15 Agosto 2017
"El Papa argentino reclama contra la versión occidental del cristianismo, pues las iglesias regionales y locales no europeas han sufrido el irrespeto a su posibilidad de desarrollarse con protagonismo. ¿Será posible alguna vez una inculturación latinoamericana en los campos del dogma, de la moral, de la liturgia y de derecho canónico? Rahner ha osado ir tan lejos. Probablemente Bergoglio también. Los dos son jesuitas. Los dos han sabido de la frustración de las misiones de China, India y tantas veces en la misma América Latina", escribe Jorge Costadoat, SJ, teólogo chileno, en artículo publicado por Reflexión y Liberación, 14-08-2017.
La elección de Jorge Bergoglio como Papa constituye uno de los acontecimientos más extraordinarios en la historia de la Iglesia. Ya había sido único el caso de la renuncia de Benedicto XVI. Primera vez que un Papa dejaba el cargo libremente. Francisco Papa, independientemente de su peculiar personalidad, representa un giro de la Iglesia universal en favor de las iglesias periféricas. Un Papa latinoamericano equivale en cierto sentido a uno africano o asiático.
De aquí que sea relevante ahondar en la índole latinoamericana del Papa Francisco. Lo haremos teniendo presente los signos de los tiempos, la recepción del Concilio Vaticano II en América Latina y el estilo personal de Jorge Bergoglio como pontífice.
El mayor signo de los tiempos hoy –sobre esto hay pocas dudas- lo constituye la globalización. En palabras de Aparecida:
La novedad de estos cambios, a diferencia de los ocurridos en otras épocas, es que tienen un alcance global que, con diferencias y matices, afectan al mundo entero. Habitualmente se los caracteriza como el fenómeno de la globalización. Un factor determinante de estos cambios es la ciencia y la tecnología, con su capacidad de manipular genéticamente la vida misma de los seres vivos, y con su capacidad de crear una red de comunicaciones de alcance mundial, tanto pública como privada, para interactuar en tiempo real, es decir, con simultaneidad, no obstante las distancias geográficas. Como suele decirse, la historia se ha acelerado y los cambios mismos se vuelven vertiginosos, puesto que se comunican con gran velocidad a todos los rincones del planeta (Aparecida 34).
El fenómeno, en realidad, es antiguo. El descubrimiento y conquista de América completó, en cierto sentido, el conocimiento que hasta entonces se tenía del globo terráqueo. Desde entonces pudo pensarse en términos mundiales. El mundo tomó conciencia de sí mismo como de una unidad cerrada. Los intercambios entre las distintas zonas aumentaron, hasta ir tejiendo una red de relaciones comerciales, culturales y políticas cada vez más tupida. Hoy la internet es una telaraña que multiplica espectacularmente las relaciones, transformándolas, aligerando los compromisos, y ofreciendo información de todo tipo en cantidades siderales. Esto y aquello en tiempo real. Por otra parte, la catástrofe socio-ambiental en curso es signo aún más claro, por ser aún más universal, de la toma de conciencia del peligro que acosa a la Tierra (LS 19). En la actualidad el centro cultural predominante, la sociedad de mercado gestionada por un capitalismo casi imposible de controlar, incluye y excluye, integra y desintegra, pero en relativamente poco tiempo puede destruir a la vida por parejo. Por lo mismo, el Acuerdo de París (2015) puede convertirse en uno de los acontecimientos más importantes no solo en la historia de la humanidad, sino también del planeta. Comprometerse a que la temperatura media del planeta a fin del siglo XXI no se eleve por encima de los 2 grados centígrados, y que idealmente llegue a solo 1,5 grados, constituye en sí mismo un triunfo de la política global que augura nuevos acuerdos solidarios internacionales.
