27 Junho 2019
"El Sínodo de la Amazonía vino para provocarnos. Que tengamos la capacidad de ponernos en el lugar del otro. Para quien no nació ni vive en la Amazonía es difícil el ejercicio de pensar los desafíos a partir de la Amazonía, a partir de las visiones de los pueblos amazónicos e indígenas. Recorrer un camino interior de superación de los prejuicios, falta de respeto, discriminación, exclusión históricamente construidos por diversos miembros de la Iglesia. Los pueblos indígenas necesitan ser reconocidos y respetados por la Iglesia para que viviendo en sus territorios construyan una Iglesia con rostro indígena".
La análises es de Padre Justino Sarmento Rezende SDB [1], Indígena del pueblo Ʉtãpinopona / Tuyuka y miembro del consejo preparatorio del Sínodo de la Amazonía.
Agradeciendo la oportunidad de participar del actual Simposio Teológico, con el tema: AMAZONÍA: nuevos caminos para la Iglesia. El Sínodo de la Amazonía me ha sorprendido continuamente. Proporciona muchos aprendizajes, suscita valentía, permite soñar y crear esperanzas. Ahora estoy delante de los señores cardenales y obispos; personas especializadas. Yo los considero como mis hermanos y mis hermanas mayores de la Iglesia.
Para la elaboración de este compartir me quedé reflexionando y meditando sobre lo que yo debería decir a personas tan especiales y sabias como ustedes. Me acordé de la figura de un Azteca, de la región de México, que recibió el nombre cristiano de Juan Diego, nacido en 1474, acogió la fe cristiana por las enseñanzas de los franciscanos. Fue bautizado (1524) cuando tenía 50 años y se convirtió en cristiano dedicado, piadoso, hombre de oración, de penitencias y hombre simple. Él caminaba 22 km para oír la Palabra de Dios, de su aldea a la ciudad de México.
El 9 de diciembre de 1531, cuando él caminaba de madrugada para ir a la Iglesia, entre su pueblo y el monte Tepeyac la Virgen de Guadalupe se le apareció por primera vez y en lengua azteca, decía: "Juan Dieguito", "el más humilde de mis hijos", "hijo mío". Ella le confió la misión de llevar el mensaje al obispo Don Juan de Zumárraga de que en el lugar de su aparición debía construirse una iglesia. Juan Diego obedeció a la petición de la Virgen, pero el obispo no lo creyó. La segunda vez el obispo quería una prueba concreta. Ante estas actitudes Juan Diego se quedó triste, desanimado y decepcionado. Se quedó con miedo de seguir por el camino para no encontrarse con la Virgen María, pues también tenía miedo de ella.
El 12 de diciembre cuando la Virgen apareció de nuevo, Juan Diego expresó su decepción con el obispo; dijo que no quería llevar el mensaje al obispo. María le dijo: "Hijito querido, ¿no estoy contigo? Yo, que soy tu madre." Con esas palabras Juan Diego se sintió fortalecido nuevamente. La Virgen María le pidió que fuera a cosechar las flores en el monte Tepeyac, en pleno invierno, época en que no había flores. Él obedeció, encontró las flores, las cosechó y se las llevó envueltas con su manto a la Virgen María. Ella a su vez le pidió que llevara al obispo aquellas flores como prueba de la veracidad del mensaje de Nuestra Señora.
Un día del año 1998 fui a presidir la Eucaristía en una comunidad de religiosas de vida consagrada en San Pablo. Cuando llegué percibí que me miraban con desconfianza, hasta el momento en que una de ellas dijo: antes los "blancos" iban a evangelizar a los indios, ahora los indios vienen a evangelizar a los "blancos". Y cuando pensé en ese discurso vino en mi mente mi propia condición de ser indígena ante los Cardenales, obispos y demás especialistas. Cómo ustedes recibirían a mi persona y lo que hablo. Yo pensaba conmigo mismo: ¿cómo mi mensaje podría alcanzar su corazón y no sólo su mente, académicamente bien estructurada? ¿Cómo conseguiría despertar la confianza con mis contribuciones?
