12 Mai 2017
"En el escenario del horror que se llama Guatemala se criminaliza a niños estudiantes que participan en una manifestación pacífica y, con similares argumentos, se persigue a líderes de la resistencia frente a proyectos de despojo. Los mismos voceros y “call center” se preguntan: por qué salen a protestar, por qué bloquean calles y carreteras, por qué hacen bochinche, por qué no se quedan en sus casitas, por qué no quieren desarrollo", escribe Andrés Cabanas, en artículo publicado por Pensamientos Guatemala, 10-05-2017.
Vea el artículo aquí.
En el caso de los estudiantes violentados [1], la pirueta argumental obvia un hecho que nos condena como sociedad (el atropello voluntario y consciente de jóvenes) y una actitud delictiva (el asesinato cometido por el conductor) para centrar nuestras discusiones en la responsabilidad de los padres y maestros que permiten a los alumnos manifestarse y, por fin, en la impertinencia de los jóvenes por salir a las calles en vez de aguantarse calladitos. Aunque la economista Mara Luz Polanco nos recuerda que “equiparar la acción del delincuente que atropelló a los estudiantes con la acción de manifestar es ser moralmente cómplice”, buena parte de la sociedad considera a las víctimas como culpables, una vez más.
En este constructo ideológico, de valores y, finalmente, de lenguaje, una palabra clave es responsabilidad. La pronuncian al unísono quienes adversan reformas constitucionales y los empresarios que incumplen sus obligaciones fiscales y utilizan la violencia. Otra palabra repetida es unidad, comprendida como unidad alrededor del poder, frente a lo excluido (múltiple y diverso) que reclama condición de sujeto.
El problema es que las mentadas responsabilidad y unidad nos llevan a soportar o justificar mafias, mientras desprotegemos la dignidad de las mayorías. Así, somos bipolares: el país campeón en estabilidad macroeconómica y apoyo a la inversión empresarial versus corrupción, desnutrición, pobreza crónica, asesinatos, destrucción medio ambiental, desvío de ríos para monocultivos, pérdida de bosques, agua y diversidad, irrespeto colectivo a la vida.
Actuamos de forma vehemente para favorecer los intereses de unos pocos pero nos ausentamos cuando se trata de fortalecer la convivencia solidaria y los derechos colectivos. Más que consecuencia, la violencia y la injusticia cotidianas y de todos los colores son la esencia de este Estado y esta sociedad, que deifica el dinero, fortalece la competencia y el individualismo, considera los derechos como amenaza, se asusta de su pasado y niega el futuro.
Sin embargo, este modelo económico, político y social se encuentra en un callejón de difícil salida. El sistema vigente, inmutable en su esencia, hasta hace poco estable políticamente (recambio electoral cada cuatro años), con capacidad de reconfiguración y de neutralizar la oposición, está en crisis.
Esta crisis viene determinada, por un lado, por disputas internas de elites y disputas geoestratégicas, que no logran definir un nuevo pacto político, una vez agotado el ciclo político del 85 (Constitución), renovado en 1993 (sustitución de Serrano Elías) y 1996 (firma sin voluntad de cumplimiento de los Acuerdos de Paz). Estas disputas presionan para la continuidad tal cual del modelo o para reformas controladas.
Por otro lado, la crisis se agita por la indignación ciudadana (desde abril de 2015, centrada en la lucha contra la corrupción y las reformas políticas) y la impugnación histórica (desde 1524) que propone una sociedad construida desde la visión de los sectores populares, con carácter plurinacional: la ruptura para la transformación del sistema.
