16 Mai 2017
La reelección en Honduras es más bien el disparador de la crisis y perpetuar así la corrupción y la impunidad del actual gobierno.
La información es publicada por Radio Progreso, de la Compañia de Jesús, 14-05-2017.
Hay tres cinismos que en la Honduras de hoy son dispositivos productores de repudio, confrontación, violencia e inestabilidad: el cinismo de la élite más pudiente que sin descaro vocifera que sus inversiones y la acumulación infinita de capitales son éxitos y logros para todo el país; el cinismo de los que sostienen la corrupción y que se dan incluso el lujo de organizar campañas de lucha anticorrupción e inventar leyes y decretos para perseguir a los corruptos e impunes; el cinismo de un mandatario que ha violado la Constitución y hace proselitismo con el hambre y ansiedad de la gente, generando la falsa imagen de que todo es legal y que su proyecto tiránico es garantía para una “vida mejor”.
Juan Orlando Hernández es al presente el mayor factor desestabilizador de Honduras por cuanto atiza el fuego de la inseguridad, la violencia, la confrontación y la inestabilidad de la sociedad. Su obsesión por la presidencia de la República lo convierte en el dispositivo que ha pervertido la institucionalidad pública y la constituye en un Estado servil, administrador del negocio de los fuertes, y cuyos poderes sirven hoy para su beneficio, para el logro de las ambiciones de una camarilla conservadora y para repartir las así malhabidas ganancias entre su familia y allegados.
La reelección no es el problema. La reelección es, en este caso, una ocasión para delinquir bajo la protección del Estado. La reelección es oportunidad de encaramarse en el ente público y erigirse como dictador. La reelección es el instrumento para abusar del poder viciando con impunidad al sistema democrático y empleando el voto de la gente para justificar fechorías.
La reelección es más bien el disparador de la crisis. Una crisis activada por el abuso extremo del poder de un individuo que usa los más nobles cargos republicanos ––inicialmente como presidente del Congreso Nacional y luego como jefe del Ejecutivo–– para violentar la Constitución de la República y culminar sus degradadas ansias personales. Va cumpliendo a rajatabla el grito de sus campañas, aquel en que prometía hacer lo que tuviera que hacer para convertir en botín a la república. Para ello ha practicado todos los recursos legales e ilegales posibles y ha concentrado en su persona el mando de las decisiones oficiales, el control subrepticio de los medios de comunicación y la invención de una campaña en que hace aparecer como de bienestar social al peor modelo de ineficiencia, despilfarro y corrupción que haya conocido la hondureñidad. Díganlo si no los radares y corbetas invisibles y el regalado avión presidencial que nadie regaló; el espionaje y la fascistación de la sociedad; el secreto como conducta y la mentira como vía de acción.
La pretendida reelección de Juan Orlando Hernández tiene nada que ver con el derecho y con la oportunidad que se otorga a quien bien gobierna para perfeccionar su programa político, como sucede en naciones avanzadas de la tierra. Con lo que sí tiene que ver esta reelección es con una desesperada ansia de continuismo y con el afán de perpetuar un proyecto construido sin la gente y que más bien oficia en contra de la gente. No es solo la reelección de un ser ambicioso sino la prosecución de un modelo que ha multiplicado el lujo de unas pocas familias y radicalizado la miseria y el desempleo de millones de otras familias. Es la infértil repetición de programas asistencialistas donde el partidismo suplanta a las correctas políticas públicas e impide un reordenamiento agrario destinado a atajar la migración y el empobrecimiento campesino. En vez de inversión para empleo digno y permanente, en vez de una modernización fiscal según ingresos y propiedades, salud, vivienda, educación y cultura lo que abunda son banales gastos en armas, en militares y policías. Represión es actualmente el más sagrado sustantivo neoliberal.
La reelección tiene como propósito perpetuar la corrupción y la impunidad de una reducida mafia política que incrustada en el gobierno utiliza el Estado para plataforma de negocios. Es la prolongación de una estructura gubernativa sustentada en alianzas público-privadas que subordinan la economía al lucro de las transnacionales interesadas en la industria extractiva. La minería, el agua, los ríos, los bosques, la riqueza entera de nuestra biodiversidad, la energía eléctrica, las carreteras y todos los bienes comunes y públicos caerán en manos de esa casta oligárquica que apenas si es socia menor del capital multinacional, pues lo que el continuismo de Juan Orlando Hernández en verdad representa es el modelo elitista basado en la pérdida extrema de la soberanía nacional.
¿Es inevitable esa acción, está la reelección de Hernández escrita en piedra? ¡Jamás! Ninguna coyuntura política es indeleble, y cuanto más injusta y cínica, más derecho y responsabilidad tenemos para repudiarla y para resistirla con civismo.
Estamos obligados a conjuntar todos los esfuerzos, dejar de lado las diferencias y desconfianzas, hacer que reluzcan nuestras sinergias y consensos, nuestra identidad ciudadana y democrática, hasta alcanzar la más amplia convocatoria para las diversas iniciativas articuladas y lograr una coordinación unánime y ciudadana capaz de vencer al espectro de la dictadura.
El instante para rescatar la soberanía nacional y reconstruir el Estado de Derecho no admite retrasos ni discusiones pues la patria está herida: consentir tan malvada reelección la mataría.
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Honduras. La patria está herida, la reelección la matará - Instituto Humanitas Unisinos - IHU