El indígena azteca Juan Diego [2] tuvo un encuentro con la Virgen de Guadalupe antes de llevar el mensaje al obispo, aunque fue difícil despertar la confianza del obispo. Yo, un indígena Tuyuka no tuve un encuentro con nuestra Madre María. Pero estoy aquí con mi propia vida indígena vivida en la Amazonía. Todos los pueblos podrían traer muchas flores aquí. Pero yo llevo en mi corazón los clamores, los sueños y esperanzas de los pueblos amazónicos e indígenas. Con el Sínodo: "La Amazonía está viviendo un momento de gracia, un kairós. El Sínodo es un signo de los tiempos en que el Espíritu Santo abre nuevos caminos que discernimos a través de un diálogo recíproco entre todo el pueblo de Dios" (IL, 28). Lo que tenemos mucho es la esperanza de una nueva vida, nueva tierra, nueva Amazonía: "El Sínodo de la Amazonía se transforma así en un signo de esperanza para el pueblo amazónico y para la humanidad entera. Se trata de una gran oportunidad para que la Iglesia pueda descubrir la presencia encarnada y activa de Dios: en las más diversas manifestaciones de la creación; en la espiritualidad de los pueblos originarios..."(IL, n. 33).
Nosotros, pueblos amazónicos y los pueblos indígenas de Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana, Surinam y Guayana Francesa somos criaturas de Dios, creados a su "imagen y semejanza" (Gn, 1, 26). Somos seres humanos, pertenecientes a diversos pueblos. Del Creador / Creadora, del Padre / Madre recibimos muchas riquezas, conocimientos y continuamos inspirados y recibiendo las revelaciones divinas en diversos tiempos, en lo cotidiano y en las celebraciones. Él / Ella nos da sus dones para que sepamos cuidar de la vida humana y del mundo.
Los conocimientos se transforman en religiosidades, espiritualidades y teologías y nos enseñan que "Dios es misterio y supera toda la lógica humana. Dios nos ama y se inserta en toda nuestra vida. Él se vuelve visible, integra todo lo que existe, es el corazón de toda realidad, su presencia está en todos los pueblos y culturas” [3].
Nuestros abuelos y padres realizan los rituales / ceremonias de danzas, cantos, ritmos, pinturas, adornos, bendiciones (oraciones y rezas originarias de cada pueblo), silencios, evocaciones, narrativas de nuestras historias sagradas. En el caso de las ceremonias de prevención de los males, apaciguamiento de las fuerzas destructivas, realizan ceremonias de armonización de las personas, de las casas, comunidades, de los ríos, bosques, de los campos de cultivo, de los seres vivos, de los pájaros, de la tierra, de la constelación, de la luna, sol, de los ciclos de la vida: embarazo, nacimiento, primera alimentación, primera menstruación de la niña, armonización de la familia, protección de las enfermedades, cura de las enfermedades y hasta la despedida de ese mundo (muerte).
Nuestros abuelos muy pronto elegían a algunas personas para ser preparadas. Utilizando sus bendiciones, desde el momento del nacimiento, ya iniciaba el proceso de preparación de las personas que se convertirían en sabios / sabias especializados. En los primeros años, la madre y el padre, asumen en nombre del hijo / hija duros dietas alimenticias. Porque nuestros abuelos nos enseñan que de esta forma el hijo e hija crece y madura desarrollando las cualidades específicas, pre-colocadas en el corazón y en la mente del niño: "El Espíritu está presente como fuerza vital en la vida y en las expresiones de los pueblos originarios. A partir de la adolescencia el niño / niña asume y vive las disciplinas recomendadas por los sabios. La formación inicial y continuada, seria y exigente, de lo cotidiano y de los rituales capacita al joven. Cada uno de ellos, conforme la capacidad de asimilación de los conocimientos ellos / ellas alcanzan la madurez. Se convierten en personas con poderes de agenciar las fuerzas físicas y espirituales, capaces de transformar los materiales (sólido, líquido...) en fuentes de protección, establecer el equilibrio de las relaciones humanas, relaciones equilibradas de los seres humanos con otras realidades envolventes, entre sí los diversos mundos. Ellos con sus bendiciones dialogan con los seres invisibles / espirituales para traer al mundo material las fuerzas invisibles capaces de cuidar la vida humana, la vida de la comunidad, el medio ambiente, etc.
