21 Julho 2017
El invierno marca temperaturas bajo cero y en la capital argentina 4.400 personas viven en la calle.
El reportaje es de Ramiro Barreiro, publicado por El País, 20-07-2017.
El cambio climático se siente cada vez más fuerte en Buenos Aires y los porteños ya no se sorprenden por las lluvias, el crudo frío del invierno y el calor sofocante del verano. Los últimos 15 días estuvieron marcados por un clima histérico, con jornadas de hasta 20 grados de calor húmedo y mañanas gélidas, que no superaron el cero. Los que más sufren estos extremos son los que viven en la calle, más de 1.000 personas, según el gobierno de la Ciudad, casi 4.400 según las organizaciones sociales que trabajan con los sin techo. EL PAÍS recorrió las calles de Buenos Aires en las jornadas más frías.
Una mujer revuelve una bolsa de ropa vieja en la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada. Pide que se llame Carolina. Es el nombre que siempre le hubiese gustado tener, dice. Su verdadera identidad, su edad y buena parte de su historia quedarán en reserva para que su expareja, un violento oficial de la policía, no la encuentre. Ni a ella ni a sus hijos de 10 y 6 años. “Tuve que escaparme con ellos para salvar mi vida y desde ese día estoy viviendo en la calle”, relata Carolina una vez que ya encontró los pantalones que necesitaba para soportar el intenso frío que tomó por asalto a medio país, tras un inesperado "veranito" invernal.
Carolina es una de las 300 personas que, cada tanto, asisten a Mesa digna, el comedor que la ONG Red Solidaria monta todas las noches en las plazas más emblemáticas de la ciudad. Desde hace un tiempo lo hace sin sus hijos, luego de ser sorprendida más de una vez en medio de la noche por potenciales abusadores de su niña. “Sentís como te la tiran de las piernitas para sacártela”, cuenta. La inseguridad que se vive en la calle la obligó a dejar a los niños con su hermana y a verlos apenas un par de domingos al año, “porque si no, sufrimos mucho”. El cuerpo de la mujer se salvó de los golpes de su expareja, pero sigue magullado. “A veces voy a buscar comida que tiran en los restaurantes de Puerto Madero (el barrio más exclusivo de la ciudad) porque ahí es donde más sobra, pero hay muchos hombres que te pegan para sacarte las bolsas de las manos”, relata.
Mara García es la más buscada por los comensales. No sólo porque los martes está a la cabeza de la organización sino porque, además, cumple años y todos quieren saludarla. El humo de la olla huele tentador y el de la parrilla augura un final todavía mejor. Sin embargo, la mayoría se agolpa en torno a una mesa en la que se improvisa una feria de ropa usada. Es la época del año en la que abrigarse es tan necesario como comer. García dice que este año se acerca mucha más gente que el anterior. “Esto es mucho más que darles de comer, es servir una mesa digna para que hablen entre ellos, se miren a la cara y al menos por un rato esquiven la soledad. Es un momento único para todos los que vienen, sobre todo porque muchos llegan con problemas de salud y magullones por peleas entre ellos y de gente que los ataca”, explica.
Carolina, como todos, enfrenta al frío refugiándose en aquellos rincones donde la calle exhala su aliento: rejillas de ventilación, bocas del subterráneo o cajeros automáticos. “En los cajeros dormís cómodo pero hasta las 4.30, que es cuando te sacan”, dice José Luis, de 55 años, que llegó a la calle luego de que su hermano dejara de hablarle. Su zona de influencia es el barrio de Constitución, un punto neurálgico, sobre todo por las mañanas y al atardecer, cuando una multitud llega desde el sur del extrarradio a la ciudad para trabajar. La mayoría lo hace a los empujones y sin levantar la vista del suelo. Entre todas esas almas errantes apareció Marta, una vecina que se apiadó de José Luis y su asma, y lo invitó a dormir en el garaje de su casa. “Al principio, apenas iba para dormir y a pesar de que compartimos el baño a mí no me gusta estar mucho en la casa, pero ahora ella me cocina, comemos juntos y charlamos de nuestros problemas. Me vino bien porque yo nunca me había encariñado con nadie”, dice el hombre.
El gobierno de la Ciudad reconoció esta semana un incremento del 23% de la población en situación de calle. Según el subsecretario de Fortalecimiento Familiar y Comunitario de la Ciudad de Buenos Aires, Maximiliano Corach, el censo realizado en abril del año pasado arrojó que había 866 personas, y el de abril de este año, 1066. 50 organizaciones que durante ocho días recorrieron 48 barrios, bajo el amparo de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad, no acreditan estas estadísticas: para ellas hay 4.396 personas viviendo en la calle, otras 20.000 en riesgo de terminar en ella y 1478 en alojamientos sociales. La diferencia, además de ser amplia, pone límites a la oferta habitacional ofrecida por la Ciudad, que cuenta con 32 paradores habilitados con un total de 2300 camas.
Para Juan Carr, titular de la Red Solidaria, un solo pobre viviendo a la intemperie “es una catástrofe” y agrega una variable de peso: “La comida está carísima, ese es un detalle técnico importante, porque existen personas que no están en la calle, tal vez viven en alguna vivienda precaria o pensiones, pero eso no significa que no atraviesen problemas similares a los que viven en la calle. A esos también le resolvemos gran parte del día dándole de comer”, reflexiona. El hombre que hace más de una década puso la solidaridad en la agenda de todos los medios cuenta con orgullo que su WhatsApp solidario recibió 5.980 mensajes en tres días que alertaban sobre presencia de personas durmiendo en la calle: “Argentina, nuestro pueblo, nuestra gente, está mirando a sus pobres. No somos indiferentes y eso no es poco”.
Oscar Rubén Nievas es conocido en el barrio de Almagro por su seudónimo, Jagger. Su parecido físico con el vocalista de los Rolling Stones no está sólo en su rostro, sino también en su desgarbada figura. La misma que lo salvó de la muerte una tarde en que una bala lo rozó al querer salvar a una mujer de un asalto.
Pasó mucho tiempo en la calle hasta que apareció un subsidio por necesidad habitacional que le permite dormir en una pensión. Pero la herida no cerró. “Siempre dije que si voy por la calle voy acompañado de una sola persona, que soy yo. La calle a mí me discrimina, me discriminó y me va a seguir discriminando aunque ya no esté ahí. Hay gente que no te pide permiso para discriminarte y no te pide permiso para putearte o para escupirte en la cara. Por eso la calle no se va nunca de tu cuerpo, es como un tatuaje”, certifica.
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Cómo sobreviven al frío los sin techo de Buenos Aires - Instituto Humanitas Unisinos - IHU