23 Março 2020
Toribio de Mogrovejo. Perú, †1606.
Arzobispo de Lima, Perú, pastor del pueblo inca, profeta en la Iglesia colonial. Toribio (cuyo nombre significa "tumultuoso") nació en Mayorga, provincia de León (España), el 18 de noviembre de 1538. Estudió en Valladolid y en Salamanca. Toribio era graduado en derecho, y había sido nombrado Presidente del Tribunal de Granada (España) cuando el emperador Felipe II al conocer sus grandes cualidades le propuso al Sumo Pontífice (Gregorio XIII) para que lo nombrara Arzobispo de Lima. Roma aceptó y envió en nombramiento, pero Toribio tenía mucho temor a aceptar. Después de tres meses de dudas y vacilaciones aceptó. Tenía cuarenta años cuando aceptó; llegó a Lima, en 1581. Trató de realizar el programa elaborado por el concilio de Trento, celebrando sínodos (diocesanos cada dos años y provinciales cada siete), corrigiendo las costumbres de laicos y clérigos y organizando las tareas misionales.
El Arzobispo que lo iba a ordenar de sacerdote le propuso darle todas las órdenes menores en un solo día, pero él prefirió que le fueran confiriendo una orden cada semana, para así irse preparando debidamente a recibirlas.
Su arquidiócesis tenía dominio sobre Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile y parte de Argentina. Medía cinco mil kilómetros de longitud, y en ella había toda clase de climas y altitudes. Abarcaba más de seis millones de kilómetros cuadrados.
Durante muchísimos años las sabias disposiciones de Toribio de Mogrovejo, aprobadas por Roma, rigieron en las diócesis de América hispana. Amó a sus feligreses, pero fue inflexible con los que explotaban y maltrataban al indio, llegando incluso a enfrentarse con el mismo virrey García Hurtado de Mendoza. Y, dado el caso, no vaciló en aplicar la excomunión contra el sacerdote indigno, contra el encomendero cruel, contra el funcionario que se oponía a su ministerio. Fundó varios seminarios - el primero en 1591 -, iglesias y hospitales.
Como decimos, las medidas enérgicas que tomó contra los abusos que se cometían, le atrajeron muchos persecuciones y atroces calumnias. El callaba y ofrecía todo por amor a Dios, exclamando, "Al único que es necesario siempre tener contento es a Nuestro Señor".
Cuando iba de visita pastoral viajaba siempre rezando. Al llegar a cualquier sitio su primera visita era al templo. Reunía a los indios y les hablaba por horas y horas en el idioma de ellos que se había preocupado por aprender muy bien. Aunque en la mayor parte de los sitios que visitaba no había ni siquiera las más elementales comodidades, en cada pueblo se quedaba varios días instruyendo a los nativos, bautizando y confirmando.
Su generosidad lo llevaba a repartir a los pobres todo lo que poseía. Un día al regalarle sus camisas a un necesitado le recomendó: "Váyase rapidito, no sea que llegue mi hermana y no permita que usted se lleve la ropa que tengo para cambiarme".
Apóstol y misionero incansable, durante dieciséis años cruzó ríos, escaló montañas, atravesó valles y quebradas. Buscaba a los indígenas, les hablaba en su propia lengua, los instruía en la doctrina de Jesús. Agrupó a sus nuevos amigos en torno de la iglesia y los acostumbró a una vida laboriosa y en familia. Los inició en el canto; entonaban canciones religiosas y realizaban procesiones. Desde lejos llegaban los caciques con los pequeños de la tribu; Mogrovejo los bautizaba y confirmaba. Se calcula que administró más de 5.000.000 de bautismos y 800.000 confirmaciones. Entre los confirmados figuran san Martín de Porres y santa Rosa de Lima. Tuvo gran amistad con san Francisco Solano, tan parecido a él en la obra misional. Era valiente. "No teme a la muerte", decían los indios. Y Mogrovejo respondía: "Dios me guardará". Evangelizaba por los caminos donde pisaban sus pies de misionero. Recorrió, a veces a pie, otras en mula, alrededor de 40.000 kilómetros. En numerosas ocasiones salvó la vida milagrosamente.
Toribio de Mogrovejo, segundo arzobispo de Lima y, junto con santa Rosa, primer santo de América, encontró la muerte en uno de sus tantos viajes misionales en el pueblo de Santa (o Saña), a 500 kilómetros de la capital, el 23 de marzo - día de jueves santo - del año 1606. Fue beatificado por el Papa Inocencio XI en 1679 y canonizado por Benedicto XIII en 1726. Su sepulcro se halla en la catedral de Lima. Es patrono del Perú. Juan Pablo II lo ha declarado recientemente patrono (y modelo) de los obispos latinoamericanos.
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23 de março de 1606 - Instituto Humanitas Unisinos - IHU