En lengua tuyuka nuestros Kumua (filósofos, teólogos, bendecidores, curadores, protectores), Bayaroa (especialistas de ceremonias de danzas y cantos), Yaiwa (expertos en detectar las enfermedades y extraer las enfermedades), y mujeres sabias nos enseñan que el Abuelo / Padre / Madre del Mundo, de las personas, de los seres vivos existentes en el mundo de las constelaciones, en el mundo subterráneo y en el nivel de la tierra, en el firmamento, nos entregó los conocimientos para que con ellos cuidáramos bien de las personas, de las comunidades, de los territorios y del cosmos. "El ser humano no es sólo criatura, sino imagen e hijo de Dios. "Al encarnarse, Dios se hizo humanidad y parte del cosmos"[4] (LS 99; 236) . Nuestra dignidad consiste en ser pueblos, con nuestras riquezas y valores que el Abuelo / Padre / Madre de la Creación nos dio.
Las sabidurías divinas encarnadas en cada cultura también señalan cuando no conseguimos vivir conforme a la voluntad divina y como nos gustaría vivir. Algunas prácticas humanas destruyen nuestras vidas, corrompen nuestras actitudes humanas y desestructuran nuestras relaciones sociales; desequilibran la conexión con los diversos mundos. Nos sentimos afectados por las fuerzas de los males que nos impiden vivir bien con las personas. Ante estas imperfecciones buscamos caminos de cambio, como individuos, como pueblo y comunidades. Una vez más aparecen las figuras de personas especializadas, como voces proféticas, para orientar y hacer rituales para establecer armonía y equilibrio dentro de nosotros mismos como individuos y como miembros de un pueblo de hermanos. Nuestros sabios son personas de profunda comprensión del mundo y de las personas. Para alcanzar esa profundidad cultivan las meditaciones individuales y colectivas en lo cotidiano y en las fiestas. Creo que fue el Creador / Creadora que ilumina sus vidas, sus meditaciones y sus palabras a los miembros de su pueblo. Inspirados por las sabidurías invisibles / divinas, ayudan a resolver los diversos desequilibrios humanos y sociales.
Hace más o menos 500 años los primeros misioneros llegaron a la Amazonía. Con el paso de los años y siglos diversas congregaciones religiosas masculinas y femeninas llegaron a la región. Cada congregación a su modo, también delante de diferentes formas de aceptación, resistencia y negación de los pueblos indígenas, realizaron los trabajos para los cuales llegaron: evangelizar, cristianizar, civilizar, etc. Son muchos siglos de historias, no se puede entender en poco tiempo la complejidad de la acción misionera. Son muchas personas involucradas, misioneros, misioneras, sacerdotes, obispos y miles de laicos pertenecientes a los diversos pueblos amazónicos y pueblos indígenas. Muchos indígenas recibieron los sacramentos de la Iglesia: Bautismo, Eucaristía, Reconciliación, Crisma, Matrimonio, Unción de los enfermos.
En cuanto al sacramento de la Orden, muy pocos indígenas recibieron ese sacramento durante todos estos siglos. Nuestros abuelos acostumbrados con esa historia poco cuestionaron sobre eso. Muchos indígenas piensan que convertirse en sacerdote es propio para el no indígena, no un sacramento de la Iglesia. Cuando un indígena se vuelve sacerdote le preguntan: ¿por qué te has convertido en sacerdote? ¿Tú no es indígena? ¿Indígena puede ser sacerdote? El Sínodo de la Amazonía nos desafía a proponer nuevos caminos para la Iglesia. No es un trabajo fácil, pues pone en juego los conocimientos y prácticas bien arraigadas, con raíces muy profundas en nuestras mentes y nuestros corazones.
Yo nací (1961) en una aldea, una comunidad cristiana y mis padres eran catequistas. Mi padre era un catequista disciplinado, según las tradiciones de la Iglesia, diariamente animaba la oración de la mañana en la comunidad, con su familia rezaba el rosario todos los días, los domingos dirigía el culto dominical, visitaba a cada familia para ayudarlas en la vivencia de los valores cristianos. Mi padre falleció con 33 años de catequista (1996) y mi madre falleció en 1989. Así como mis padres existen miles de catequistas que animan la vida cristiana en sus comunidades.
