28 Outubro 2016
“¡Qué fuerza que tiene ese deseo! Y qué bueno que ese hombre se dejó llevar por él al punto de tener el coraje de dejar su imagen de jefe a los pies del árbol, para buscar su verdad en lo alto”.
El comentario del evangelio de la Liturgia del Domingo de la 31ª Semana del Tiempo Ordinario (30-10-2016) es elaborado por María Cristina Giani, Misionera de Cristo Resucitado.
Entró en Jericó y la fue atravesando, cuando un hombre llamado Zaqueo, jefe de recaudadores y muy rico, intentaba ver quién era Jesús; pero a causa del gentío, no lo conseguía, porque era bajo de estatura. Se adelantó de una carrera y se subió a un sicómoro para verlo, pues iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó al sitio, alzó la vista y le dijo: ---Zaqueo, baja aprisa, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa. Bajó a toda prisa y lo recibió muy contento. Al verlo, murmuraban todos porque entraba a hospedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: ---Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y a quien haya defraudado le restituyo cuatro veces más. Jesús le dijo: ---Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también él es hijo de Abrahán. Porque este Hombre vino a buscar y salvar lo perdido.
El texto del evangelio nos presenta nuevamente un recaudador de impuestos, esta vez un jefe de los recaudadores de impuestos, del cual sabemos su nombre: Zaqueo, su condición económica: muy rico, y su estatura: muy bajo.
¡Y la narración nos da otro dato fundamental de Zaqueo, que lo hace diferente de los otros jefes: deseaba ver a Jesús!
Con estas características intentemos imaginarnos a la persona de Zaqueo en medio de la multitud que se va aglomerando porque escuchó que Jesús iba a pasar por allí, es que Él ya tenía fama entre los habitantes de la ciudad de Jericó.
Llama la atención la actitud de Zaqueo, que sintiendo el límite de su baja estatura - y en ese límite podemos colocar otras pequeñeces y mezquindades-, no queda preso a él sino que sigue su deseo de querer ver a Jesús, corre hacia adelante y se sube a una higuera para verlo.
¡Qué fuerza que tiene ese deseo! Y qué bueno que ese hombre se dejó llevar por él al punto de tener el coraje de dejar su imagen de jefe a los pies del árbol, para buscar su verdad en lo alto.
Paremos para preguntarnos: ¿Cuáles son nuestros deseos? ¿A dónde nos conducen? ¿Qué hacemos con ellos?
Dios trabaja a través de los deseos suscitando atracciones, moviendo nuestro corazón, impulsando nuestra libertad.
Los deseos auténticos son antes que nada gracia, dones del Espíritu. Tales deseos siempre son auto-trascendentes, esto es nos conducen para afuera de nosotros mismos, nos impulsan a buscar, a servir, a comprometernos.
Ahora bien, lo sorprendente es lo que Jesús hace y dice al pasar por debajo de la higuera: “Cuando Jesús llegó al sitio, alzó la vista y le dijo: ---Zaqueo, baja aprisa, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa”.
Este gesto acompañado con las palabras de Jesús, nos revela una vez más que es Dios quien toma la iniciativa, nos precede en el amor, en el deseo de encontrarse con cada uno/a!
Grande debe haber sido el susto de Zaqueo al sentirse descubierto por Jesús, pero el susto da lugar a la alegría, al experimentar la ternura de la mirada del maestro y a acoger su invitación sin demora.
Recibir a Jesús en su propia casa es mucho más de lo que el jefe de recaudadores de impuestos podría imaginar. Dios actúa así, su acción siempre supera lo que somos capaces de desear y hasta pedir.
La presencia de Jesús en la vida de Zaqueo hizo que él cambiara, se convirtiera, por eso el evangelio narra que de pie, en pleno uso de su libertad, dice: “Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y a quien haya defraudado le restituyo cuatro veces más”.
Es el encuentro con la mirada amorosa de Jesús lo que nos posibilita y capacita para que cambiemos de vida, para vivir día a día convirtiéndonos al Evangelio.
El “hoy” de Zaqueo se extiende hasta nosotros. “Hoy” Jesús nos mira amorosamente llamando a la puerta de nuestra casa, si lo recibimos “hoy” nos hace partícipes de su vida y salvación (cfr.Ap 3,21).
Eliminé el exceso de paisaje
simplifiqué toda decoración.
Retiré cuadros, flores, adornos
apagué velas, vasos, servilletas
y la música.
Prohibí la inutilidad del discurso.
En la mesa de madera desnuda
apenas dos platos blancos
sin cubiertos.
El banquete será tu presencia.
Ivo Barroso
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La fuerza del deseo - Instituto Humanitas Unisinos - IHU