empezó desde el CINEP [conocido como el tanque de pensamiento de los jesuitas]. En el año 1994 comenzamos a pensar en ese territorio como región. Y en octubre de ese año, empezamos el programa. Al principio era una alianza con la Sociedad Económica de Amigos del País, creada por Lleras Restrepo, y el CINEP. Posteriormente pusimos la sede en Barrancabermeja y la unión fue con la Diócesis de allá, al lado de un obispo extraordinario, Jaime Prieto Amaya, que hasta el último día de su vida luchó por los derechos de su pueblo.
¿Se llamó así desde un comienzo?
Todavía no tenía el nombre de Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio. Vale recordar que ese proceso se origina en una convención colectiva entre la USO y Ecopetrol con la intención de resolver el conflicto social y armado en torno a la producción petrolera en la Barrancabermeja de la época. A mí me nombran director y lo que hago es irme a Barrancabermeja y vincularme con jóvenes adultos que habían sido formados por los sacerdotes de Pastoral Social, sacerdotes muy bien preparados, uno de ellos monseñor Nel Beltrán, por ejemplo. Otro de ellos, el actual obispo de Granada Pepe Figueroa. Para iniciar nos reunimos con cerca de cien líderes en la ciudad petrolera para preguntarles por qué había tanta pobreza y tanta violencia en una región tan rica que amaba tanto la vida. Surgieron respuestas, pero finalmente dijeron, “esto no lo podrán entender si no van a los pueblos vecinos”, y nos mandaron a hacer la misma pregunta en Yondó.
¿Y qué pasó en Yondó?
De Yondó nos mandaron a Cantagallo, y de Cantagallo a Santa Rosa y de Santa Rosa a Arenal y de Arenal a Morales, y de Morales a Aguachica, y de Aguachica a Sabana de Torres, y de Sabana de Torres a San Vicente, de San Vicente a Landázuri, de Landázuri a Puerto Berrío… y así hasta que se conformó una totalidad de 30 municipios que daban una explicación de cómo había surgido la guerra en ese territorio, cuál había sido el papel del petróleo, cómo había entrado a actuar el paramilitarismo, cuál era el efecto de los macroproyectos, cuál era el objetivo de la lucha campesina, y entonces despertó una verdadera pasión que fue creando un imaginario de región emergiendo desde iniciativas de la gente por crear una alternativa distinta.
¿Se refiere a emprendimientos rurales?
Me refiero por ejemplo a la Organización Femenina Popular, la mesa de conversaciones del sur de Bolívar, los mineros del sur de Bolívar, la Asociación de Cimitarra, la Asociación de Trabajadores del Carare, las organizaciones de artistas, las fincas campesinas de seguridad alimentaria y productos tropicales permanentes.
¿Cuál fue el resultado en Santander, Antioquia, sur de Bolívar y Sur del Cesar con el proceso del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio?
Cuando líderes de mucho coraje, sobre todo las mujeres, aprendieron a plantárseles a los actores armados, a la guerrilla, al paramilitarismo, a decirles “ustedes actúan al margen de la ley, nosotros no aceptamos la autoridad que nos imponen, ustedes tienen poder porque tienen armas, pero no tienen autoridad”, la dignidad y resiliencia del pueblo del Magdalena Medio los llevó a arrinconar a los actores violentos sin recurrir a las armas. Fue duro. Veinticinco de los compañeros nuestros fueron asesinados.
¿Cómo descansa?
Me gustan las novelas históricas y el cine histórico y dramático. Pero tengo poco tiempo para ambas. A veces veo alguna película en el computador. También disfruto de muy buenos amigos y amigas.
Se dice que tenía mucho éxito entre las mujeres en los ochenta y los noventa. ¿Alguna vez se enamoró?
Siempre me han gustado las mujeres, y con tantos seres extraordinarios que uno se encuentra a lo largo de la vida, sería imposible no tener encuentros humanos muy importantes. Sin embargo, mi decisión fue dedicarle la vida al misterio de amor de Dios.
¿Cómo ve la situación actual de Colombia?