Fue en esa aldea que cuando yo era adolescente vi una escena misionera y vocacional: un misionero italiano muy animado catequizaba a los viejitos de la aldea. Él les habló en lengua portuguesa, por eso, ellos no entendían. A pesar de no entender, se mantenían con los ojos fijos en el misionero. Con mi imaginación de un adolescente tuyuka pensé que podría hacerme sacerdote para hablar a mis abuelos con nuestra lengua y ellos entenderían la belleza del mensaje de Jesús.
Después mi padre me dejó para estudiar en el internado de la Misión Salesiana de Pari-Cachoeira [5]. Fue allí que en una de las visitas al internado el obispo de la Prelatura del Río Negro, San Gabriel da Cachoeira, nos contó que él iniciaría un Seminario para acompañar a los jóvenes que quisieran convertirse en sacerdotes. Habiendo escuchado esa noticia, yo y algunos jóvenes nos interesamos y fuimos a conversar con un sacerdote salesiano. Cuando él oyó que queríamos estudiar para ser sacerdotes, él dijo: ser sacerdote no es para los indígenas. Creímos en eso y seguimos nuestra vida de estudiantes. En otro momento otro salesiano se dispuso a acompañar a quien quisiera seguir la vocación. Fue así que decidí seguir el camino vocacional, pero mi abuelo y mi madre no estuvieron de acuerdo con esa decisión, porque ellos me habían preparado desde niño para que me convirtiera en una persona especializada en rituales de danzas / cantos. Mi padre que era catequista consintió que yo hiciera tal experiencia.
Estamos a principios de la década de 1980. Yo fui a Manaos para comenzar el camino vocacional. Fui siguiendo por todas las fases de la formación (aspirantado, pre-noviciado, noviciado, estudios filosóficos y teológicos). He tenido muchas dificultades, pero he superado con la ayuda de mis formadores y colegas. Yo estuve haciendo memoria desde el año 1980 hasta el tiempo presente, sobrepasamos los 300 jóvenes que pasaron por los Seminarios: salesianos, capuchinos, diocesanos y otras congregaciones. Muchos decidieron salir en los primeros años de formación, otros en el período de votos temporales, algunos después de la profesión perpetua; otros salieron durante los estudios de la Filosofía, otros durante los estudios de la Teología y otros en los primeros años de sacerdocio.
A partir de esas experiencias fracasadas los salesianos, en el año 1994 en la Misión Salesiana de Iauareté, iniciamos el Centro de Formación Indígena (CFI) para el acompañamiento de las vocaciones indígenas en los primeros tres años de formación. Durante ese período buscamos trabajar los temas indígenas para fortalecer las identidades indígenas y prepararlos para las siguientes etapas formativas. Después de estos años iniciales los jóvenes indígenas son enviados a otras etapas que, generalmente, funcionan en las ciudades. Gracias a la nueva experiencia alcanzamos un resultado más satisfactorio. De los que pasaron en ese Centro, 5 se convirtieron en sacerdotes; un estudiante de Teología, un estudiante de Filosofía, 3 novicios, 6 pre-novicios y dos aspirantes. Hubo aumento de indígenas sacerdotes en el clero diocesano: 4 sacerdotes, un diácono, otros estudian Filosofía y Teología en Manaos. Otros indígenas están en otras congregaciones. Las vocaciones femeninas han aumentado bastante en diferentes congregaciones religiosas que actúan en nuestra región.
El cuadro actual muestra para los pueblos indígenas de nuestra región que es posible el seguimiento a la vocación sacerdotal y religiosa. Así desconstruimos la visión de que convertirse en sacerdote es propio del no indígena, pero convertirse en sacerdote forma parte de la vida cristiana, de la respuesta positiva al llamado de Dios. Con la gracia de Dios y con ayuda de hermanos de la Comunidad vivimos los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. El celibato como un don de Dios se vive en todas las culturas.