La Iglesia, por su parte, tiene sus propios signos de los tiempos. El más importante de todos, si damos razón a Karl Rahner, es la constitución de una iglesia mundial. A propósito de la interpretación fundamental del Vaticano II, uno de sus principales teólogos sostuvo años después que en esta ocasión por primera vez la Iglesia actuó, a través del magisterio, con una representación de obispos venidos de todas partes de la tierra. Hasta entonces no había habido más que una versión del cristianismo, la occidental, presente y dominante en los diversos continentes. Desde entonces se hicieron sentir con más fuerza las iglesias locales con sus características propias y una incipiente autonomía. Primera vez en la historia que ha quedado abierta la posibilidad de una inculturación plural del Evangelio. Lo que hasta ahora prevalece con mucha fuerza es la versión judeo-cristiana, greco-latina y germánica occidental.
En palabras del mismo Rahner:
Bajo el respecto teológico, existen en la historia de la Iglesia tres grandes épocas, la tercera de las cuales apenas ha comenzado y se ha manifestado a nivel oficial en el Vaticano II. El primer período, breve, fue el del judeocristianismo; el segundo, de la Iglesia existente en áreas culturales determinadas, a saber, en el área del helenismo y de la cultura y civilización europea. El tercer período es en el cual el espacio vital de la Iglesia, en principio, es todo el mundo.
Rahner quiere mostrar la originalidad de las etapas, pero es consciente de que la historia de la Iglesia puede subdividirse mucho más. Continúa:
Estos tres períodos, que indican tres situaciones fundamentales, esenciales y distintas entre ellas, del cristianismo, de su predicación y de su Iglesia, pueden naturalmente ser subdivididas a su vez de manera muy profunda; así, por ejemplo, el segundo período contiene las cesuras representadas por la transición de la antigüedad al medioevo y la transición de la cultura medieval a la época del colonialismo europeo y del iluminismo.
Lo más interesante es que la tercera gran época de esta división de Rahner ayuda a entender qué está ocurriendo en la Iglesia latinoamericana y por qué la elección de Francisco es tan novedosa.
A nuestro parecer, en el postconcilio los latinoamericanos levantaron la cabeza y quisieron pensar por sí mismos, en pocas palabras, ensayaron su mayoría de edad. Lo dice Gustavo Gutiérrez en estos términos: “La teología de la liberación es una de las expresiones de la adultez que comienza a alcanzar la sociedad latinoamericana y la Iglesia presente en ella en las últimas décadas. Medellín tomó acta de esta edad mayor y ello contribuyó poderosamente a su significación y alcance históricos”.
En cuanto a nuestra iglesia continental, el Concilio ha facilitado que ella tome conciencia de la posibilidad de ser adulta. Ya Pío XII había auspiciado el despliegue de iglesias continentales y locales. En América Latina pudo constituirse el Celam, única conferencia episcopal que en el Concilio actuó organizadamente. Medellín (1968), Puebla (1979) y Aparecida (2007) fueron conferencias que nos encaminaron por la senda de la autonomía católica, a saber, una que se nutre de su relación con la iglesia de Roma. Santo Domingo, en cambio, representa un retroceso. Esta conferencia, de hecho, no ha sido bien recibida. Esta conferencia fue intervenida por la curia romana. Y, sin embargo, Santo Domingo (1992) ratificó la opción preferencial por los pobres que, podríamos decir, es el nombre de la recepción latinoamericana del Concilio.
En las otras regiones del mundo ocurre hoy algo semejante. En Oriente, por ejemplo, ha sido muy difícil desarrollar una Iglesia “oriental”. Sin embargo, allí donde los cristianos se encuentran con tradiciones religiosas milenarias e inmensamente mayoritarias, el Concilio ha abierto en ellas su valoración. Según Rahner, esta apertura religiosa ha supuesto un progreso doctrinal:
Pero se puede también decir que, bajo el aspecto doctrinal, el Concilio ha hecho cosas que son de importancia fundamental para una misión de escala mundial: en la Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas ha abierto por primera vez en la historia del Magisterio eclesiástico la vía a una valoración también positiva de las grandes religiones mundiales.
