30 Mai 2018
Marx escribió que “la revolución era un salto del tigre hacia el pasado”. En la revuelta de abril, el tigre nica, su juventud insurreccionada, se apoyó en el pasado para saltar hacia un futuro que no repita el presente. ¿Cómo lo hizo, como sucedió lo inimaginable? Abril 2018 no hubiera sido posible sin las redes sociales. El tigre que saltó en Nicaragua vive ya en la era de la información.
O artículo es de José Luis Rocha, investigador asociado del Instituto de Investigación y Proyección sobre Dinámicas Globales y Territoriales de la Universidad Rafael Landívar de Guatemala y de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de El Salvador, publicado por Revista Envío, 28-05-2018.
Cuentan que el 31 de mayo de 1911, cuando el dictador mexicano Porfirio Díaz estaba a punto de abordar en Veracruz el barco que lo llevaría a su exilio en París después de haber perpetrado su último fraude -el único fallido en sus más de tres décadas de gobierno- contra el Partido Antirreeleccionista liderado por Francisco Madero, emitió una de las frases más proféticas de las muchas harto memorables que se le atribuyen: “Madero ha soltado al tigre, vamos a ver si puede controlarlo.”
El tigre es el pueblo, pero no cualquier “pueblo”: es el pueblo de las revueltas, asonadas y turbulencias, capaz de excesos y acciones imposibles de vaticinar como la Primavera árabe, la caída del muro de Berlín, el derrocamiento del Sha de Irán en cuestión de horas, las masivas deserciones del ejército del Zar que precedieron a la Revolución de Octubre… No hubo sibila ni analista social capaz de otear los síntomas previos de estos levantamientos en un horizonte que hasta la víspera lucía despejado. Por eso la historiadora Theda Skocpol sostiene que las revoluciones no se producen, simplemente ocurren.
El tigre nica parecía reposar en prolongado letargo. Algunos hablaban de la fatiga de la guerra de los 80. De la apatía política de las nuevas generaciones de jóvenes. Otros de la decadencia y cooptación de los movimientos sociales. En todo caso, es un hecho que los nicaragüenses resistimos la subida del IVA al 15% y otras reformas fiscales impopulares, desde 2008 no menos de cuatro fraudes electorales, al iniciar el siglo 21 un pacto de villanos entre el FSLN y el PLC, los dos partidos políticos más fuertes. Resistimos la inconstitucional reelección consecutiva de Ortega, la persecución de las ONG y el desmantelamiento de la independencia de los poderes del Estado sin serias conmociones, aunque no sin protestas y propuestas.
Los cuatro gobiernos de la posguerra civil de los años 80 (doña Violeta, Alemán, Bolaños, Ortega), de muy diverso cuño cada uno, tuvieron un denominador común: al turismo y a la inversión extranjera les vendieron a Nicaragua como un remanso de paz, en marcado contraste con el triángulo norte de Centroamérica. Hasta ahora, cuando alguien o algo soltó al tigre en Nicaragua. O el tigre saltó porque le tocaron los huevos…
¿Cómo le tocaron los huevos al tigre? Todo empezó con las protestas que suscitó el negligente manejo que todas las entidades estatales, que funcionan a una sola voz centralizada, hicieron del incendio en la reserva Indio-Maíz, que se comió más de cinco mil hectáreas de bosque. El incendio forestal empezó a propagarse como incendio político a todo el país cuando jóvenes universitarios se manifestaron, protestaron y fueron vilipendiados por Edwin Castro, jefe de la bancada del FSLN en la Asamblea Nacional y ya ex-profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Centroamericana (UCA) de Managua.
A los insultos del diputado (“am¬bien¬talistas de computadora, que tratan de lucrarse de la desgracia”), un grupo de estudiantes respondieron irrumpiendo en su clase el jueves 12 de abril y, al grito de consignas, uno de ellos a horcaja-das sobre una ventana a modo de exótico podio, dieron lectura a un comunicado en el que le advertían “¡No te vamos a dejar en paz ni a vos ni a ninguno!”. Otras le gritaron “corrupto, ladrón y sinvergüenza”.
(Foto: CPAL Social)
La grabación de este episodio se multiplicó en las redes sociales. Algo se había quebrado. ¿Qué se rompió? Un tabú. Edwin Castro fue el primer funcionario del régimen en recibir un repudio explícito en un ámbito que seguramente consideraba como un coto vedado a sus adversarios. Ocurrió lo impensable e impracticable. Y ese reporte audiovisual se diseminó como semillas de ceibo.