A principios del año 1994 cuando aún era diácono fui enviado por mis superiores como misionero a la Misión Salesiana de Iauareté, Amazonas - Brasil. Trabajé con los pueblos: Arapaso, Tariano, Tuyuka, Tukano, Desano, Piratapuia, Wanano, Kubeu, Mirititapuia, Hupda y otros. El 2 de junio fui ordenado sacerdote. Iauareté fue uno de los lugares que actué en diferentes períodos (1994-1997, 2005, 2007-2008). Yo siendo un sacerdote indígena quise hacer innovaciones en el estilo de actuación pastoral y celebrativa. Soñamos y concretamos las celebraciones inculturadas, con cantos y ritmos en lengua tukano; utilización de las pinturas corporales, etc. Elaboramos subsidios para una Catequesis inculturada. Estos intentos de innovación también generaron dudas y conflictos entre los indígenas, cuestionaban: ¿por qué los elementos culturales antes considerados diabólicos por los misioneros en la actualidad se utilizan en las celebraciones de las misas? Ante eso, ni yo ni el pueblo estábamos preparados para innovaciones profundas. Como ya dije anteriormente, el estilo misionero antiguo estaba bien enraizado en las mentes y en los corazones de los indígenas cristianos. Por eso, yo digo que cambiar de mentalidad no es tan rápido, pues mueve con muchas historias, tradiciones, sentimientos, emociones, estructura psicológica y creencias construidas por muchas décadas.
En los años 2007-2008 fui director y párroco en la misma misión salesiana. El master en educación que acababa de defender ayudó en mi práctica pastoral, estudios de nuestras riquezas culturales y retomar con las celebraciones inculturadas y catequesis inculturada. La participación de los sabios y de las sabias de cada pueblo fue muy importante para que pudiéramos asumir los sueños como comunidad parroquial. Ellos mismos estaban asumiendo el protagonismo en la preparación de las celebraciones, en la formación de líderes, catequistas, ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión, coordinadores de diversas pastorales. Yo soñaba con ellos hacer un trabajo diferente al de los salesianos venidos de Europa, sin perder el carisma salesiano y sin perder los valores culturales de cada pueblo.
En el período de 2010 a 2016 fui enviado como misionero entre el pueblo Yanomami, en la Misión Salesiana de Marauiá - rio Marauiá - Amazonas / Brasil. Cuando llegué allí, el primer salesiano había llegado hace 49 años. Yo ayudaba en la formación de los profesores yanomami. Vivíamos nuestra vida salesiana, vida de oración y celebración. Los jóvenes, adolescentes y niños participaban en esos momentos. En la misa cuando los misioneros recibían la Comunión todos ellos querían comulgar y nosotros les decíamos a ellos que no podían comulgar, todavía.
Nosotros les decimos que sólo después del bautismo recibirían la primera eucaristía. Los jóvenes y los adolescentes decían: quiero ser bautizado y recibir la primera comunión para recibir el Cuerpo de Jesús. Yo, siendo un indígena como ellos me sentía incomodado con aquello, como también sentía muy molesto con los misioneros que decían que aún no era tiempo de bautizar a los Yanomami. Pero yo decía: ya estamos aquí hace 50 años; ¿cuándo vamos a dar a esos Yanomami lo que más desean: el bautismo y la eucaristía? A partir de la constatación de ese deseo comenzamos a prepararles, pasaron cinco años. Los líderes llegaban conmigo y decían: ¡Padre Justino, usted es nuestro pariente, usted tiene que bautizar a nuestros hijos! Yo decía: estamos preparándoles.
La voluntad de recibir los sacramentos se estaba intensificando. Hasta que en el año 2015 durante la visita del obispo ellos dieron el ultimátum: señor obispo, ¿nos va a bautizar? Si no nos bautizamos no venga más; los misioneros desde hace mucho tiempo nos están engañando, diciendo que nos van a bautizar y no nos bautizan. A partir de esa actitud radical de los Yanomami comenzamos a bautizar a los Yanomami.