Rahner hace ver que en documentos claves del Vaticano II la doctrina hizo progresos notables:
Una voluntad salvífica universal y eficaz de Dios que encuentra un único límite en la decisión mala de la conciencia del hombre y en nada más, admitiendo así la posibilidad de una fe salvífica verdadera y propia también fuera de la revelación verbal cristiana, de modo que se han puesto las premisas fundamentales para la misión mundial de la Iglesia, las cuales no existían en la teología precedente.
El Concilio, sin hablar de inculturación –concepto usado con posterioridad- supone que Cristo, a través de su Espíritu, está actuando en todos los pueblos. La Constitución de la Iglesia en el mundo de hoy afirma:
“…esto vale no sólo para los que creen en Cristo, sino aun para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de un modo invisible. Puesto que Cristo murió por todos y la vocación última del hombre es efectivamente una tan sólo, es decir, la vocación divina, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma por Dios conocida, lleguen a asociarse a este misterio pascual” (Gaudium et spes, 22).
En suma, el Concilio puso las bases de la que tendría que ser una Iglesia mundial, policéntrica, dirá Juan Bautista Metz. Una iglesia no solo más autónoma, desde el punto de vista del gobierno, sino culturalmente más diversificada. Que Jorge Bergoglio haya llegado a ser papa, representa la valoración que la Iglesia hace de la posibilidad de una iglesia mundial (Rahner).
El impacto del Vaticano II en América Latina en los últimos cincuenta años ha sido enorme. Este es el contexto que mejor explica quién es Jorge Bergoglio y, también, en cierto sentido, por qué ha podido llegar a ser Papa.
Pocas iglesias parecieron estar mejor preparadas que la de América Latina para asimilar tan positivamente el Concilio. Este, de hecho, respondía a los desafíos de la Reforma y de la modernidad. Se ha dicho muchas veces que es un concilio europeo. Sin embargo, el Vaticano II fue absorbido con protagonismo y creatividad por las varias iglesias locales. El mismo contexto de alta tensión en el continente latinoamericano había exigido una atención y urgencia para responder a las expectativas de liberación y de paz con el Evangelio. Medellín fue la ocasión más significativa en que la Iglesia Latinoamericana respondió pastoralmente a las circunstancias de acuerdo a las grandes pautas que el Concilio le dio. En el camino a la adultez de esta Iglesia, el Vaticano II marcará un antes y un después.
La elección de Bergoglio como Papa representa en buena medida a una iglesia “hija” que llega a la mayoría de edad. Este era tema en la década de los sesenta. A la dependencia económica de las grandes potencias había que sumar otras dependencias, en todos los ámbitos, del continente y de la Iglesia latinoamericana. El estilo de gobierno de Francisco, algo refleja la irrupción de una Iglesia joven entre las mayores. Esta iglesia local se instala entre las más antiguas como el adolescente que hace sentir la casa es “su” casa y no tiene, en consecuencia, que cuidar mucho sus modos de expresarse.
Lo que despunta en la América Latina post-conciliar, y en el mismo Bergoglio, como realmente importante, todavía está por prosperar con fuerza. Está pendiente una mayor inculturación del Evangelio. Falta, en primer lugar, una valoración de la cultura de las iglesias. Los latinoamericanos, ante Europa y EE.UU., no se han valorado suficientemente a sí mismos. La Iglesia del continente es aún, en buena medida, una iglesia europea.
Esto no obstante, la Iglesia del continente ha ido tomando conciencia y ha valorado su diferencia cultural respecto de Europa, y su propia pluralidad cultural. Lo dice Francisco en términos rotundos:
No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. Si bien es verdad que algunas culturas han estado estrechamente ligadas a la predicación del Evangelio y al desarrollo de un pensamiento cristiano, el mensaje revelado no se identifica con ninguna de ellas y tiene un contenido transcultural. Por ello, en la evangelización de nuevas culturas o de culturas que no han acogido la predicación cristiana, no es indispensable imponer una determinada forma cultural, por más bella y antigua que sea, junto con la propuesta del Evangelio. El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador (EG 117).