Cuatro días después, con los rescoldos aún humeantes del encontronazo con Castro, vino la aprobación sin consenso de las reformas a la seguridad social: 5% de reducción mensual de las pensiones y un aumento de las cotizaciones desde el 6.25% al 7% para el trabajador y del 19% al 22.5% para el empleador.
Fue el inicio inmediato que rebalsó un acumulado de dos quinquenios y pico: el destape en enero de las millonarias mansiones que en Costa Rica y en España compró el Presidente del Poder Electoral Roberto Rivas, el monopolio de los canales de televisión por los hijos de Ortega-Murillo, las concesiones a las empresas mineras, el monopolio en manos de la familia de las empresas que prestan servicios de salud a la seguridad social, los oligopolios del mercado de medicamentos en manos similares… Un larguísimo etcétera que llenaría tratados y enciclopedias.
El tigre saltó con rabia a las calles. Los movimientos sociales los integran los tigres. Los cambios sociales los hacen los tigres: las masas viscerales. Los reclamos de un cambio se hacen así, con las vísceras, por la sencilla razón de que los poderosos se resisten a que les arrebaten lo acumulado mediante el diálogo, las razones y las palabras persuasivas. En su libro “Redes de indignación y esperanza”, el sociólogo catalán Manuel Castells, que ha acompañado y estudiado por décadas diversos movimientos sociales -desde el de mayo del 68 en París hasta el de los indignados en España-, destaca el papel de las emociones en la política. Si el poder busca cohibir el cambio amedrentando a la población, el contrapoder logra sus objetivos cuando el tigre vence el miedo y se llena de ira y de esperanza.
Los jóvenes ambientalistas en protestas marcaron un punto de inflexión: pérdida del miedo y hervor de la ira. La ira pudo ser canalizada porque encontró un punto de convergencia: el FSLN, en estos momentos identificado con todas las formas de expolio: el despilfarro de los recursos de la se¬gu¬ridad social, las mafias madereras y la deforestación, el extractivismo, incluso el narcotráfico, entre otros males acuciantes.
Sucedió ya en tiempos de Somoza. El somocismo era un sistema ligado a dinámicas supranacionales del capitalismo, que escapaban a su control y lo trascendían. En ese sentido, no era responsable exclusivo de todos los males. Pero como era un sistema bien incardinado en esas dinámicas y tenía un hombre fuerte que lo encarnaba -Anastasio Somoza-, la rabia pudo encontrar un objetivo concreto y un lenguaje sugerente y ser canalizada. El FSLN es el nudo frontal de los expolios. No es su causante exclusivo y no dudo que la mayoría de ellos existiría incluso en ausencia del FSLN, como ocurre en el resto de Centroamérica, donde son expoliadores partidos políticos que, ni en raíces ni en retórica guardan afinidad con el FSLN, si exceptuamos -y sólo hasta cierto punto- al FMLN salvadoreño.
Lo que ha sucedido en Nicaragua en las últimas dos décadas -incluso antes de asumir Ortega el poder en 2007-, es que el FSLN de Ortega les ha insuflado aliento a los expolios, les ha dado forma y los ha provisto de manos y cabezas. Además, ha aportado su particular versión de los métodos para perpetuar el sistema, una versión no enteramente original si levantamos un poco la vista para ver más allá de la Nicaragua de este 2018: usan gamberros que contienen a la oposición a morterazos, compran clientela política con cargos sin poder -pero con figuración-, entregan láminas de zinc y sacos de frijoles, proclaman un estado confesionalmentre cristiano, se autoidentifican como socialistas, y lo maquillan todo con una cosmética kitsch que abigarra con colorines las bancas de la calle, las pancartas y toda la comunicación oficial.
En las calles de Managua, impregnada hasta el hartazgo por la colorida cosmética oficial, como una forma de apropiación política del espacio público, la rabia de este abril se ha cebado en los megarótulos de la pareja y particularmente en los “chayopalos”, también llamados “arbolatas”, bautizados por Rosario Murillo como “árboles de la vida”, gigantescas estructuras de hierro sembradas por toda la capital, hasta contar 140 de ellas. Son símbolos del régimen.
