30 Setembro 2016
“Con la metáfora de la semilla de mostaza, Él no está cuestionando el “tamaño” de la fe o la cantidad de fe, sino la calidad de la misma”.
El comentario del Evangelio correspondiente al Domingo 27° del Tiempo Común (02-10-2016) es elaborado por María Cristina Giani, Misionera de Cristo Resucitado.
Los apóstoles dijeron al Señor: ---Auméntanos la fe. El Señor dijo: ---Si tuvierais fe como una semilla de mostaza, diríais a [esta] morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería. Si uno de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando, cuando éste vuelva del campo, ¿le dirá, acaso, que pase enseguida y se ponga a la mesa? No le dirá, más bien: prepárame de comer, cíñete y sírveme mientras como y bebo, después comerás y beberás tú. ¿Tendrá que agradecer al siervo que haga lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho cuanto os han mandado, decid: Somos siervos inútiles, sólo hemos cumplido nuestro deber.
El evangelio de hoy comienza abruptamente con un pedido de los discípulos a Jesús que puede sonar casi desesperado: “Aumenta nuestra fe!”. Para comprender mejor su situación precisamos leer el versículo anterior que precede al texto hoy propuesto.
Jesús les había dicho: “Estad en guardia: si tu hermano peca, repréndelo; si se arrepiente, perdónale. Si siete veces al día te ofende y siete veces vuelve a ti diciendo que se arrepiente, perdónale” (Lc 17,3-4).
Frente a esta propuesta de vida, de estilo de relaciones permeadas por la misericordia, los discípulos, conscientes de sus limitaciones perciben que solo podrán vivir este proyecto si creen en Aquel que los amó y continúa amando incondicionalmente, Aquel que hace posible lo imposible (Lc 1,37).
Cuántas veces cada una/o de nosotros nos hemos sentido pequeños, incapaces de vivir el evangelio de la Misericordia en las diferentes situaciones cotidianas? Es en esos momentos que los primeros discípulos de Jesús vienen en nuestro auxilio para que le pidamos a nuestro Maestro en común: “Aumenta nuestra fe!”.
¡La respuesta de Jesús deja a los discípulos de ayer y de hoy perplejos! Con la metáfora de la semilla de mostaza Él no está cuestionando el “tamaño” de la fe o la cantidad de la fe, sino la calidad de la misma.
Sabemos que el grano de mostaza es una semilla bien pequeña, de la cual germina un gran árbol donde las aves del cielo hacen nidos en sus ramas (Lc 13,18-19). Si la semilla es buena no importa su tamaño dará sus frutos. Lo mismo sucede con la fe, sí la calidad de nuestra fe es buena será posible mover montañas.
Ahora bien, ¿hablar de la calidad de nuestra fe es preguntarnos seriamente en quién creemos en qué Dios creemos? ¿Es el Dios de Jesús?
A lo largo de los evangelios vemos las discusiones de Jesús con los letrados y sabios de su tiempo por la imagen de Dios que ellos tienen, que nada tiene que ver con el Padre de Jesús. La gran misión de Jesús fue dar a conocer el verdadero rostro de Dios, que es Amor, que es misericordia y de esa manera lleva adelante una “revolución de la Misericordia”, como lo expresa el evangelio de hoy para desespero de los discípulos.
Si creemos en el Dios de Jesús confiamos que su Espíritu nos capacita diariamente para colaborar con esta “revolución de la Misericordia”, siendo personas capaces de perdonar, de ser pacientes, de ser tolerantes.
Creer en el Dios misericordioso de Jesús es en primer lugar acoger en nuestra propia vida su Misericordia sin límites y sin restricciones. Sólo así podremos actuarla en nuestro cotidiano.
En su primer angelus en la plaza San Pedro, el Papa Francisco dice claramente: “¡Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón!”.
Por eso podemos traducir la oración de los discípulos en el evangelio de hoy en un pedido a Jesús para que nos enseñe a confiar y acoger el amor misericordioso de Dios y así vivir con alegría su reino de amor.
Tú pides,
pides siempre,
pides mucho,
Señor.
Lo pides todo.
Te gusta ir entrando, como un fuego,
vida adentro de aquellos que te aman
y abrasarles las horas, los derechos, el juicio.
Tú haces los eunucos y los locos del Reino.
Abusas del amor
de los que son capaces
de abusar de tu Amor.
No muchos, más bien pocos.
(Todos podrán salvarse,
pocos quieren salvarte plenamente).
Teresa de Jesús, que lo sabía
de andar trochas y noches del Carmelo,
te lo advirtió. Inútilmente, claro.
Sigues siendo el Total,
la zarza ardiendo
sobre el Horeb de todos los llamados.
Delante de tu Gloria, Amor celoso,
no hay más gesto posible que descalzar el alma.
Tú eres. Tú nos haces.
Calcinándonos,
el Viento de tus llamas nos liberta.
Tú nos amas primero, en todo caso.
Monseñor Pedro Casaldáliga
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