23 Março 2018
Luego de las elecciones legislativas del pasado 11 de marzo, el panorama político colombiano está aún lleno de incertidumbres. Este estudio del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica CELAG que compartimos, nos da pistas para entender el momento actual e intentar descifrar el sentir de los colombianos.
El reportaje es de Óscar Navarro y Alejandro Fierro, publicado por Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica - CELAG, 21-03-2018.
(Foto: Celag)
El Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica CELAG ha elaborado un estudio demoscópico cualitativo sobre el clima de opinión en torno a las elecciones presidenciales de Colombia, previstas para el próximo 27 de mayo. El trabajo de campo se realizó entre el 12 de febrero y el 6 de marzo en las ciudades de Bogotá, Medellín, Cali y Buenaventura, mediante sesiones de debate de técnica mixta, combinando grupos de discusión con grupos focales. La división de la muestra participante se basó en la separación por estratos que habitualmente utiliza el Departamento Administrativo Nacional de Estadística de Colombia (DANE) en sus investigaciones[1]. De esta forma, las sesiones se realizaron agrupando a los participantes en tres bloques, de acuerdo a la siguiente división: grupo A, estratos 1 y 2 (estratos bajo-bajo y bajo); grupo B, estratos 3 y 4 (estratos medio-bajo y medio); grupo C, estratos 5 y 6 (medio-alto y alto).
Todas las sesiones comenzaron preguntando a los intervinientes sobre la situación política, económica y social. En prácticamente todas las ocasiones, el debate no desembocaba en la cuestión electoral. A apenas tres meses de las elecciones, éstas no surgían de forma espontánea en las discusiones sobre el estado del país. La ausencia era tan notoria que los conductores de las sesiones se vieron obligados a introducir el tema. De ahí que a la previsión inicial de realización exclusiva de grupos de discusión hubiera que añadir técnicas de grupos focales.
La primera conclusión, por tanto, es que el hecho electoral no está presente en el debate sobre la situación política y socioeconómica del país. No se puede hablar de un clima electoral. Este desinterés hacia los comicios ratifica los hallazgos del estudio cuantitativo de opinión llevado a cabo por Celag también en el pasado mes de febrero[2]. En esa encuesta, dos de cada tres colombianos ignoraban cuándo se celebrarán las elecciones. No obstante, hay que señalar que ambos estudios se llevaron a cabo antes de las elecciones legislativas y consultas internas del pasado 11 de marzo. Por tanto, no se contemplan los previsibles incrementos del interés público que todo proceso electoral conlleva, así como la mayor exposición mediática de los candidatos.
(Foto: Celag)
Cualquier conclusión posterior de este estudio cualitativo debe ser analizada a la luz de la premisa del desinterés y/o desinformación sobre las elecciones. En la raíz de la atonía se encuentra un escepticismo generalizado sobre la utilidad de las elecciones. El discurso triunfador, en todos los estratos, es aquel que no contempla ninguna posibilidad de cambio, con independencia del resultado que arrojen las urnas. Gane quien gane, todo va a seguir igual. Por consiguiente, las elecciones no tienen ningún interés. De ahí la apatía, el desinterés y la desinformación. La abstención o el voto en blanco son hegemónicos en el debate. Este convencimiento de la futilidad de las elecciones se fundamenta con razonamientos históricos, tanto del pasado reciente, como del más lejano. La historia de Colombia demuestra que aparentemente pareciera imposible un cambio. Las opciones alternativas, o son cooptadas por el sistema, volviéndose igual que el resto, o son eliminadas, ya sea política y/o civilmente o, incluso, físicamente mediante el asesinato. Las espirales de silencio detectadas se construyen sobre ese discurso triunfante de la impugnación electoral. El descrédito de lo político hace que cualquier opinión divergente permanezca oculta por temor a la sanción en forma de crítica o de ridiculización. Hasta la postura de la necesidad de votar como deber cívico –el sentido republicanista del voto– se ve obligada a justificarse y a argumentar a la contra. Esta posición defensiva se incrementa cuando se muestra cierta simpatía con algún candidato.
Ante la ausencia de lo electoral, el debate político se inclina indefectiblemente hacia lo económico. La situación económica es percibida unánimemente como muy negativa, así como las perspectivas de futuro. La palabra “crisis” aflora continuamente. De nuevo es pertinente la comparación con el estudio cuantitativo, donde un 58% consideraba que la economía no había hecho más que empeorar en el pasado año.