Sobre ellos se ha ensañado en la revuelta de abril la odio¬¬¬sa, pero recurrente, economía jurídica del ojo por ojo. En desquite por la negligencia con la que el gobierno enfrentó el incendio en la reserva Indio-Maíz, los manifestantes empezaron a deforestar Managua, derribando y quemando sin misericordia varios “chayopalos”, en la que llamaron “reserva Chayo-Maíz”.
El incendio político iniciado el 18 de abril se extendió a numerosos puntos de la capital y a decenas de municipios del país. El asedio al que los manifestantes fueron sometidos por policías, fuerzas antimotines y miembros de la Juventud Sandinista cobró al menos 46 muertos comprobados, con un sobresaliente desbalance en perjuicio de las fuerzas de la oposición.
Esa represión atizó la rabia y la creatividad. Provocó lo que Manuel Castells llama una “revolución rizomática”, un concepto que le fue sugerido por Isidora Chacón. De acuerdo con la Wikipedia, un rizoma es un “tallo subterráneo con varias yemas que crece de forma horizontal emitiendo raíces y brotes herbáceos de sus nudos. Los rizomas crecen indefinidamente y cada año producen nuevos brotes”. Gracias a las redes sociales, el levantamiento de abril contra el gobierno Ortega-Murillo tuvo todas esas características: horizontalidad y expansión indefinida a partir de pequeños brotes de malestar que se van conectando y produciendo nuevos brotes. Sólo la rabia acumulada fue lo subterráneo del rizoma.
A la decisión expresa, seguida de órdenes incuestionables de Rosario Murillo, se le atribuye la dotación de wi-fi gratuito en parques y otros espacios públicos. A partir de 2014 el gobierno pobló de supercarreteras el espacio virtual.
Si había algún negocio personal tras esta generosa decisión, no lo sé. Somoza fue tapizando las calles de Managua y algunas carreteras con los adoquines que producía en la fábrica de su propiedad. Somoza el estadista le compraba adoquines a Somoza el empresario. Con el tiempo, esos adoquines sirvieron para derribar su régimen: fueron la ubicua materia prima de las barricadas insurreccionales. El wi-fi fue a la insurrección de abril lo que los adoquines a la insurrección antisomocista de hace ya cuarenta años. Las calles virtuales y las calles físicas ofrecen muchas oportunidades para comunicar horizontalmente el descontento.
¿Por qué Murillo señaló en marzo, en vísperas de la insurrección de abril, que veía un peligro en las redes sociales? En las últimas dos décadas, los jóvenes -principales usuarios de ese wi-fi- habían sido objeto de reproches que revelaban más las nostalgias de los analistas que los profirieron que la verdadera textura moral y política que suponían los analistas que debían caracterizar a los jóvenes.
Varios estudios de un par de años atrás pintaban a la juventud nicaragüense como apática, apolítica, acomodada, no comprometida con la realidad del país… Para decirlo con el lema que socarronamente acuñó un historiador costarricense con la intención de mostrar las entretelas del giro que ha dado la cultura política, la juventud habría sustituido el aguerrido “Patria libre o morir” por el más prudente “Patria libre o lesiones menores”. Quizás ni eso siquiera concedían los estudios y análisis. La afición juvenil a las redes sociales era interpretada más como una evasión de lo nacional que como una inmersión en lo mundial. La globalidad virtual los había enajenado del país real.
Los análisis que atribuían apatía política a la juventud nicaragüense interpretaban sus actuaciones con los viejos baremos de lo que es la política: acciones políticas y recursos para la movilización social.
Análisis y estudios no se habían interesado siquiera por explorar los resortes de la sensibilidad política de la juventud, basados en un sistema de valores que no coincide exactamente con el que tuvo la juventud de los años 70. Diversas voces dijeron que hace ya cinco años, en el levantamiento de #OcupaINSS?, también gestionado por las redes, lo que más conmovió a los jóvenes fue ver a ancianos jubilados apaleados por agentes de la Policía Nacional. Cuentan que lo que ahora encendió la mecha en León fue ver multiplicada en las redes cómo jóvenes de la Juventud Sandinista derriba¬ban a un anciano hipertenso y diabético que salió a la calle a protestar porque le quitarían el 5% de su pensión. Caminaba pacíficamente con otros, cuando lo lanzaron violentamente al pavimento.