El escenario del horror que se llama Guatemala es también territorio de sueños, acción colectiva y esperanza. La disputa contra el terror normalizado llega repleta de “resistencias y profundidad”, como afirma María José Rosales Solano, lesbianafeminista y anti-racista. Se multiplican las formas de decir no y de afirmar (construir): la costumbre, la tradición, la cultura, el tejido, el maíz, la cosmovisión, la identidad, las manifestaciones de estudiantes, concebidas como primera escuela de ciudadanía y participación, las luchas territoriales por la autodeterminación…
Sandra Xinico Batz, antropóloga maya kaqchikel, considera que “la importancia de no perder la memoria radica precisamente en la necesidad de percatarnos de que la cosa no se pone mal ahorita porque desde hace varios años viene desmoronándose para nosotros (los pueblos). Seguimos saliendo a las calles mientras la realidad no cambie y con la esperanza de que en el futuro no tengamos que volver a salir a demandar”.
Transformar la violencia, la desigualdad y la injusticia normalizadas en una Guatemala de solidaridad y construcción comunitaria es nuestro gran reto. La articulación de programas, acciones y sujetos (organizaciones y actores) es condición sine qua non para convertir esta coyuntura en corriente de transformación que quiebre el Estado y el régimen actual.
Complejizar la acción política; entender que una nueva sociedad solo es posible si nos organizamos y trabajamos de forma diferente; combatir un sistema de dominación múltiple desde espacios plurales, complementarios e interconectados; vincular las propuestas de reformas inmediatas con las reformas estructurales; conectar actores urbanos y comunitarios; apostar a la transformación del poder para lograr la toma del poder político… son apenas inquietudes y tareas pendientes.
¿Cómo complementamos sin jerarquizar demandas inmediatas con las propuestas de transformación raizal del régimen actual? Una lucha enfocada en la corrupción es importante y con potencial de acumular, pero limitada sino aborda los problemas desde la estructura y desde todos los territorios.
¿Cómo debatimos y planteamos alternativas al modelo económico, el extractivismo y el despojo? ¿Cómo logramos que el debate sobre el despojo y sus consecuencias (por ejemplo, presos políticos) no sean monólogo de comunidades indígenas y rurales, silencio de comunidades urbanas? Hoy por hoy, conciliar “derechos” de las empresas extractivas con derechos de las comunidades nos lleva a una espiral de violencia y reducción de derechos.
¿Cómo avanzamos hacia un nuevo pacto social más allá de los pactos de elites tradicionales? Por ello, ¿cómo fortalecemos la construcción desde abajo y el protagonismo de pueblos, comunidades y sectores populares, en detrimento del protagonismo histórico de sectores urbanos? Esto obliga a pensar otras formas de movilización y sujetos plurales y colectivos para salir de la crisis y reconstruir nuestro futuro.
¿Cómo actuamos más allá de la política estadocéntrica, para ir más allá del Estado actual? En Notas para una política no estadocéntrica [2] Amador Fernández Savater nos invita a abrir nuevos “planos de lucha”, construyendo un cambio “multicapas y multicanales”, a partir -entre otros- de cambios en las subjetividades.
Lo que vivimos hoy (masacre en Hogar Seguro, atropello de estudiantes, imposición de empresas sin consulta, persecución de dirigentes sociales, gobierno de mafias y/o ineptos, parálisis de reformas políticas, desnutrición, pobreza…) es la evidencia de un Estado construido por y para las elites, y de la preeminencia de valores sociales moldeados al antojo de aquellas, históricos pero caducos.
Lo que hacemos día a día y de formas múltiples es la disputa por un nuevo sentido común de la sociedad: la vida sin muertes innecesarias, sin miedos inoculados, construida desde todas y todos, con solidaridad, comunidad, justicia, dignidad, en plenitud.
[1] El 26 de abril un automovilista arrolló a estudiantes de la Escuela de Ciencias Comerciales II, en la Calzada San Juan de la Ciudad de Guatemala. Los estudiantes demandaban desde hacía meses mejoras educativas. El automóvil aceleró a pesar de que varias niñas y niños estaban bajo sus ruedas. Doce estudiantes resultaron heridos, una joven fue asesinada. Ver también.
[2] Notas para una política no estadocéntrica. Artículo de Amador Fernández-Savater.
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Guatemala. Más allá del horror: país en disputa - Instituto Humanitas Unisinos - IHU