31 Agosto 2016
"La condena de la Presidenta Dilma se inscribe en esta lógica de la corrupción que se apoderó de gran parte de la casta política. Lo que se hace contra ella es una injusticia sin medida: condenar a una inocente y a una gobernante honesta. La historia no los perdonará. Llevarán en sus biografías el estigma de golpistas merecedores de una soberana repulsa de los que buscan caminos transparentes y éticos para nuestro país", escribe Leonardo Boff, teólogo, filósofo y escritor. La tradución es de Mª José Gavito Milano.
Vea el artículo abajo.
La presidenta Dilma está siendo condenada mediante un tribunal de excepción por un Congreso Nacional en el cual el 60% de sus miembros se enfrenta a acusaciones penales. El Senado que la juzga no posee ninguna calidad moral pues más de la mitad de él, 49 senadores, están acusados de distintos delitos. Contra Dilma no se consiguió probar ningún delito. Por eso se inventan otras razones como el “conjunto de la obra”, cosa que contradice la materia del proceso venido de la Cámara: algunos actos gubernamentales del año 2015 solamente.
El economista Luiz Gonzaga Belluzzo resumió bien la tónica general de este proceso perverso: «Se trata de una reacción conservadora, retrógrada que se expresa en tentativas autoritarias de impedir el avance de la sociedad. Somos una sociedad profundamente antidemocrática, prejuzgadora y, sobre todo, culturalmente deformada. Hoy estamos asistiendo a una degeneración de lo que ya está degenerado. Aquí no prosperaran los ideales de democracia y el Estado de Derecho. Todo se hace con truculencia, con arbitrariedad, incluso lo que se hace pretendidamente en nombre de la ley» (en Carta Maior 27/06/2016).
Otra crítica contundente nos viene del sociólogo, ex-presidente del IPEA, que escribió un estimulante libro: La estupidez de la inteligencia brasilera (Leya 2015): «El golpe fue contra la democracia como principio de organización de la vida social. Fue un golpe dirigido por la ínfima elite del dinero que nos domina sin ruptura importante desde nuestro pasado esclavócrata. Desde entonces Brasil es el palco de una disputa entre estos dos proyectos: el sueño de un país grande y pujante para la mayoría; y la realidad de una élite de rapiña que quiere drenar el trabajo de todos y saquear las riquezas del país para el bolsillo de media docena» (Quién dio el golpe y contra quién, en FSP, 04/2016).
Lo que estamos presenciando es la reanudación de este segundo proyecto, socialmente perverso y negador de nuestra soberanía. Basta observar la truculencia del ministro de relaciones exteriores que de diplomático no tiene nada. Es un agente de las privatizaciones y del alineamiento de Brasil a la lógica del neoliberalismo de los países centrales, rompiendo con nuestros vecinos aliados del Mercosur y traicionando los ideales de una diplomacia «activa y altiva» en diálogo con todos los pueblos y tendencias ideológicas.
Hay muchas formas de corrupción. Comencemos por la palabra corrupción. San Agustín explica la etimología: corrupción es tener un corazón (cor) roto (ruptus) y pervertido. El filósofo Kant hacía la misma constatación: «somos un leño tan torcido que de él no es posible sacar tablas rectas». En otras palabras: existe en nosotros la fuerza de lo Negativo que nos incita al desvío. La corrupción es una de las más fuertes.
Ante todo, el capitalismo aquí y en el mundo es corrupto en su lógica, aunque esté socialmente aceptado. El simplemente impone la dominación del capital sobre el trabajo, creando riqueza con la explotación del trabajador y con la devastación de la naturaleza. Genera desigualdades sociales que éticamente son injusticias, lo que origina permanentes conflictos de clase. Por eso, el capitalismo es por naturaleza antidemocrático, pues la democracia supone una igualdad básica de los ciudadanos y una garantía de sus derechos, violados aquí por la cultura capitalista.
Pensando en Brasil podemos decir que la mayor corrupción de nuestra historia es el hecho de que las sucesivas oligarquías hayan mantenido a gran parte da población, durante casi 500 años, en la marginalidad y el de haber emprendido un proceso de acumulación de riqueza de los más altos del mundo, hasta el punto de que el 0,05% de la población (71 mil personas) controlan gran parte de la renta nacional.
Tenemos ejemplos escandalosos de corrupción, denunciados últimamente por el llamado “Petrolao”, por los Zelotes y por los Papeles de Panamá. Pero no nos engañemos. Hay cosas peores. El Sindicato Nacional de los Procuradores de la Hacienda Nacional, en su “Evasionómetro”, denunció que en 2015 solamente en cinco meses hubo una evasión de 200 mil millones de reales (Antônio Lassance, en Carta Maior 02/05/2015). Esto es mucho más que el “Petrolao”, y solo en 5 meses. Aquí se ocultan los grandes corruptores y corruptos que siempre procuran esconderse.
Bien decía Roberto Pompeu de Toledo en 1994 en la Revista Veja: «Hoy sabemos que la corrupción forma parte de nuestro sistema de poder así como el arroz y el fríjol de nuestras comidas».
La condena de la Presidenta Dilma se inscribe en esta lógica de la corrupción que se apoderó de gran parte de la casta política. Lo que se hace contra ella es una injusticia sin medida: condenar a una inocente y a una gobernante honesta.
La historia no los perdonará. Llevarán en sus biografías el estigma de golpistas merecedores de una soberana repulsa de los que buscan caminos transparentes y éticos para nuestro país.
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A propósito de la condena de una gobernanta inocente: corrupción y corrupciones - Instituto Humanitas Unisinos - IHU