En una estrecha concepción de lo político, las denuncias que hacía la juventud en las redes sociales no eran computadas como acciones políticas. La raíz de esta ceguera fue el desconocimiento del potencial y de las formas de lucha que corresponden a los nuevos instrumentos de la era de la información, un tema al que Manuel Castells ha dedicado millares de páginas y cuyo marco teórico ha aplicado a recientes movimientos sociales.
(Foto: CPAL Social )
Según Castells, el movimiento de los indignados en España “empezó en las redes sociales de Internet, que son espacios de autonomía en gran medida fuera del control de gobiernos y corporaciones que, a lo largo de la historia, han monopolizado los canales de comunicación como cimiento de su poder”.
“Compartiendo dolor y esperanza en el espacio público de la red, conectándose entre sí e imaginando proyectos de distintos orígenes, los individuos formaron redes sin tener en cuenta sus opiniones personales ni su filiación. Se unieron. Y su unión les ayudó a superar el miedo, esa emoción paralizante de la que se vale el poder para prosperar y reproducirse mediante la intimidación o la disuasión y, si es necesario, mediante la pura violencia, manifiesta o impuesta desde las instituciones. Desde la seguridad del ciberespacio, gente de toda edad y condición se atrevió a ocupar el espacio urbano, en una cita a ciegas con el destino que querían forjar, reclamando su derecho a hacer historia -su historia- en una demostración de la conciencia de sí mismos que siempre ha caracterizado a los grandes movimientos sociales”.
La rebelión de abril siguió ese guion. Las redes sociales fueron el instrumento para que los jóvenes superaran la presión que el régimen orteguista ha impuesto durante años a los medios de comunicación y la censura que impuso en abril a varios de ellos. Las redes sociales fueron también la herramienta que les hizo superar también el miedo provocado por las turbas y antimotines que han dominado durante años las calles del país.
La victoria sobre el miedo y una rabia creciente fueron el impulso para recuperar las calles, donde en once años no se había logrado escenificar un repudio tan contundente al régimen. Si los jóvenes -como dice una amiga- saltaron del Facebook al país real, la lucha saltó del ciberespacio a las calles de Managua, a las de León, a las de Masaya, a las de Bluefields… Y esa lucha en dos escenarios, el virtual y el callejero, hizo realidad lo que antes eran simulaciones virtuales: destrucción de “chayopalos”, surgimiento de nuevos líderes, incontables memes que hacían burla de Ortega y de Murillo, sentimientos de hermandad y de nacionalismo expresados en miles y miles de banderas azul y blanco, en iniciativas que quieren pintar de blanco y azul cunetas, postes, bancas, paredes... por todo el país.
En el ciberespacio se imaginó y se llegó a planificar lo que después se ejecutó en los espacios físicos. En un círculo virtuoso continuo, los acontecimientos de las calles fueron reflejados y magnificados por las redes sociales, dignificados por las reelaboraciones audiovisuales y agigantados por obra de una especie de megáfono nacional y global.
Las redes sociales fueron la plataforma desde la cual, en cuestión de un par de días, ciudadanos sin poder que hasta entonces habían llevado una vida inocua para el régimen, se proyectaron como líderes legendarios: la resistencia del pueblo monimboseño y el Comandante Monimbó (Fernando Gaitán, también apodado Comandante Caperucita), los comerciantes del mercado de mayoreo que amenazaron a las turbas con sus pistolas, los estudiantes atrincherados en la UPOLI que fueron entrevistados en CNN, la resistencia en cientos de videos de los barrios que rodean esa universidad y el rap “Plomo” con el que Erick Nicoyas González sintetizó la épica jornada y encendió los ánimos, entre otras muchas manifestaciones, personajes y exabruptos de la revuelta, que primero dieron la vuelta aparecieron después en los medios de comunicación tradicionales y en los internacionales.
Las redes sociales posibilitaron que ésta fuera una rebelión sin vanguardia, con todas las virtudes y los inconvenientes que esa condición lleva aparejados. La gran virtud es que fue una revuelta de gente común y corriente, no de militantes de partidos o de movimientos sociales establecidos. La revuelta del tigre nica coincide con la de los indignados en España y con los movimientos del Medio Oriente por su no identificación partidaria y por no tener representación. También, por dos carencias llamativas: sin dinero y sin miedo.
Contra la idea generalmente aceptada de una globalización digital fuera del espacio y las fronteras, Frédéric Martel sostiene que, “por sorprendente que pueda parecer, Internet no suprime los límites geográficos tradicionales ni disuelve las identidades culturales ni allana las diferencias lingüísticas, sino que las consagra”.
