16 Novembro 2018
Expresiones de solidaridad y humanidad en la carretera, las ciudades, los albergues improvisados. Una botella de agua, un plato de comida, ayuda para obtener un aventón para los centroamericanos que huyen.
El reportaje es de Alberto Pradilla publicado por Plaza Pública, 11-11-2018.
Una de las primeras heroínas que nos regaló esta épica marcha fue Sor Ana María, una religiosa rotunda que cerró el paso de uno de los albergues de Ciudad de Guatemala a David Hodge, nada más y nada menos que el consejero de la embajada estadounidense en el país centroamericano. El sábado, 10 de noviembre, nos encontramos con otra mujer de la misma estirpe. “Quiero que lleguen a Querétaro. He venido acompañándolos desde Tapachula y he visto un pueblo que sufre, un pueblo sencillo, un pueblo luchador, que tiene ganas de trabajar y que no es delincuente, sino al contrario, tiene la esperanza de una mejor calidad de vida. Todos tenemos derecho a eso”. Sor Beatriz es la religiosa que se enfrenta al tráfico, a los carros que pasan sin inmutarse, a los conductores que no se apiadan. Sola, con su brazo extendido, con gesto contrariado. Es conmovedor.
Son las 9 de la mañana en la caseta de la autopista entre Ciudad de México y Querétaro y la mujer trata de buscar jalón para una interminable fila de migrantes.
El ejército de los centroamericanos famélicos llegó desde el estadio Martínez Palillo de Ciudad de México, como un solo cuerpo. Demostrando que, cuando salen, salen.
Tomaron el metro, ordenados.
Como dijo el antropólogo Juan Martínez en Twitter, por primera vez los migrantes iban dentro de un tren y no sobre él.
Avanzaron a través del extrarradio de la capital mexicana. Y ahora quieren seguir. Unos autobuses se han comprometido a trasladarles gratuitamente, pero apenas son diez minutos. A pesar de ello, todo el mundo hace fila. La pobreza y el éxodo son eso: hacer fila para para cualquier cosa.
Sor Beatriz llama, gesticula, pide, suplica. Se enfada. Pasa un autobús y su piloto toma fotos de la caravana. “Menos fotografías y más ayudar a la gente”, dice la religiosa, que luego sonríe como avergonzándose de su indiscreción.
En este punto, el despliegue policial es muy visible, quizás más que en Ciudad de México. Hay agentes federales, municipales y estatales. Anastasio Hernández Rosas, policía del estado de México, dice que tienen orden de coordinar la salida ordenada. Que así va a ser hasta Querétaro. ¿Qué implica esto? Que son los propios uniformados los que organizan el aventón. Como Sor Beatriz, hay agentes que se acercan a los camiones o las rastras, charlan con los pilotos y, al minuto, dicen “hay raite”. Y un montón de gente se lanza a por su pequeño espacio en la nueva Bestia, la que va sobre ruedas y uno se sube sin saber exactamente hasta dónde podrá llegar.
Esto es importante.
A veces hay que hacer retrospectiva.
Recordemos que el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, dijo a estos hombres y mujeres y niños que, si cruzaban de forma irregular, serían detenidos y deportados. Pues bien, lo hicieron. Y avanzaron. Se juntaron con más como ellos. Y comenzaron a hacer historia y ahora los policías están pidiendo aventón para los mismos tipos a los que hace un mes habrían arrestado y entregado a Migración.
Esta anomalía, la de policías preocupándose por el bienestar de migrantes pobres a los que siempre se han dedicado a hostigar, se observa en toda su grandeza en una gasolinera a varios kilómetros de Querétaro. Será mediodía, o la una, quién sabe. Un grupo de uniformados detiene una camioneta en la que van dos docenas de personas.
—Disculpe, es que aquí hay dos familias con niños que necesitan aventón. ¿No podrían hacer espacio para que suban? —pide el agente al conductor de un camión.
—Por supuesto
—Tengan buen viaje
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Caravana de los migrantes. Una religiosa y un policía pidiendo aventón para los migrantes - Instituto Humanitas Unisinos - IHU