En medio del pueblo Yanomami sentí incluso cuánto es difícil vivir la alteridad. Pero ellos me ayudaron a descolonizar mis visiones y prácticas sacerdotales e incluso mis visiones y prácticas tuyuka. Me permitieron sumergirse en su cultura, participando de sus rituales, sus danzas, sus pinturas. Y al mismo tiempo yo soñaba que ellos podrían enriquecerse mucho más que yo en la vida de la Iglesia, pues son poseedores de tradiciones vivas. En mi imaginación yo decía a mis hermanos salesianos que los Yanomami, un día salvarían nuestra provincia, siendo seminaristas, llegando a ser salesianos y sacerdotes. Pero para llegar a ese nivel tenía que partir del primer sacramento. Si ellos no eran bautizados, aún, no es porque ellos no querían, pero los misioneros decidimos no bautizarlos, incluso cuando ellos expresaban que querían ser bautizados y vivir la vida yanomami cristiana.
El Sínodo de la Amazonía vino para provocarnos. Que tengamos la capacidad de ponernos en el lugar del otro. Para quien no nació ni vive en la Amazonía es difícil el ejercicio de pensar los desafíos a partir de la Amazonía, a partir de las visiones de los pueblos amazónicos e indígenas. Recorrer un camino interior de superación de los prejuicios, falta de respeto, discriminación, exclusión históricamente construidos por diversos miembros de la Iglesia. Los pueblos indígenas necesitan ser reconocidos y respetados por la Iglesia para que viviendo en sus territorios construyan una Iglesia con rostro indígena. La Iglesia necesita construir nuevo tipo de relación entre los miembros de la Iglesia, indígenas y no indígenas, que la Iglesia confíe y apueste en las capacidades y riquezas de los pueblos indígenas. Este proceso nuevo necesita pasar por el cambio profundo de actitudes, compartir con los pueblos indígenas lo mejor que la Iglesia puede compartir, el amor que Dios tiene por todas sus criaturas. La Iglesia con rostro amazónico y rostro indígena surgirá de las nuevas actitudes humanas, cristianas y eclesiales. De esa forma los rostros amazónicos e indígenas estarán más serenos, confiados, dispuestos, sonrientes, comprometidos, valerosos, satisfechos en el proceso de evangelización, en las celebraciones, etc.
Los diversos ministerios que se originan dentro de cada cultura amazónica e indígena pueden ser reconocidos y valorados como ministerios eclesiales. Los nuevos ministerios pensados con los pueblos amazónicos e indígenas para la Iglesia en la Amazonía necesitan ser resultado de la nueva forma de ser Iglesia en la Amazonía, no sólo para superar la falta de ministros ordenados para atender a las grandes regiones geográficas.
[1] Indígena del pueblo Ʉtãpinopona / Tuyuka. Dʉpo es el nombre original del P. Justino. Nacido el 30 de junio de 1961, en la aldea Onça-igarapé, municipio de São Gabriel da Cachoeira - Amazonas - Brasil. Es religioso de la Sociedad de San Francisco de Sales - Salesianos de Don Bosco. Hizo la primera profesión religiosa el 6 de enero de 1984 y profesión perpetua el 6 de enero de 1991. Ordenado sacerdote el 2 de junio de 1994. Trabajó entre los pueblos indígenas en la Misión Salesiana de Iauareté en los períodos de 1994-1997, 2004, 2007-2008; entre el pueblo Yanomami en la Misión Salesiana de Marauiá en el período 2010-2016. Formación académica: Licenciatura en Filosofía (UCB / Brasilia), Licenciatura en Teología (FTNSA / São Paulo), Maestría en Educación Indígena (UCDB / Campo Grande) y cursando Doctorando en Antropología Social (UFAM / Manaos). Texto elaborado para el Simposio Teológico - AMAZONÍA: nuevos caminos para la Iglesia, Roma, 24-26/06/2019.
[2] En octubre de 2014 fui a participar en el V Simposio de Teología Indígena - Revelación del Verbo, San Cristóbal de las Casas, México (Chiapas) y visité el lugar de aparición de Nuestra Señora de Guadalupe a Juan Diego.
[3] Conclusiones del V Simposio de Teología India, Chiapas, 2014.
[4] Conclusiones del V Simposio de Teología India, Chiapas, 2014.
[5] Los salesianos salieron de esa misión a finales del año 1998.
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Cuidar a las personas y al mundo. Articulo de Justino Sarmento Rezende, indígena do povo Ʉtãpinopona/Tuyuka - Instituto Humanitas Unisinos - IHU