El uso que los jóvenes hicieron de las redes sociales durante la revuelta callejera/virtualera fue una muestra de cómo el sentido del humor nicaragüense era una magnífica herramienta de lucha y un instrumento para informar a la comunidad internacional sobre lo que estaba sucediendo en el país.
Proliferaron los memes, audios y videos imitando la parsimoniosa voz de Daniel Ortega, quien reitera una y otra vez las mismas palabras. No escasearon las fotografías de Rosario Murillo en pose, atuendo y frases de bruja. Cuando dio inicio la campaña de quema y tala de los “chayopalos”, se hizo célebre la fotografía de la Vicepresidenta ardiendo entre llamas y exclamando que perdía poder a medida que sus “árboles” iban siendo abatidos.
La irreverencia del Güegüense brotó a borbollones. Lo hizo con solemnidad y con procacidad. Lo hizo primero en los espacios virtuales, donde los jóvenes profanaron todos los símbolos del sandinismo new age, saturado de colorines y rótulos de la pareja. Lo hizo luego en las calles, donde jóvenes universitarios, trabajadores y desempleados, adultos de clase alta, media y baja, fundidos en las rotondas y plazas en un crisol interclasista y equipados con sierras eléctricas, derribaron gran parte de la iconografía de la Managua “amurillada”, genial término con el que Mónica Balto¬da¬no se refiere al ascendiente que a partir de 1998 comenzó a ganar Rosario Murillo dentro del FSLN, en un texto publicado por Envío en 2014, en el que la comandante guerrillera enumera las mutaciones experimentadas por el partido rojinegro.
La recuperación de los espacios públicos -que el régimen de Ortega hiperpolitizó- se expresó en los días de abril, y aún después, a veces con meticulosidad de hormiga, a veces con impetuosidad de tsunami, siempre como una tarea ineludible para minar el poder, expresar el contrapoder, aterrizando desde el etéreo espacio digital hasta el territorio geográfico.
Hay otro rasgo de las luchas sociales de este tiempo que también consagra lo local al tiempo que lo proyecta global¬mente. Es un rasgo cuyas implicaciones van más allá de ese po¬lo en lo tradicional local, aunque sea ése su punto de parti¬da. Es el uso de la tradición revolucionaria.
Los jóvenes, ellos y ellas, recurrieron desde el primer día de la protesta por Indio-Maíz emprendieron esa suerte de impugnación popular a Edwin Castro en las aulas de la UCA, recurrieron a consignas extraídas de la alforja revolucionaria: “¡Alerta, alerta que camina, la lucha ambientalista por Indio-Maíz!”, corearon los estudiantes al aproximarse al aula del diputado-catedrático.
En las marchas que siguieron es frecuente escuchar “El pueblo unido, jamás será vencido” y las canciones que los Mejía Godoy compusieron en los años 70 para narrar, orientar y alentar los movimientos sociales contra Somoza. “¡Que vivan los estudiantes!” de Violeta Parra y otras canciones de Los Guaraguao han sido usadas durante años en todos los actos del FSLN.
Ahora, estas mismas canciones han vuelto a ser entonadas, con mucha más propiedad y pertinencia, por estudiantes en rebeldía contra un régimen que los reprime, por estudiantes que en verdad “son aves que no se asustan de animal ni policía”… o que sí se asustan, con justa razón, pero que los enfrentaron.
(Foto: CPAL Social)
El tigre se mueve cómodo en los espacios virtuales y desde ahí saltó a las calles. Lo sorprendente es que ese tigre haya recurrido a la tradición revolucionaria para dar concreción local a su lucha. O quizás para legitimarla ante cierto auditorio. A este uso de la tradición le llamo -siguiendo a Marx- “el salto del tigre”.
Marx escribió que la revolución era un salto del tigre hacia el pasado. Walter Benjamin, en “Tesis de filosofía de la historia” desarrolló esa idea: “Para Robespierre la antigua Roma era un pasado cargado de ‘tiempo actual’ que él hacia brotar del continuum de la historia. La Revolución Francesa era entendida como una Roma restaurada. La revolución repetía a la antigua Roma tal como la moda a veces resucita una vestimenta de otros tiempos. La moda tiene el sentido de lo actual, dondequiera que sea que lo actual viva en la selva del pasado. La moda es un salto de tigre al pasado. Pero este salto se produce en un terreno donde manda la clase dominante. El mismo salto, bajo el cielo libre de la his¬toria, es el salto dialéctico, en el sentido en que Marx comprendió la revolución”.