El discurso del presidente del Congreso, Ernesto Macías, es otra evidencia de que Colombia padece un trauma cultural y social muy profundo. El papa Francisco cuando viene aquí se pone por encima de ese trauma, nos hace ir adelante y nos hace fijarnos en las víctimas. Él nos muestra que la salida a nuestro trauma es fijarnos en el ser humano adolorido, golpeado, sometido a tanto sufrimiento.
Explíquenos a qué se refiere con trauma en este caso.
El trauma lo vive un país cuando ha sido golpeado por un sufrimiento profundo, generalizado, violento, como es el caso de Colombia, que se cierne durante décadas sobre todas las capas de la sociedad, desde los campesinos, los indígenas y los afros, en las mujeres y los niños, hasta los empresarios secuestrados y extorsionados.
¿Y ese es el trauma?
No, el trauma no es solo el impacto de la violencia. Empieza cuando se produce lo que es natural en todas las sociedades, y es que aparecen interpretaciones de qué fue lo que nos pasó y cómo vamos a salir de esto. Y esas interpretaciones, como es natural, vienen en la forma de propuestas políticas y económicas. Pero si esas interpretaciones se oponen, son excluyentes, aquí no caben las dos cosas, solo una o la otra, y si ambas están cargadas de la rabia, la indignación, la sospecha y el rechazo al otro porque viven del dolor dejado por la violencia, y ambas son capaces de ocupar los medios masivos, el mundo simbólico, el trauma penetra la vida de todos desde las familias y quedamos atrapados en él.
Además del lenguaje, ¿qué transmitió Francisco con su visita?
De cuatro días que pasa en Colombia dedica uno a las víctimas. Y les dice a los obispos en forma clara y dura: “No se detengan a discutir normas religiosas. Pongan sus manos en el cuerpo ensangrentado de su pueblo. Ayúdenlo a sanar, y así encontrarán el camino”.
¿Es decir, las víctimas son el camino a la verdad?
Las víctimas son el camino a superar la más profunda de las rupturas, la ruptura del ser humano, que es la ruptura espiritual. Perdimos el sentido del ser humano entre nosotros. Yo espero que sepamos encontrarnos todos en igualdad de condiciones
¿Gustavo Petro habría sido una opción más favorable?
Prefiero no hablar sobre eso.
¿Qué necesitamos para construir una verdad compartida como nación?
Quiero de entrada decir una cosa: yo no estoy en la política. No pertenezco a ningún partido, estoy a favor del ser humano y de la verdad histórica, que no es lo mismo que la verdad jurídica. El futuro político de Santos, de Petro, Uribe o Duque no está entre mis intereses. Son absolutamente legítimos sus procesos, pero en la lógica de la política. Honradamente lo que a mí me convoca es contribuir a que podamos respetar al ser humano en Colombia y así poder vivir en paz.
¿Cómo lee el escenario político actual?
Creo mucho del discurso de Gustavo Petro, y del discurso del Centro Democrático, son expresiones muy claras del trauma cultural y social en que está Colombia. Trauma es una enfermedad que contamina desproporcionadamente lo que debería ser un debate democrático entre posturas distintas que se respetan.
¿Podremos superarlo?
Eso es algo que solamente pueden hacer los jóvenes: mirar a las víctimas, buscar lo que nos congrega como seres humanos, recordar que todos somos iguales y estamos llamados a vivir en paz.
¿Cómo interpretar el creciente número de asesinatos de líderes sociales en años recientes y cómo lo asume la Comisión de la Verdad?
Es sin lugar a dudas la realidad que más preocupa a la Comisión de la Verdad. Estamos supremamente inquietos sobre eso, preguntándonos qué podemos hacer.
Son asesinatos que ocurren después de la firma del Acuerdo de La Habana…
Así es. Sin embargo, es un punto clave en nuestra tarea, y queremos encontrar un camino a su solución. Estamos convencidos de que, a pesar de la firma de los acuerdos, la profunda fractura que vivimos en nuestra sociedad sigue viva y la Comisión ha sido llamada a contribuir a buscar salidas a este drama. Uno de nuestros principales objetivos es contribuir a la no repetición.