Los discursos que emergen sobre las causas de la mala situación económica se centran en las élites políticas y empresariales para después extenderse a la totalidad de la sociedad colombiana. Las argumentaciones empiezan invariablemente por la crítica hacia las élites:
Pero de forma inmediata, la crítica deriva en la totalidad:
(Foto: Celag)
Los discursos se vuelven resignados –“esto no hay quien lo arregle”; “este país no tiene solución”–, cínicos –“que roben pero que al menos hagan algo”– y clasistas –“el problema es que los pobres no saben lo que votan”–.
Sobre un sustrato común de deslegitimación de lo político, pesimismo ante la situación económica e indiferencia electoral se levantan diferentes discursos segmentados por estratos:
Estratos altos 5 y 6:
Aunque cuantitativamente son el sector más reducido, las clases altas y medias altas tienen una gran capacidad de instalar opinión y propagar sus valores, como se comprobará al analizar los siguientes estratos.
Estratos medios 3 y 4:
Estratos bajos 1 y 2:
Conviene aclarar que, a pesar de esta mirada sombría sobre Colombia, no hay una impugnación total del sistema. La situación es considerada muy negativa y se demanda un cambio, pero no hasta el punto de desear una ruptura. El cambio o la mejora deben producirse dentro del sistema ya construido y aceptado.
Venezuela es un tema recurrente en todos los grupos y en todos los lugares. La situación del país vecino es considerada muy negativa por absolutamente todos los estratos, sin ningún tipo de distinción. Venezuela surge de forma espontánea en todos los debates, con independencia de la clase social o de la ciudad. Los discursos en relación a este tema se articulan de las siguientes formas:
Venezuela eclipsa en los debates al Proceso de Paz, el otro tema que polariza el eje “voto del miedo” / “voto del cambio”. Los discursos sobre los acuerdos con la guerrilla tardan en aparecer y cuando lo hacen deslizan subrepticiamente la cuestión hacia el pasado. No es que el conflicto forme parte del pasado, sino que debería ser parte de una Colombia ya pretérita. De esta forma, la existencia de la guerrilla sería un anacronismo.
Este discurso es especialmente fuerte en un sector joven urbano, especialmente en Bogotá, que muestra un cansancio creciente hacia lo que consideran una política del pasado, de sus progenitores, que ya está caduca para ellos. El conflicto sería el máximo ejemplo de esa política caduca. Ellos preferirían debatir de otros temas más relacionados con la modernidad y el progreso, con claros referentes en Estados Unidos y en Europa.
En lugares como Cali o Buenaventura las referencias al Proceso de Paz son más visibles y el tema no da tantos síntomas de agotamiento. En estos lugares, y muy especialmente entre jóvenes de los estratos 1 y 2, se detectó una corriente de cierta simpatía hacia la guerrilla. Se valoraba el hecho de que era el único elemento de confrontación con un sistema al que consideran injusto y que, en muchas ocasiones, habían ejercido de defensores de los más vulnerables. Esta simpatía se inscribe en la corriente de rebeldía descrita con anterioridad.
Para una correcta valoración de los discursos que emergen sobre los candidatos electorales y otros actores políticos es necesario insistir en el desinterés hacia los comicios, pero también tener presente que quizás el conocimiento y el interés hayan aumentado tras las elecciones del 11 de marzo, posteriores a este estudio.
Una muestra palpable de la atonía electoral es que tan sólo Gustavo Petro y Germán Vargas Lleras surgen de forma espontánea en el debate a la hora de hablar de los candidatos presidenciales y Álvaro Uribe de entre el resto de los actores políticos. Ni siquiera el presidente en ejercicio, Juan Manuel Santos, es mencionado.
Gustavo Petro (Foto: Celag)
Es el único candidato por el que sus votantes denotan sentimientos de simpatía, adhesión y militancia. Capitalizaría ese “voto de la esperanza” frente al “voto del miedo”. En la franja joven de estratos 1, 2 y en menor medida 3, en especial en ciudades como Cali o Buenaventura, se evidencia un deseo de mostrar la ilusión por el voto a Petro. En este caso, la espiral de silencio se retrae frente a una ilusión que se desea que sea contagiosa. Las alusiones positivas en torno a su figura se centran en la certeza de que es la verdadera opción del cambio.
Petro también está presente en el discurso del miedo emanado de las clases altas. Es el ejemplo de izquierdismo populista que conduciría a Colombia a la situación de Venezuela. De hecho, la acusación de castrochavista surge de forma recurrente.