Obviamente, los jóvenes no proponen un retorno al pasado. En ningún momento han expresado una idealización del pasado sandinista. Pero el giro que proponen se viste de pasado para poder avanzar hacia un futuro que no repita este presente.
Hay por lo menos dos razones para “hablar y cantar en pasado”. En primer lugar, porque necesitan arrebatarle la antorcha de la izquierda al FSLN. Así se han presentado ante el pueblo de Nicaragua y ante la comunidad internacional, donde todavía quedan muchos comités de solidaridad trasnochados que engullen, con cáscara y semilla, toda la retórica del FSLN y no le dan seguimiento a sus abusivas políticas neoliberales.
En segundo lugar, cantan el pasado porque han escuchado esas historias en sus casas, de boca de sus abuelos y padres, y porque intuyen que deben hablar en un lenguaje comprensible a los adultos para organizar la revuelta en términos de revuelta. Por medio de ese lenguaje pueden eludir la ambigüedad y no dejar margen de duda sobre sus propósitos.
La rebelión de abril es un pasado cargado de tiempo actual o un tiempo presente pletórico de simbología del pasado. Por eso resultó tan significativo el estallido en Monimbó, el emblemático barrio indígena de Masaya, que inició con una marcha pacífica de los pensionados y que se convirtió en una resistencia a las fuerzas orteguistas desde las barricadas, una rebeldía que dejó cuatro muertos y decenas de heridos. Los monimboseños han sido pioneros en la lucha, su rebeldía fue el detonante de la lucha antisomocista y lo fue ahora de la lucha anti-orteguista. Por eso también hablar de Movimiento “19 de abril”, evocando el 19 de julio. Por eso, la insistencia en corear “¡Daniel y Somoza son la misma cosa!”. Las redes sociales han sido un instrumento global formidable para expresar la lucha en términos de un pasado local.
Otro ámbito en el que las redes sociales jugaron fueron claves en la revuelta de abril fue el de la construcción de una especie de consenso acelerado. El proceso se desarrolló grosso modo así: la cúpula empresarial agremiada en el COSEP emitía un comunicado convocando a una marcha, el comunicado circulaba en cuestión de minutos de whatsapp en whatsapp, luego circulaban comentarios o rechazos o burlas, incluso algún artículo de análisis… y en pocas horas estaba constituido un veredicto sobre qué es lo que tramaban los empresarios o qué es lo que tal vez sabían ellos... Al final, la marcha no fue de los empresarios, fue de todo mundo, una megamarcha nunca vista antes en Managua.
Tenía efecto así una especie de construcción vertiginosa de sentido común. Le llamo así porque el problema y los juicios, aunque no carecían de matices, empezaban siendo formulados en una babel de opiniones y terminaban siendo expresados básicamente en los mismos términos.
Sucedió así con la conclusión más importante que se sacó al humo de los fusiles: después de más de 40 muertos no estamos situados en el mismo punto y no basta con dar marcha atrás a las reformas a la seguridad social. Nicaragua no es la misma y éste ya no es un asunto de “un” problema y una errada política puntual. Es una saturación de problemas que han puesto en cuestión todo el sistema político.
A este giro, a este “cambio de país”, a esta conclusión, se arribó por medio de la combinación de la sensibilidad juvenil por múltiples causas y del uso de las redes sociales. Ambas permitieron partir de lo que Ernesto Laclau llamó la lógica de la diferencia y aproximarse a la lógica de la equivalencia.
Los jóvenes empezaron con demandas sociales que podían haber sido respondidas y reabsorbidas una a una por el sistema (un incendio forestal mal gestionado, necesarias reformas a la seguridad social…), pero pronto se colocaron -al menos en su clímax- en la ruta para derivar en reclamos que suscitan o establecen una relación de solidaridad con otras demandas y que por eso han sido -o pueden convertirse en- una demanda contra todo el sistema.
El hecho de que el FSLN de Ortega-Murillo encarne el sistema facilita mucho la convergencia de las múltiples luchas en una sola. Ortega quiso retornar a la lógica de la diferencia y responder a una de las demandas individuales (la reforma a la seguridad social), pretendiendo no percatarse de que las redes sociales -vehículo de denuncia de los asesinatos y las torturas- posibilitaron el salto hacia la lógica anti-sistémica de la equivalencia.