El Papa argentino reclama contra la versión occidental del cristianismo, pues las iglesias regionales y locales no europeas han sufrido el irrespeto a su posibilidad de desarrollarse con protagonismo. ¿Será posible alguna vez una inculturación latinoamericana en los campos del dogma, de la moral, de la liturgia y de derecho canónico? Rahner ha osado ir tan lejos. Probablemente Bergoglio también. Los dos son jesuitas. Los dos han sabido de la frustración de las misiones de China, India y tantas veces en la misma América Latina.
Sabemos, sin embargo, que el cristianismo, no obstante la marca occidental con que se impuso en el continente siempre pudo ser recibido en las categorías culturales locales. Hay numerosos ejemplos, aun cuando el sincretismo tan propio de encuentro cultural entre pueblos distintos no puede no expresarse con ambigüedad. La Virgen de Guadalupe y la historia de Juan Diego son el caso por excelencia de apropiación cultural del cristianismo. La música sacra de las reducciones jesuitas de Paraguay, los bailes religiosos de la triple frontera de Bolivia, Chile y Perú, y otras expresiones semejantes son prueba de que la fe en Cristo ha tenido una recepción latinoamericana importante.
Pues bien, nuestra opinión es que en este suelo latinoamericano la mayor inculturación del Evangelio ha sido la formulación la opción por los pobres. Esta opción, por otra parte, ha sido reconocida como esencial del Evangelio en otras partes del mundo y se ha difundido gracias a los mismos papas. Francisco la entiende del modo siguiente:
Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga “su primera misericordia”.Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener “los mismos sentimientos de Jesucristo” (Flp 2,5). Inspirada en ella, la Iglesia hizo una opción por los pobres entendida como una “forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia”. Esta opción —enseñaba Benedicto XVI— “está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza”. Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos (EG 198).
Ha sido sin duda la Teología latinoamericana de la liberación que ha elevado a concepto esta opción de la Iglesia en América Latina. La inculturación en este continente pobre ha encontrado en esta teología una reflexión original, propia de una Iglesia que piensa por sí misma. La opción por los pobres u opción preferencial por ellos se ha convertido en el nombre de la recepción latinoamericana del Concilio. Por cincuenta años, una Iglesia que ha querido arraigar entre los pobres para anunciar a ellos el Evangelio y oír el Evangelio de los mismos pobres, es el ambiente natural que mejor explica a Jorge Bergoglio. La expresión suya: “cuanto querría una Iglesia pobre y para los pobres”, hizo fortuna en el continente, especialmente en los sectores populares de la Iglesia, porque sonó aquí como una fórmula representativa de su manera de entender el cristianismo.
No es fácil ubicar a Jorge Bergoglio en el movimiento de la Teología de la liberación. No siendo él teólogo, tampoco se puede decir que haya sido un simpatizante de ella. He aquí un punto de discusión interesante. Bergoglio sí ha podido identificarse con la Teología argentina del pueblo. El ahora Papa, siendo obispo de Buenos Aires, hizo sepultar en la catedral de la ciudad a Lucio Gera, el principal representante de esta teología. Esta teología local no ha tenido tal vez influjo en el resto de América Latina por su acento peronista. Bergoglio es peronista en algún sentido del término que solo un argentino podría descifrar. Pero sí ha podido tener influjo como una teología del “pueblo”, del mismo pueblo en cuanto “fiel”, en cuanto a su religión popular. De aquí que J. C. Scannone ha acertado ubicando a esta teología entre una de las corrientes de la Teología de la liberación. Este mismo teólogo puede ser ubicado tanto en esta como en aquella. Los tres, Scannone, Gera y Bergoglio, sin embargo, no han querido saber nada del marxismo. Los teólogos de la liberación filo-marxistas no han querido reconocer en sus filas a la Teología del pueblo, y tampoco estos han querido que se los incorpore entre los teólogos de la liberación si por esta se entiende un intento de hibridaje con el marxismo.