¿Cómo romper el péndulo que nos sitúa en un extremo de la verdad o su contrario, en un país tan polarizado?
Hay muchos factores: la siembra de la coca, la lucha por las tierras, los derechos sociales, sobre todo los de los indígenas y las comunidades negras, pero hay un elemento del que creo que no nos damos cuenta. Cuando un líder político en un coctel en Bogotá dice: “Vamos a volver trizas el proceso de paz”, eso que es simplemente una consigna de campaña, que puede ser muy atractiva en términos mediáticos, eso en los territorios donde está el paramilitar o el narcotraficante interesado en mantener sus intereses, se convierte en una licencia para decirles a los poderosos locales: “Yo les elimino a los que están haciendo campaña a favor de la paz, para que ustedes puedan ganar las elecciones, con la condición de que me ayuden con mi negocio”. Por eso es tan delicado el discurso violento en las campañas.
¿Qué cree que va a pasar con el ELN?
El ELN hace rato que ha debido hacer la paz.
¿Cuáles son los mayores retos en la negociación con el ELN?
Está Venezuela, donde ellos encuentran apoyo real. Están las implicaciones que tienen en los negocios que les permiten justamente mantenerse en la guerra. Están las dudas que ellos mismos tienen a su interior y los cuestionamientos que se hacen, no pocos de ellos con una base real frente a la viabilidad del proceso de paz y sus posibilidades de terminar bien, por las fragilidades del proceso con las FARC.
¿Qué mensaje le daría al presidente Iván Duque?
Respecto al ELN, que la conversación debe continuar. Ellos están diciendo “nosotros no haremos sino lo que la sociedad pida”, entonces el balón está a nuestro lado como sociedad, ellos están esperando que les digamos lo que los colombianos sentimos. Lo primero que les pedimos es que dejen las armas ya, para poder construir en la discusión democrática el país que nos merecemos, juntos. Pero si la sociedad no habla, ellos continuaran la guerra en el entendido de que una sociedad que calla les otorga la razón.
¿Y frente a los acuerdos de paz de La Habana?
Es muy simple: son acuerdos de Estado.
También hay que decirle a Duque que se lea su libro…
[Risas] Un día que me lo encontré me dijo que se lo estaba leyendo, ojalá lo termine.
¿En algún punto se puede considerar cerrada una negociación?
Las negociaciones siempre son incompletas, y los acuerdos imperfectos. Creo, por supuesto, que a partir de esas negociaciones son muchas cosas las que en adelante se pueden ajustar y arreglar. Pero hay que partir de aceptar el punto de partida. Los pactos hay que cumplirlos.
¿Cuál ha sido su relación con Iván Duque?
Aprecio mucho que haya venido a visitar la Comisión de la Verdad. Aprecio su invitación a construir juntos en la diferencia. Me alegró que viniera a vernos con Marta Lucía, después que no pocos partidarios suyos nos han tachado de opositores. Y quiero decir que ninguno de los miembros de la comisión somos militantes de partidos de izquierda, somos un grupo de personas que quizá la cualidad grande que compartimos es que nos hemos andado este país con un morral al hombro.
En sus andadas por el país, ¿hay un ritual que siempre repite?
Troto, rezo, medito y no rebajo un banano al desayuno.
¿Por salud?
¡Por gusto!
¿Alguna comida preferida?
Alguna que tenga arroz y plátano. Me gusta el sancocho vallecaucano y prefiero el pandeyuca al pandebono.
¿Qué piensa del acuerdo con las Farc?
La salida de la guerra con las Farc tiene una dimensión que el país no acaba de darse cuenta. El cese al fuego definitivo y bilateral entre el grupo guerrillero y el ejército colombiano significaron realmente un gran salto. Es este escenario el que va a arrastrar al país a la terminación de la coca, a la terminación del conflicto con el ELN, y al fin de las bacrim.
Pero las razones que llevaron a la guerra prevalecen: la desigualdad, la injusticia… ¿Cómo llegar a la paz si estructuralmente no hay un cambio?