Ese salto fue posible por medio de reflexiones rizo¬má¬ti¬cas que circularon por las redes y que se fueron colando en las conciencias hasta formar un conocimiento también rizo¬mático: horizontalidad y expansión indefinida a partir de pequeños brotes de malestar, que se suman al punto de partida original. El gobierno Ortega-Murillo se empeña en seguir operando como antes, como si no se hubiera formado ese sentido común que nos situó en la lógica de la equivalencia. Desde esa monumental ignorancia está armando una estrategia que sólo podría conducir a un mayor derramamiento de sangre.
Desde el inicio de la revuelta, y en medio del vacío de voces creíbles, la voz del episcopado católico emergió como la voz del principal actor político. El rechazo a los políticos de carrera fue tácito pero contundente durante la revuelta de abril. La fuerza moral de obispos y párrocos no debe dejar de abrevar en el pozo de la sangre derramada. De ahí obtendrá más fuerza. La intolerancia a la barbarie cometida debe ser nuestro sello nacional y la iglesia católica tiene una tradición martirial que le permite extraer esperanza del sacrificio.
La iglesia católica se erigió con autoridad en el gran personaje de este drama a partir de las decididas y lúcidas declaraciones con que el obispo auxiliar de Managua Monseñor Silvio Báez analizaba la actuación represiva del gobierno y a partir de llamar a los jóvenes rebeldes “la reserva moral de la nación”.
Selló la iglesia católica su ascenso a un rol estelar asumiendo la mediación del diálogo nacional y convocando a una torrencial marcha -la más concurrida de todas hasta la fecha- el sábado 28 de abril.
A todas luces, aunque preñada de símbolos religiosos, fue una procesión con un incuestionable peso político. Y por esa misma razón fue un mentís al matrimonio FSLN-Catolicismo que Ortega y Murillo han procurado sugerir en los más solemnes actos oficiales mediante la reiterada aparición del ex-arzobispo de Managua y cardenal Miguel Obando y Bravo, su cardenal de bolsillo. A partir de ahora, decenas de miles expresaron que el catolicismo se desmarca del orteguismo.
Prominentes líderes evangélicos se han mantenido al margen, una forma de autoexcluirse de la revuelta. El pastor de Hosanna, la megaiglesia neopentecostal más grande y opulenta de Nicaragua, en su alocución del domingo 29 de mayo dejó clara su resistencia a lanzar un polo a tierra cuando emitió la que fue su declaración presuntamente más beligerante: “¡Hay que pedir la intervención directa de Dios!”
En ese contexto, la iglesia católica -con la ventaja de una estructura piramidal de la que carece la miríada de denominaciones evangélicas- emerge como el principal interlocutor con institucionalidad sólida.
Desde que se silenciaron los fusiles de los antimotines, desde que la gente marchó por centenares de miles en las calles, en la marcha convocada por los empresarios y en la de cinco días después convocada por los obispos católicos, desde que comenzó a organizarse el diálogo nacional, el tigre sigue inquieto.
La fuerza movilizadora de los estudiantes es el corazón del tigre que aterró al orteguismo durante una semana. El tigre sigue inquieto y amenaza con volver a las calles si no se le concede la renuncia de Ortega y de Murillo, sólo una de sus peticiones.
El tigre no tiene una cabeza visible. Ésa es una debilidad, aunque también una fortaleza porque priva al orteguismo de la oportunidad de abatirlo de un mazazo. Las redes sociales le resuelven al tigre el problema de la comunicación y le abrieron incluso el
chance de actuar con la simultaneidad que solía ser típica de los movimientos sociales bien articulados. Pero eso no le resuelve al tigre los vacíos de representatividad y de organicidad. Es posible que las redes sociales sigan supliendo este vacío mediante la acelerada construcción de sentido común en cuestión de minutos, pero esa construcción puede no ser operativa en una mesa de negociaciones, donde Ortega y Murillo buscarán cómo empantanar las pláticas y marear al tigre.
El tigre podría desesperarse y retornar a jugarse el pellejo a las calles, cuyo monopolio arrebató al orteguismo, pero donde el orteguismo tiene capacidad de seguir enfrentándolo con aquel grupo que Marx llamaba lumpen-proletariado, fuerza que constituyó en el París del siglo 19 el grupo de choque de Luis Napoleón Bonaparte contra las masas revolucionarias.
