14 Outubro 2016
“Creer en un Dios que hace justicia a los pobres, al cual invocamos en nuestro oración nos compromete a cada uno/a de nosotros/as en el trabajo por su justicia”.
El comentario del evangelio de la Liturgia del Domingo de la 29ª Semana del Tiempo Ordinario (16-10-2016) es elaborado por María Cristina Giani, Misionera de Cristo Resucitado.
Para inculcarles que hace falta orar siempre sin cansarse, les contó una parábola: ---Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en la misma ciudad una viuda que acudía a él para decirle: Hazme justicia contra mi rival. Por un tiempo se negó, pero más tarde se dijo: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar a golpes conmigo. El Señor añadió: ---Fijaos en lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos si claman a él día y noche? ¿Les dará largas? Os digo que les hará justicia pronto. Sólo que, cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?
A través del Evangelio de Lucas continuamos conociendo a Jesús como maestro de oración. Una vez más el evangelista lo presenta enseñando a sus discípulos a rezar y esta vez a rezar con una característica especial: “sin cansarse”.
Para explicar el sentido de esta característica Jesús se vale nuevamente de una parábola, que tiene como personaje central una viuda.
Sabemos que la época de Jesús las viudas eran mujeres consideradas solas y desamparadas. Pareciera que esta viuda del evangelio no tiene nadie que cuide de ella, ni hijos y ni familiares. Tiene que valerse por sí misma y por eso no se cansa de pedir que se haga justicia.
Ella simboliza el grito de tantos hombres y mujeres que hasta el día de hoy continúan clamando, a veces hasta quedarse sin voz, por justicia.
Pensemos, ¿qué situaciones a nuestro alrededor piden justicia? ¿Somos capaces de escuchar ese clamor?
Jesús sabe que su Padre siempre escucha el clamor de sus hijos e hijas, especialmente de los más pequeños y desvalidos. El Antiguo Testamento nos revela algo de ese rostro de Dios, cuando él sale al encuentro del clamor de Agar que huyó al desierto por los malos tratos que sufría injustamente (Gn 16,6-11).
Por eso la imagen del juez mezquino que aparece en la parábola es la antítesis exagerada de Dios. Jesús se vale de esta exageración para que quede bien claro a quienes lo escuchan, que si una persona con las características de este hombre que “ni temía a Dios ni respetaba a los hombres” es capaz de atender el pedido de justicia de esta viuda, cuánto más atenderá Dios clamor de sus hijos e hijas.
En más de una oportunidad he encontrado la fe de esta viuda del Evangelio en mujeres humildes del barrio donde trabajo. Quienes frente las difíciles situaciones que viven, falta de trabajo, pérdida de hijos por la violencia de la droga, falta de atención básica de salud, me han dicho con mucha paz: “¡Dios es Padre, Dios hará justicia! “.
Sus vidas han sido palabra de Dios para mí y, como la parábola de hoy, las reconozco como invitaciones para crecer en la confianza en Dios para saber transformar el sufrimiento en lágrimas, oración que Dios acoge con infinito cariño y responde con ternura.
Creer en un Dios que hace justicia a los pobres, al cual invocamos en nuestro oración nos compromete a cada uno/a de nosotros/as en el trabajo por su justicia. Nos desafía a ser capaces de situarnos al lado del que sufre y desde allí colaborar con nuestra inteligencia, amor, profesión, con toda nuestra vida para que esa realidad sea diferente, con la confianza de que esta causa es de Dios y es Él quien tiene la última palabra.
A la pregunta de Jesús: “cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?”, somos invitados/as a responder con nuestra vida de oración y compromiso con la justicia del Reino de Dios.
O sea responderemos la pregunta de Jesús viviendo las bienaventuranzas del Reino “Bienaventurados los afligidos porque serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de Justicia porque serán saciados” (Mt 5,5-6).
Crepúsculo marino,
en medio
de mi vida,
las olas como uvas,
la soledad del cielo,
me llenas
y desbordas,
todo el mar,
todo el cielo,
movimiento
y espacio,
los batallones blancos
de la espuma,
la tierra anaranjada,
la cintura
incendiada
del sol en agonía,
tantos
dones y dones,
aves
que acuden a sus sueños,
y el mar, el mar,
aroma
suspendido,
coro de sal sonora,
mientras tanto,
nosotros,
los hombres,
junto al agua,
luchando
y esperando,
junto al mar,
esperando.
Las olas dicen a la costa firme:
“Todo será cumplido".
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