Esto no obstante, ya que la Teología de la liberación y la Teología argentina tienen en común lo más importante, esto es, la opción por los pobres, la llegada al papado de Bergoglio ha sido recibida con fuertes aplausos por el ala izquierda de la Iglesia del continente. Ambas teologías, además, comparten un talante marcadamente pastoral y espiritual. El paso de Benedicto XVI a
Francisco, en este punto, ha podido ser muy desconcertante para muchos. Se dirá que uno es un teólogo y otro un pastor. En realidad, ambos papas han reflejado dos modos de ser iglesia. En Francisco aparece claramente una orientación decididamente pastoral, que los latinoamericanos celebran. Se reconoce que no se necesita ser teólogo para ser Papa. Habrá ocurrido muchas veces en la Iglesia. Lo que en este caso llama la atención es el desenfado con que Francisco se empeña en sacar fuera a la Iglesia, urgiéndola a cumplir su misión pastoral universal.
La elección de Bergoglio representa un giro extraordinario del centro a la periferia. El mismo Papa remira la encarnación en esta clave:
El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo “se hizo pobre” (2 Co 8,9). Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a través del ‘sí’ de una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio (EG 197).
Las periferias para Francisco pueden ser de distinta índole. Puede tratarse de territorios periféricos o de ambientes socio-culturales (cf., EG 20. 30). Le hemos oído hablar de “periferias existenciales”. La que más le preocupa, insiste en ello, es la de los que son excluidos:
Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son ‘explotados’ sino desechos, ‘sobrantes’ (EG 53).
En Evangelii Gaudium Francisco cita varias veces a conferencias episcopales regionales: EE.UU. (EG 64), Francia (EG 66), Brasil (EG 191), Filipinas (EG 215), Congo (EG 230), India (EG 250). Queda atrás la costumbre papal de citarse solo a sí mismo. Al citar a otros episcopados, el Papa cumple con dos característica que aquí hemos querido subrayar. La sensibilidad periférica de alguien que sabe que el “sur” existe. Y, segundo, la necesidad de descentralizar el gobierno de la Iglesia. En cuestión de magisterio Roma no puede seguir monopolizándolo todo.
La gran pregunta que espera respuesta es acaso el papa Bergoglio, que ha sido elegido principalmente para reformar la Curia, será capaz de emprender una reforma de las relaciones de la iglesia de Roma con las iglesias del resto del mundo. Solo en este caso, creemos, se liberará la posibilidad de la iglesia mundial prevista por Rahner y será posible que la Iglesia Católica realmente se constituya desde la periferia. “Una Iglesia pobre y para los pobres” solo será tal cuando las iglesias periféricas sean protagonistas culturales y teológicas.
Francisco Papa representa un giro único en la historia de la Iglesia: un desplazamiento del gobierno hacia la periferia. Con él, el papado ha saltado, por así decirlo, de Europa al otro lado del Atlántico. ¿Augura este giro la constitución de una Iglesia policéntrica (Metz)? Talvez, pero sí presagia una Iglesia que puede inculturarse en otras latitudes. Desde el triunfo de Pablo sobre Pedro en Jerusalén, desde el triunfo del latín sobre el griego como idioma del cristianismo de los primeros siglos, no se daba un paso tan significativo. El nuevo Papa, que habla castellano, se defiende en italiano y parece no tener el mínimo interés por mantener el latín como idioma oficial de la Iglesia, constituye una prueba de la madurez de la Iglesia para convertirse en “mundial”.