En La Habana se hizo el fin de la guerra. La tarea ahora es construir la paz enfrentando esos problemas estructurales. Pero hay que tener en cuenta que cuando las víctimas llegaron a La Habana y la discusión se dio sobre esos problemas estructurales, ellas dijeron “esos problemas son reales, pero el problema estructural primero somos nosotros mismos que nos hemos odiado, excluido, estigmatizado. Superemos primero este problema”.
¿Es una crisis social?
Sí, porque no acabamos de aceptar que un indio del Chocó tiene la misma dignidad que un doctor de la Universidad de los Andes.
¿El problema somos todos?
Cada uno puede empezar por aceptar al otro dentro de las diferencias, respetarnos, saber que no nos vamos a matar por pensar diferente, que nos podemos sentar a hablar y enfrentar los problemas juntos: la corrupción, la desigualdad, los problemas del campo. Pero primero tenemos que confiar los unos en los otros.
Pero es como si el país no lo hubiera captado...
La gente que estuvo en La Habana vivió ese proceso. Hubo una reconciliación entre los que estuvieron allá. Lo triste es que la sociedad colombiana no ha reconciliado.
¿Cómo es un día de su vida?
Me levanto muy temprano. Tengo una rutina: no importa donde esté, no me ducho antes de correr en la calle.
¿Cuánto corre?
Cinco kilómetros diarios.
¿Bajo cualquier condición?
He corrido bajo la nieve, en verano, en cualquier parte. Celebro la misa diaria muy temprano.
¿Qué significado tiene la misa para usted?
Para mí es muy importante participar en esa experiencia del misterio de Jesús que se reúne con sus amigos porque sabe que lo van a matar, que lo que se viene es la crucifixión, entonces entrega simbólicamente su cuerpo y su sangre en el pan y el vino, entrega su vida. A mí eso me hace mucha falta, celebrar esa tradición que es la pasión de Dios por el ser humano. Creo que es lo más hondo de la espiritualidad simbolizada a través de nuestro vínculo con la naturaleza: el vino de uva y el pan de trigo.
¿Después de trotar y celebrar la misa qué hace?
Leo la prensa. Inmediatamente después de eso me pongo a trabajar.
¿En qué consiste el trabajo de la Comisión de la Verdad?
Es la búsqueda de un relato común donde todos nos veamos reflejados.
¿Hay antecedentes a su programa?
El Centro de Memoria Histórica ha hecho un trabajo extraordinario. La pregunta que nos hacemos es qué nos falta añadir a esa memoria, a esos relatos. Ahora nosotros esperamos poder dar una explicación a esas recopilaciones.
Debe ser duro recibir toda esa carga de dolor...
Es posible llevarlo si se tiene experiencia del silencio. Creo que cualquier persona necesita experimentar un rato diario en silencio, eso transmite la confianza de que más allá de uno hay un misterio que a uno lo acoge y lo recibe y lo ama. Eso da mucha fortaleza.
Es decir, meditar...
Creo que la meditación es lo profundo de cualquier religión. También creo que esa es la experiencia profunda de Jesús. Pero ahora no estamos hablando de teología.
¿Aún conserva la fe?
Sí, la fe para mí ha sido un camino en medio de las sombras. Si bien es tan profunda, es una búsqueda en medio de preguntas. Es una presencia en la ausencia, pero la fuerza de la presencia uno la siente cuando la pone en práctica en lo más íntimo.
¿Se entiende bien con los agnósticos?
No solo eso, muchos de mis amigos lo son. Y valoro a los agnósticos que entregan la vida por los demás, pues creo que en eso hay una espiritualidad grandísima. No importa que no llamen a eso el misterio o la fe. No me es fácil usar la palabra Dios porque ha sido muy manipulada.
¿Cree que Dios está vivo?
Recuerdo a comienzos de los setenta un artículo en la revista Time titulado “Dios ha muerto”. Un periodista va consultando sobre el tema y una de las personas a quienes interroga es al obispo Robinson, autor del libro Honest to god. El periodista le pregunta “¿Qué opina sobre la muerte de Dios?” y el obispo contesta: “Me sorprende que me digan que está muerto porque justo esta mañana estuve conversando con él” [risas].
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Colômbia. El alma de la reconciliación - Instituto Humanitas Unisinos - IHU