El exalcalde de Bogotá es el único candidato en torno al cual se construyen los discursos de la polarización, ya sea a favor o en contra. Una muestra es la percepción de su mandato en la Alcaldía capitalina. Para sus seguidores, sus políticas sociales demuestran su sensibilidad hacia los más vulnerables y la voluntad de cambio. Por el contrario, sus detractores ven en estas políticas un asistencialismo populista que sólo conduce a la pasividad por parte de sus perceptores, establece un clientelismo electoral y allana el camino a la venezolanización de Colombia.
Germán Vargas Lleras (Foto: Celag)
Junto con Petro, es el otro candidato que aparece de forma espontánea. Hay consenso con respecto a la percepción negativa de su figura y no tanto por su trayectoria política –aunque se critica su gestión y se le pone como ejemplo de corrupción y de Vieja Política– sino por sus características personales: hosco, zafio, antipático, de modales groseros… Es, en definitiva, un personaje oscuro. El episodio de su agresión a uno de sus escoltas es redundante en todos los debates y consolida las percepciones negativas. Se va diluyendo cierto convencimiento generalizado de que indefectiblemente va a ganar con independencia de la consideración que sobre él se tenga.
Sergio Fajardo (Foto: Celag)
El exgobernador de Antioquia sirve como refugio de voto para aquellas franjas progresistas que consideran a Petro demasiado radical. Este discurso, patente en estratos medios, se cimenta en una buena valoración de su preparación y en su imagen moderada. Pero la percepción generalizada es o bien de desconocimiento sobre su figura o de crítica hacia su indefinición ideológica y su tibieza ante muchos temas. Permea la idea de que carece de autoridad para gobernar.
Iván Duque (Foto: Celag)
Un gran desconocido, aunque probablemente el nivel de conocimiento habrá aumentado tras su victoria en la consulta interna de este 11 de marzo. Se le considera un títere de Álvaro Uribe y, con base en esta supuesta dependencia, se le atribuyen cualidades relacionadas con la grisura y la falta de carisma. Las reflexiones sobre Duque terminan por convertirse en reflexiones sobre Uribe, ya sea a favor o en contra. Hay un leve discurso en los estratos medios y altos que valora su preparación y una presunta moderación. Desde los estratos bajos y medios/bajos se le considera una pieza más de los poderosos que va a gobernar a favor de ellos y no del pueblo y siempre según los dictados de Uribe.
Piedad Córdoba (Foto: Celag)
Aunque es una política con un amplio grado de conocimiento, pocos sabían que se presenta como candidata. De hecho, la sorpresa e, incluso, la incredulidad eran la tónica dominante cuando los moderadores informaban sobre su postulación. Se mantiene en el discurso una relación con el Gobierno de Venezuela que nadie refuta. Hay un discurso que valora su defensa de las mujeres, los Derechos Humanos, la diversidad sexual o las minorías étnicas. Sin embargo, este discurso se complementa con las dudas sobre la transversalidad de su propuesta. También hay una línea discursiva que la sitúa en un tiempo político que tiende a desaparecer.
Álvaro Uribe (Foto: Celag)
De los actores políticos no candidatos presidenciales es el único que aparece en los debates. Se denota una erosión progresiva de su figura y una tendencia a considerarlo un elemento menos determinante de lo que era hace unos años, aunque sigue manteniendo un enorme ascendente sobre el discurso político. Da la impresión de que las recientes acusaciones y sus comparecencias judiciales están debilitando una imagen pública antaño muy sólida, con independencia de que se le apoyara o no.
Además de la ya mencionada ausencia de Juan Manuel Santos, tampoco aparecieron en los debates los partidos políticos –se hablaba solo de personas, nunca de organizaciones–, las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica, otras confesiones religiosas, la Policía, el narcotráfico y otras organizaciones delictivas y temas relacionados con la inseguridad.
Ficha técnica:
Trabajo de campo: del 12 de febrero al 6 de marzo de 2018.
Lugares: Bogotá, Medellín, Cali y Buenaventura.
Método de trabajo: sesiones de debate con técnicas mixtas de grupo de discusión y grupos focales.
Número de sesiones: 36
Intervinientes: 210 personas; 110 hombres y 100 mujeres; 102 intervinientes de entre 18 a 25 años de edad; 108 intervinientes de 26 a 41 años de edad.
Coordinadores del estudio: Alejandro Fierro y Óscar Navarro, investigadores del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica.
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Colombia: Elecciones presidenciales 2018. Estudio cualitativo de opinión - Instituto Humanitas Unisinos - IHU