¿Qué lo distingue como cristiano latinoamericano? Se ha de ser cuidadoso en el análisis. Lo que aquí más interesa son los rasgos de alguien que encarna personalmente una inculturación del Evangelio. Bergoglio es argentino hijo de inmigrantes. Él ha sabido en carne propia lo que
significó para sus padres sintetizar la cultura europea con la latinoamericana en un país que, por otra parte, es fruto antiguo de esta misma síntesis. Pero esta experiencia de inmigrantes no es por sí misma lo que llama nuestra atención. En América Latina son muchos los inmigrantes, pero no todos han inculturado el Evangelio. Tampoco nos interesa particularmente que sea porteño y no argentino del interior. Hay en él rasgos de carácter que podrían resultar odiosos para argentinos de Córdova. El perfil psicológico y cultural del Papa ciertamente juega un rol importante en su modo de gobernar la Iglesia, pero estas características humanas gozan para nosotros de importancia en la medida que son asumidas por una cristiano periférico latinoamericano.
Algo muy parecido hay que decir de su ser jesuita. Es evidente que lo es, pero sus características en cuanto tal las encontraremos también en los jesuitas europeos y asiáticos. Aquí, en cambio, nos resulta interesante que él sea jesuita en la medida que es un cristiano latinoamericano del post-concilio. En este sentido, no podemos pasar de largo que Bergoglio pertenece a la generación de jesuitas que, a lo largo de la historia de la Compañía de Jesús, se encuentran en la tercera gran etapa. La primera, de Ignacio y sus compañeros duró hasta la supresión. La segunda se extendió desde la restauración hasta el Concilio Vaticano II y se caracterizó más bien por adaptarse a las orientaciones de la Propaganda Fidei. En esta tercera etapa, la del Concilio en adelante, la Compañía de Jesús ha intentado realizar precisamente una inculturación del Evangelio, que como hemos mencionado no ha sido del todo nueva en su historia, y que en el caso de América Latina se ha caracterizado, más que en otras partes, por acoger la fórmula de misión de la Congregación General XXXII del “servicio de la fe y la promoción de la justicia”. Desde su Congregación General XXXI los jesuitas latinoamericanos han hecho suyo el Concilio con una intensidad extraordinaria y en Latinoamérica han sintonizado y promovido la opción por los pobres hasta el martirio. Bergoglio es un jesuita de Medellín y Puebla. En Aparecida fue un redactor importante del texto final precisamente en aquellos temas que mejor representan la inculturación latinoamericana del Evangelio.
Hay otros rasgos de Francisco muy marcados en su pontificado que, sin ser necesariamente latinoamericanos, se nutren de su mirada evangélica periférica. No podemos pasar por alto su deseo de una Iglesia misericordiosa. Bergoglio ha sido un crítico implacable de la versión farisaica del cristianismo predominante en el llamado “invierno eclesial”, período inaugurado con Juan Pablo II, dominado por católicos tradicionalistas. Esta iglesia ha caído en la antigua tentación del menosprecio de los pecadores de parte de los justos y de la prevalencia de la doctrina sobre la realidad de la vida, a veces desgarradora, de las personas. Esta actitud del Papa Francisco que ha podido ser aplaudida en Europa y otras partes, también podemos pensar que proviene de su opción por los pobres. El Sínodo de la familia, por ejemplo, lleva la marca de la misericordia que este Papa ha querido imprimirle.
Hay tres asuntos de estilo de Francisco que sí parecen subrayar el surgimiento de una iglesia latinoamericana adulta. Hemos dicho que este Papa ha sido elegido para reformar la Curia romana. Lo que nadie esperaba es el trato que muchas veces ha dado a sus integrantes. Por cierto, recibió de Benedicto un aparato de gobierno deteriorado y con señales preocupantes de corrupción. La llegada de Bergoglio ha debido irritar tremendamente a personas que han profitado de sus cargos e influencias, y que han vivido de una cultura cortesana que poco tiene que ver con los valores de las bienaventuranzas. Famosos fueron sus puntos de oración dados por él mismo a los purpurados, señalándoles con todas sus letras la enfermedades de la Curia. ¿Cómo habrán tomado los asistentes que se les haya dicho que pueden adolecer de Alzheimer espiritual? Francisco ha irrumpido en este ambiente a contracorriente. En esto no hay que ver un asunto de carácter –aunque de carácter tiene mucho -sino de un propósito latinoamericano por cortar con un gobierno centralizado de la Iglesia que ha abusado de su poder. Las iglesias latinoamericanas y de otras partes del mundo han padecido humillaciones sin fin de parte de los funcionarios vaticanos. Difícilmente podrá olvidarse que el texto de Aparecida volvió de Roma cambiado por un cardenal de la Curia. Francisco estima que esta situación no puede continuar.