Tendríamos así en Nicaragua, y como consecuencia de la revuelta de abril una nueva modalidad de lucha de clases: el estudiantado -económicamente diverso, pero con hábitos y aspiraciones de estratos medios- versus los muchachos de los barrios marginales que no tienen acceso a la educación superior y que ven en los universitarios a un grupo privilegiado y en un ascenso social que a ellos se les niega. Un enfrentamiento así se debe evitar a toda costa.
¿Qué pedirle a los actores que irán al diálogo? El empresariado y la jerarquía católica deberían llegar a fondo y no quedarse en medias tintas. Justicia incondicional. Paro nacional, si fuera preciso. Llegó la hora de olvidarse de la bolsa y de dejar de ser arrastrados por el pundonor.
Los obispos no deben hablar con mesura. Hacerlo es una burla a las vidas perdidas. El empresariado tiene que decidir si la estabilidad que ansía la puede conseguir mediante el continuismo de su romance con Ortega o mediante una ruptura con ellos y su decidido apoyo a quienes luchan por defenestrarlo. Su fuerza económica puede amedrentar no sólo al gobierno, sino sobre todo al ejército, que cuida sus intereses corporativos y que será, en última instancia, el principal bastión donde se juegue la continuidad o la derrota.¬
El tigre necesita organicidad y liderazgo. Uno novedoso y rotativo, de donde no emerja el nuevo Daniel Ortega o el próximo Jasser Martínez. Necesita creatividad para no dejarse provocar, para construir un liderazgo no caudillista y para innovar con otras formas de lucha, dejando a un lado la “guerra de marchas”. Pero no debe abandonar las calles que con tanto coraje recuperó para el derecho a disentir.
Si se enfrasca en luchas intestinas y se ahoga en los protagonismos individuales, perderá lo que ha sido hasta el momento su fuerte: su ubicuidad, su construcción rizomática de sentido común en cuestión de minutos, su capacidad de sintetizar desde la lógica de la diferencia hacia la lógica de la equivalencia. Debe seguir explotando las virtudes del espacio virtual para mantener el físico, en lugar de permitir que las mezquindades que surgen en el aterrizaje local paralicen la ingravidez y elocuencia que ha mostrado en el ámbito digital.
La dispersión de energías y la falta de organicidad de quienes protestan no permiten vaticinar el derrotero de esta lucha. Intentando desmarcarse de la propuesta del COSEP, que hace una semana se tenía por bien pagado con que Ortega diera marcha atrás en las reformas en seguridad social, un grupo de los varios grupos de estudiantes universitarios dieron a conocer un pliego de peticiones donde reclaman la investigación de los asesinatos y la sanción a los asesinos, la destitución inmediata de todos los alcaldes, de otros funcionarios públicos y de los jefes de la policía que protegieron a los vándalos en contra de los estudiantes, el restablecimiento de una plena libertad de expresión, la libertad de los encarcelados por manifestarse, la independencia de los poderes del Estado, la investigación del enriquecimiento ilícito de los funcionarios públicos para que devuelvan lo robado, la renuncia inmediata de Daniel Ortega, Rosario Murillo y todo su gabinete y la convocatoria a elecciones libres y anticipadas.
Hay que volver a esta propuesta, incluso ampliarla. Si pasamos revista a los múltiples expolios que padece Centroamérica, veremos que la flexibilidad laboral, el extractivismo, la hipoteca de la soberanía alimentaria y tantos otros agravios a la soberanía son comunes a todos los países del istmo. No están ligados únicamente al FSLN.
Esta generalizada situación regional es la que puede hacer que las más de 40 muertes corran el riesgo de ser anécdota, una nota a pie de página en una historia que conservará las líneas generales de un guion donde -ojalá no lo descubramos más tarde- el FSLN era un actor importante pero contingente. Por eso el tigre debe seguir siendo exigente. Y caso de no quedar satisfecho, debe seguir al ataque o al acecho, listo para saltar hacia el pasado y para adueñarse del futuro.
FECHAR
Comunique à redação erros de português, de informação ou técnicos encontrados nesta página:
Nicarágua. El tigre nica en la rebelión de abril - Instituto Humanitas Unisinos - IHU