Ya se agotaron las palabras para describir la tragedia de miles de familias que, a diario, desde el maltratado, conquistado, empobrecido y olvidado sur del mundo emprenden el arriesgado viaje de la esperanza hacia el norte.
La crisis migratoria continúa sembrando víctimas inocentes.
De acuerdo con datos oficiales del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (
ACNUR), el año pasado más de un millón de personas -el 40 por ciento menores de edad y el 25 por ciento mujeres- han tratado de cruzar el
Mar Mediterráneo rumbo a las costas de
Grecia e
Italia, para después dirigirse hacia el norte de
Europa.
En su mayoría proceden de
Siria,
Afganistán,
Iraq,
Nigeria y
Eritrea. Escapan de la guerra y la miseria. Muchas ellas no lo logran. Entre 2013 y 2015 un aproximado de 11.000 personas han fallecido en el intento, es decir casi 11 personas por día. Una tendencia destinada a mantenerse durante el 2016.
El plan de la
Unión Europea para atender a los refugiados -pero no los migrantes por razones económicas- ha fracasado. Después de un año, de un total de 120.000 solicitantes de asilo que iban a ser redistribuidos entre los 27 países de la
Unión Europea, solamente se han atendido a menos de 500.
Pietro Ruffolo es coordinador para las políticas europeas de la Federación de Trabajadores de la Agroindustria (
FLAI), que integra la Confederación General Italiana del Trabajo (
CGIL).
La Rel conversó con él sobre esta dramática situación.
¿Qué está ocurriendo en Europa?
-Hay un éxodo masivo de personas que huyen de la guerra y la pobreza, y los países de la
Unión Europea han sido incapaces de tomar decisiones y coordinar acciones conjuntas, asegurando un justo equilibrio entre el deber moral de brindar hospitalidad y el deber político de garantizar la seguridad de los ciudadanos.
Levantan barreras y vallas como en las fronteras entre
Hungría y
Serbia,
Turquía y
Grecia,
Macedonia y
Grecia,
Bulgaria y
Turquía,
Austria y
Eslovenia,
España y
Marruecos. Y el
Reino Unido está costeando la construcción de un muro en las afueras de Calais, en territorio francés, para que los migrantes no crucen el
Eurotúnel bajo el Canal de la Mancha.
Además se han mostrado disponibles para acoger solamente a
los refugiados, y no a las miles de personas que huyen de la pobreza y la miseria buscando un futuro mejor.
¿Quién se está aprovechando de esta situación?
La nueva derecha europea, profundamente
xenófoba y racista, que juega con los miedos más arraigados de la población y alimenta un fuerte populismo anti-inmigrante.
Lo estamos viendo en
Alemania, donde
Alternativa para Alemania (AfD) obtuvo el 22 por ciento de los votos en las elecciones del estado federado de Meclemburgo-Pomerania Occidental, o en
Finlandia, donde el
Partido de los Auténticos Finlandeses apoya al gobierno y controla la cartera de Exteriores.
Lo mismo ocurre en
Dinamarca,
Suecia y
Noruega, donde el gobierno danés depende del apoyo del ultraderechista
Partido Popular Danés (DF), los
Demócratas de Suecia (SD) podrían situarse pronto como la primera fuerza política del país, y el
Partido del Progreso(FrP) está cogobernando con los conservadores noruegos.
Una situación muy similar la encontramos en
Austria, en varios países de
Europadel Este y en
Francia con el
Frente Nacional. Paralelamente, la
Unión Europea vive bajo la constante presión política de la
Turquía que, según estimaciones oficiales, alberga a casi 4 millones de prófugos.
¿Cuáles son los miedos que aprovecha esta nueva derecha?
La crisis económica y social que se ha desatado a partir del 2008 ha venido cercenando certezas consolidadas, sobre todo en términos de trabajo y de calidad de vida. Además, la amenaza del terrorismo ha creado un ambiente de inseguridad, que es aprovechado por estos movimientos que ofrecen medidas radicales y populistas.
Es una
Europa cada vez más intolerante y replegada sobre sí misma. La socialdemocracia europea no tiene un proyecto alternativo, y su debilidad estructural no permite conjugar la exigencia de tutelar la seguridad ciudadana con la inclusión de
los inmigrantes como recurso, y no como peligro para los países.
De eso se aprovecha la nueva derecha, que usa al inmigrante como chivo expiatorio para generar más temor y sacar rédito político.
¿Qué hacer, entonces?
Creo que una de las posibles soluciones es invertir, donde las condiciones lo permiten, en los países de origen de
la migración internacional. Lamentablemente, aún no existe una política común de cooperación con estos países, ni la capacidad de cada nación de explicar a sus ciudadanos la importancia de destinar parte del presupuesto a ese tipo de inversión.
Es un ejemplo más de la debilidad y del estancamiento de la
Unión Europea.
También precisamos invertir recursos para abrir corredores humanitarios para los civiles, víctimas de las guerras, como es el caso de
Siria.
Tampoco podemos olvidar el papel que el sindicato tiene que jugar en este escenario, porque en nuestro ADN llevamos no sólo el valor del trabajo, sino también valores universales como la solidaridad, la hospitalidad, la inclusión, que son respuestas certeras a la tentación populista y xenófoba que está permeando
Europa.