Otro asunto notable, ciertamente el que más, ha sido su impresionante opción por los pobres. Ha viajado a los lugares más pobres. Su ida a Lampedusa fue profética. Hizo instalar duchas en el Vaticano para los mendigos que viven en las calles. Ha almorzado con los pobres en comedores populares. Ha pedido a las congregaciones religiosas en crisis de vocaciones que abran sus enormes casas en Roma a los inmigrantes. La lista de iniciativas de este tipo es interminable. Todas estas expresiones de ida a los más pobres son consistentes con sus gestos que indican un deseo de un estilo más sencillo de representación del Papa. Por ejemplo: cambió el majestuoso sillón pontificio por uno más modesto; se le ha visto retirando la basura de la casa Santa Marta; si hubo de necesitar anteojos nuevos, los fue a comprar a una óptica corriente, en vez de hacer ir a los ópticos al Vaticano; cambió el uso de un auto millonario por el más humilde de los Fiat. Nada de esto es casual. No puede ser visto como un asunto de virtud personal de Jorge Bergoglio, sino como una indicación neta del Papa de recuperar el Evangelio, lo cual ha sido muy propio de una Iglesia latinoamericana que en el período postconciliar ha querido ser la “Iglesia de los pobres”.
Por último, un tercer rasgo de Francisco es su modo directo y horizontal, incluso descuidado, de expresarse. Hasta Francisco, parecía que los papas debían ser infalibles en cada una de sus palabras. Prácticamente no podían decir nada que no fuera por escrito. La costumbre de citarse solo a sí mismo reforzaba el priurito de tener que enseñar la verdad sin sombra de error. El Papa actual habla sin papeles. Acepta responder a los periodistas en on. No teme a cometer errores, y los ha cometido. Habla con libertad y, en consecuencia, deja espacio a que otros también lo hagan. Tal vez lo más sorprendente es haber lanzado 38 preguntas sobre moral familiar y sexual a toda la Iglesia, sin temor a que los católicos, laicos y consagrados, pudieran dudar de la doctrina tradicional. Este modo de expresarse tal vez no sea del todo latinoamericano, mucho tiene que ver con su carácter bastante italiano, pero tiene un aire de novedad, la novedad de quien viene de otra área del mundo. En Francisco predomina la urgencia de desarrollar relaciones horizontales entre los sacerdotes y los laicos, tal como parece haberlo querido el Vaticano II. Su disposición general es pastoral. Como pastoral ha sido la impronta de la Iglesia liberadora del continente.
El excesivo protagonismo del Papa hacer pensar acaso él no terminará traicionando lo que representa, a saber, este giro eclesial hacia los márgenes. ¿Tiene claro Francisco que debe ceder más espacio a los otros episcopados? Lo suponemos. Sí sabemos que quiere cambios importantes. Talvez no tenga otro medio para alcanzar una iglesia policéntrica que utilizando el poder que tiene para orientarlo en la dirección correcta. La prueba de fuego, en cualquier caso, será la reforma de la Curia. No se necesita tanto una Curia mejor como un nuevo modo de relacionarse el centro con la periferia, es decir, la iglesia de Roma con las otras iglesias del mundo. La demanda unánime es por más autonomía. Por esta vía los cristianos latinoamericanos llegaremos a una apropiación original del Evangelio.
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Un Papa Latino Americano - Instituto Humanitas Unisinos - IHU