26 Outubro 2018
México movió bien sus piezas y apostó por debilitar a la caravana hondureña a través del silencio. Horas y horas de silencio. Las y los migrantes, oficialmente, llegaron a la frontera mexicana el 19 de octubre, al medio día. Pero las puertas no se han abierto. Y veinticuatro horas después, muchos, desesperados ya, abordaban buses de vuelta a Honduras. El éxodo empieza a resquebrajarse.
El reportaje es de Alejandro García, publicado por Plaza Pública, 20-10-2018.
En la madrugada del 20 de octubre varios buses se estacionaron cerca del parque de Ciudad Hidalgo. Iban vacíos. Todo era silencio. Para la mañana, uno de esos buses ronroneaba, listo para salir. Ahora lleno de migrantes que ya habían tenido suficiente, que iban de vuelta a Honduras.
“Ya me cansé”, dijo Byron Espina, de 17 años, a través de una de las ventanas del bus. “Quiero aprovechar porque este puede ser el único chance que tenemos de devolvernos a Honduras gratis”, agregó. Byron salió de La Entrada, Copán, el viernes pasado hacia San Pedro Sula. En La Entrada, Byron trabajaba cortando café, un trabajo en el que, contó, “no se hacía nada, unos 200 lempiras a la semana”. Este año la canasta básica de Honduras se calculó en un valor de 8,300 lempiras, o unos 330 dólares. “Honduras es muy pobre y los gobernantes no hacen nada”, añadió Byron, quien espera regresar a trabajar en el cultivo del café, una vez llegue a Honduras.
—¿Viaja solo o con familia?
Pero ya no le dio tiempo a Byron para responder, a las 7:30 su bus aceleró y se perdió en las calles de Tecún Umán. Lleno de sueños frustrados.
Los agentes de la PNC de Tecún informaron que el Ministerio de Gobernación brindó 6 buses con capacidad de 40 personas y el Ejército de Guatemala dos más. De estos 8 vehículos, uno de es una panel Toyota Coaster que puede llevar hasta 20 migrantes. El viaje termina en la frontera Agua Caliente donde, según personal de la municipalidad de Tecún Umán, quienes están ayudando con la organización y registro, la gente será transportada en avión a su ciudad de origen. “A las personas no se les está cobrando nada”, aseguró Blanca Ruiz, oficial de la oficina del agua de la municipalidad de Tecún Umán.
A tiempo que el bus de Byron desaparecía, otro grupo de migrantes llegaba a preguntar por el procedimiento para volver a casa.
Noemí Ventura de 28 años y originaria de San Pedro Sula, para ese momento ya estaba segura de que México no iba a abrir sus puertas. “La gente hizo cosas que no debía”, dijo, en referencia a cómo el grupo rompió las puertas de la aduana guatemalteca. “Tienen razón de no abrirnos así”, continuó, resignada. Noemí salió de San Pedro Sula con su hijo Carlos, de 9 meses, porque no podía conseguir un buen trabajo. “Ni modo”, dijo, con la mirada sobre el bus frente a ella, una camioneta color verde olivo, “a regresar a las mismas, a ir a vender baleaditas” se resignó.
En el 2016 el Instituto Nacional de Estadística de Honduras, señaló que hasta un 60% de los hogares hondureños se encuentran en condiciones de pobreza y que sus ingresos son menores al costo de una canasta básica al mes.
En poco tiempo empezó a llenarse el bus verde olivo del ejército de Guatemala. El silencio dentro era fúnebre, la gente dentro, pues, estaban en un duelo. Un joven dentro se sostenía la cabeza y veía afuera; sus ojos grandes y llenos de lágrimas. El joven derrotado era Gustavo Chávez, de 24 años. Regresaba a Tegucigalpa porque no había soportado el cansancio. “El desgaste fue demasiado”.
—Damas y caballeros, Dios anda con ustedes—, dijo la capellán de la PNC, a bordo del bus. —No se pongan tristes, pues todo va a salir bien. Confíen en Dios—.
“Estoy muy preocupado”, continuó Gustavo; sus ojos eran dos perlas temblorosas apunto de desbordar.
—Ahora ya estamos todos tranquilo—, siguió la capellán, caminando sobre el pasillo del bus. —Dios va a cuidar su regreso—.
“Atrás quedó mi hermano y su hijo”, confiesa. El sobrino de Gustavo tiene 4 años; los tres acamparon sobre el puente. “No los quería dejar, pero ya no aguanto. Estoy preocupado por ellos”.
—Pronto todos ustedes volverán a estar en su casita—.
“Si eso es lo que menos queríamos”, dijo alguien más, en la parte de atrás del bus, donde estaba de pie uno de los dos cadetes del ejército que, con rifle en mano, acompañarían a los retornados.
Sobre el puente que atraviesa el río Suchiate, las escenas se asemejan a la de los campamentos de refugiados. Tiendas de acampar improvisadas, ropa tirada y húmeda, platos de duroport con trozos de comida, moscas y pilas de basura, a pocos metros la una de la otra. La gente lleva ya dos noches allí, acampando. Muchos empiezan a perder la paciencia, pero hay quienes se niegan a ceder.
Para Fresbindo Carvajal, de Tegucigalpa, solo hay una ruta: norte. “Aquí la vamos a pasar, aunque sea a puros frijolitos y café, y aunque nos toque esperar semanas, aquí vamos a estar”, dijo, manoteando con autoridad, “es mejor sufrir un rato que pa’ toda la vida, y si regresamos a Honduras vamo’ a sufrir hasta que nos muramos”. Fresbindo camina usando un bastón, pues nació con un problema congénito en la pierna izquierda, tiene 24 años y cuenta que en Tegus trabajaba haciendo mandados pues no había otro tipo de trabajo. Sin embargo, no lograba cubrir sus necesidades básicas, por eso decidió emigrar y por eso se mantiene constante en el puente. “Yo sigo pa’rriba”, afirmó. “Para así pronto mandarle unas moneditas a mi mamá, a mi hermana y mis hermanos”.
