21 Outubro 2016
“Dios es feliz cuando sus hijos e hijas dejan que Él actúe en sus vidas de la manera que Él lo sabe hacer: amando, perdonando, resucitando!”
El comentario del evangelio de la Liturgia del Domingo de la 30ª Semana del Tiempo Ordinario (23-10-2016) es elaborado por María Cristina Giani, Misionera de Cristo Resucitado.
Os digo que les hará justicia pronto. Sólo que, cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra? Por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, les contó esta parábola:---Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, el otro recaudador. El fariseo, de pie, oraba así en voz baja: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de cuanto poseo. El recaudador, de pie y a distancia, ni siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten piedad de este pecador. Os digo que éste volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado.
Lucas continúa presentando a Jesús como maestro de oración y para eso vuelve a contar una parábola donde describe dosformas de relacionarse con Dios, porque la oración es eso un diálogo con Dios.
Los personajes de la parábola son personas relevantes de la sociedad judía en la época de Jesús. Un fariseo ,conocedor y maestro de la ley considerado puro y un cobrador de impuestos, traidor de su pueblo a quien cobra los impuestos injustos del Imperio Romano, tenido como pecador e impuro .
Con la ayuda de nuestra imaginación intentemos a recrear la escena de estos dos hombres que suben al templo para rezar. Y detengámonos para mirar la posición de sus cuerpos, tanto del fariseo como del cobrador de impuestos. Sus cuerpos hablan también. Qué nos dicen?
El fariseo se queda de piel y comienza hablar: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador”.
Se puede percibir su mirada arrogante y sus manos moviéndose de un lado a otro, haciendo alarde de su vida y despreciando a los otros.
Podemos decir que él no está rezando sino recitando un monólogo narcisista en el cual ni dios ni los otros tienen lugar.
Ahora miremos al cobrador de impuestos que apenas entra el Templo y “ni siquiera alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho”. Sus gestos revelan que conoce su condición de pecador y sus palabras muestran que no se encierra en su pequeñez, sino que es capaz de abrirse confiadamente a la misericordia de Dios: “Oh Dios, ten piedad de este pecador”.
Esa es la verdadera oración, cuando dejamos que Dios nos ame!
Una vez más Jesús coloca como ejemplo de hombre de Dios a alguien que por las normas de la época no era considerado como tal. Es un cobrador de impuestos quién enseña cómo relacionarse con Dios. Y todavía más es su actitud, su oración, la que agrada a Dios.
Dios es feliz cuando sus hijos e hijas dejan que Él actúe en sus vidas de la manera que Él lo sabe hacer: amando, perdonando, resucitando!
Preguntémonos:cómo es nuestra oración, nuestra relación con Dios? Se parece más con el monólogo del fariseo o con la confianza filial del cobrador de impuestos?
Tengamos en consideración las palabras del Papa Francisco en una de sus primeras homilías después de ser elegido: “Más difícil que amar a Dios es dejarnos amar por él! Dejar que él se acerque a nosotros y sentirlo a nuestro lado. Dejar que él sea tierno con nosotros, nos acaricie. Esto es lo más difícil: dejarnos amar por él! Esto es lo que debemos pedir!
Hagamos nuestra su oración: “Señor yo quiero amarte, enséñame la difícil ciencia, la difícil costumbre de dejarme amar por Ti, de sentirte próximo y tierno. Que el Señor nos conceda esta gracia!”.
Lo más importante no es
que yo te busque, sino que tú me buscas en todos los caminos (Gn 3,9);
que yo te llame por tu nombre,
sino que tú tienes tatuado el mío en la palma de tu mano ((Is 49,16);
que yo te grite cuando no tengo ni palabra,
sino que tú gimes en mí con tu grito (Rm 8,26);
que yo tenga proyectos para ti,
sino que tú me invitas a caminar contigo hacia el futuro (Mc 1,17);
que yo te comprenda,
sino que tú me comprendes en mi último secreto (1 Cor 13,12);
que yo hable de ti con sabiduría,
sino que tú vives en mí y te expresas a tu manera (2 Cor 4,10);
que yo te guarde en mi caja de seguridad,
sino que yo soy una esponja en el fondo de tu océano (EE 335);
que yo te ame con todo mi corazón y todas mis fuerzas,
sino que tú me amas con todo tu corazón y todas tus fuerzas (Jn 13,1);
Porque, ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte...
si tú no me buscas, me llamas y me amas primero?
El silencio agradecido es mi última palabra
mi mejor manera de encontrarte.
Benjamín González Buelta
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