Y también hay familias enteras empeñadas en cruzar y que esperan pacientes sobre el puente, como la de Juan Amae de 34 años, e Ivette Alvarado de 22, ambos de Cofradía Cortés, que viajan con sus hijos: Jackeline de 7 años y Alex de 2 años.
“Nosotros teníamos una pulpería”, contó Juan, “mi esposa y yo la manejábamos. Pero solo en alquiler se nos iban 1,500 lempiras y apenas nos alcanzaba para pagar los servicios y la comida de nuestros hijos”.
Juan tiene un primo que vive en San Antonio, Texas, desde hace unos años y siempre le cuenta de la prosperidad que encontró en Estados Unidos, de cómo en tres años logró comprar su casa y sacar a su familia adelante.
—Si te venís, acá tenés trabajo—, le dijo alguna vez su primo, y Juan se lo tomó en serio.
“Pero yo no tenía para el coyote”, contó, mientras el pequeño Alex saltaba cerca de su hermana que aún no despertaba, y por eso decidió, junto con su esposa, unirse a la caravana, pues pensaban además que estarían más seguros en grupo. La idea de la pareja es ir a Estados Unidos, trabajar por unos tres años, ahorrar, regresar a Honduras y poner un negocio más rentable. “Y si eso significa pasar 15 días en ese puente, pues lo pasamos”, dijo Juan. Jackeline es quizás la más entusiasmada de la familia en llegar a los USA, como ella dice. “Cuando estamos cansados o nos empezamos a desanimar, ella nos sube el aliento”, cuenta Ivette.
“A menos que nos deporten, nosotros seguimos”, finalizó Juan antes de mencionar que cuando se enteraron de la caravana, decidieron rematar todo el producto de su tienda, “lo que sobró nos lo llevamos para comer en el camino”.
Paola González, a quien entrevistamos en el albergue en la ciudad de Guatemala, el miércoles 17, en la frontera, titubeaba. No tenía claro qué hacer. “Estamos muy cansadas y creo que no vamos a poder pasar”, señaló, sosteniendo a su bebé Emil, “yo puedo seguir aquí otro rato, pero mi hijo y mi hija no deberían pasar un día más bajo el sol”. Se queda pensando, sin poder tomar una decisión.
Si bien durante la tarde el grupo sobre el puente era significativamente más pequeño de lo visto 24 horas antes, aún había miles de personas sobre el Suchiate, esperando el sí de las autoridades mexicanas.
Esta es una doble derrota para quienes vuelven. Primero, la social que los hizo escapar y segundo, la moral que los hizo dejar de caminar. Entre los que vuelven está Jamie y Mary González Ramírez, hermanas que, junto a varias docenas de migrantes hondureños, la tarde del 20 de octubre, esperaban un bus de regreso a Honduras, a Ocotepeque, su tierra natal. Con Jamie va su hijo Saúl de 9 años y con Mary su hija Karla de 16. “Ya tuvimos suficiente, la sufrimos bastante”, contó Mary.
“Siento que nos están mintiendo”, añadió su hermana, Jamie, en referencia a las autoridades mexicanas. “Somos personas humildes, vinimos con el poco dinero que teníamos y ya no podemos esperar, por eso volvemos”. Las hermanas trabajan vendiendo ropa y con ello juntaban unos 1000 lempiras al mes, si bien les iba. “Y eso se iba solo en pagar la luz”, se quejó Mary. “Y todos los servicios van al alza”, añadió Karla, quien sueña con estudiar medicina, “pero en las universidades ya ni hay escritorios”.
Las González Ramírez eran apenas cinco de los cientos de personas aglomeradas en el salón de la municipalidad de Tecún Umán. La lista de Blanca Ruiz, a las dos de la tarde, revelaba que poco menos de 500 personas ya habían salido o esperaban ser llamados para salir de San Marcos y emprender su camino de vuelta a Honduras. Por otro lado, el presidente Jimmy Morales afirmó ayer en conferencia de prensa, junto al presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, que dos mil migrantes ya han vuelto a su país. Además anunció que se instaló un puesto de atención médica en Suchitepéquez.
A las cuatro de la tarde, cuando salió la Toyota, los 8 vehículos asignados para transportar a los retornantes estaban todos en ruta.
Adicional, ayer, el gobierno de Honduras y el Instituto Nacional de Migración, anunciaron que el cruce aduanero de Agua Caliente estará clausurado hasta nuevo aviso, para “salvaguardar la vida e integridad física de los ciudadanos nacionales y extranjeros que transitan” por ese punto fronterizo. Quienes se ocuparán de los retornados será el Comité Permanente de Contingencias (COPECO), el CONRED de Honduras.
A las 7 de la noche COPECO comunicó que había recibido ya a más de 800 personas, a las que brindaron alimentación, servicios médicos y psicológicos. Además entregaron frazadas, kits de higiene y kits para bebés.
Caída la noche la municipalidad seguía viva; la gente iba y venía. Así será durante las próximas horas, acaso días. De momento el puente que simbolizaba la esperanza, que refugió a las y los caminantes, se empieza a sacudir a la gente, a sacárselos de encima. ¿Abrirá sus fauces? ¿Los dejará salir de su garganta celosa hacia Hildago, donde muchos ya celebran? ¿O caerán por su columna vertebral, de vuelta al infierno de donde escaparon? La masa de tres mil hondureños y hondureñas perdió la cáscara, se desgaja.
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Honduras. Los primeros retornados de un éxodo quebradizo - Instituto Humanitas Unisinos - IHU