19 Agosto 2016
“María e Isabel conocen esta acción fecunda de Dios en sus propios cuerpos y en tantos otros, es por eso que María canta desde lo profundo de su corazón la oración del Magnificat”.
El comentario del evangelio de la Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora (21-08-2016) es elaborado por María Cristina Giani, Misionera de Cristo Resucitado.
Entonces María se levantó y se dirigió apresuradamente a la serranía, a un pueblo de Judea. [Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre; Isabel, llena de Espíritu Santo, exclamó con voz fuerte:
Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura dio un salto de gozo en mi vientre. ¡Dichosa tú que creíste! Porque se cumplirá lo que el Señor te anunció.
María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, mi espíritu festeja a Dios mi salvador, porque se ha fijado en la humildad de su esclava y en adelante me felicitarán todas las generaciones. Porque el Poderoso ha hecho proezas, su nombre es sagrado. Su misericordia con sus fieles continúa de generación en generación. Su poder se ejerce con su brazo, desbarata a los soberbios en sus planes, derriba del trono a los potentados y ensalza a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos. Socorre a Israel, su siervo, recordando la lealtad, prometida a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y su linaje por siempre.
María se quedó con ella tres meses y después se volvió a casa.
El próximo domingo celebraremos la solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora, en la cual la Iglesia conmemora la fiesta de una mujer de Nazaret que “fue la primera en creer en el Hijo de Dios y es la primera en subir al cielo en cuerpo y alma”, según las palabras del Papa Francisco.
En este día estamos invitados/as a contemplar a María resucitada en el abrazo de amor de la Trinidad. Ese es nuestro futuro, el futuro de toda la humanidad, de toda la creación redimida por el Hijo de Dios.
Y para llegar alli el evangelio de hoy es muy iluminador, las palabras de Lucas no nos llevan a mirar para el cielo, sino para los caminos montañosos, en los cuales vemos a una joven campesina yendo de prisa a cuidar de su prima y así celebrar con ella el misterio y la alegría del encuentro.
Pidamos al Espíritu que nos conceda conocer los sentimientos y pensamientos de María en este caminar.
Ella camina en silencio, embarazada de la Buena Noticia recibida unos días atrás, la cual acogió con fe humilde, cambiando totalmente su vida. Y ahora mientras sube las montañas va dialogando con Dios para buscar comprender lo sucedido.
Es increíble que después de semejante encuentro con Dios, María no quedó quieta o encerrada en su casa (interna o externa), al contrario se puso en camino para servir a su prima Isabel también embarazada ya con edad avanzada.
Con esto María nos revela dos cosas: la primera es que la experiencia de Dios es verdadera cuando nos lleva al encuentro con los otros/as y la segunda es que una de las maneras de profundizar en el misterio de Dios es el servicio, especialmente a aquellos más necesitados.
Va a ser de los labios de otra frágil mujer que María recibe la confirmación de lo vivido en la intimidad con Dios: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¡Dichosa tú que creíste! Porque se cumplirá lo que el Señor te anunció.
Aqui tenemos un detalle que nos regala el evangelio de Lucas, en el cual me gustaría detenerme. Isabel hace esta bonita exclamación de fe porque su cuerpo de mujer percibe la presencia de Dios que la visita en María y la llena de alegria: “Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura dio un salto de gozo en mi vientre”.
De esta manera ella nos enseña que nuestro cuerpo, nuestros sentidos son aptos para acoger, reconocer y proclamar la presencia de Dios en medio nuestro. Isabel es la primera en descubrir y anunciar la presencia del Mesías en medio de la humanidad.
Esta es otra de las luces que nos brinda el evangelio para llegar como María a los brazos de Dios. Tener la capacidad de ver, escuchar, sentir la acción de Dios en nuestro mundo, mismo en las situaciones que parecen no tener salida, que parecería que Él no está presente.
María e Isabel conocen esta acción fecunda de Dios en sus propios cuerpos y en tantos otros, es por eso que María canta desde lo profundo de su corazón la oración del Magnificat.
Estamos invitados/as en este día a unirnos a este cántico mariano reconociendo la presencia salvífica de Dios en nuestra historia personal, comunitaria, familiar. Y al rezarlo hoy presentemos a Dios de la mano de María aquellos cuerpos flagelados de nuestros hermanos y hermanas para que puedan experimentar la misericordia de Dios que los resucita, cumpliendo una vez más la promesa hecha a nuestro padre Abraham.
Proclama mi alma la grandeza del Señor, mi espíritu festeja a Dios mi salvador, porque se ha fijado en la humildad de su esclava y en adelante me felicitarán todas las generaciones.
Porque el Poderoso ha hecho proezas, su nombre es sagrado.
Su misericordia con sus fieles continúa de generación en generación.
Su poder se ejerce con su brazo, desbarata a los soberbios en sus planes, derriba del trono a los potentados y ensalza a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos.
Socorre a Israel, su siervo, recordando la lealtad, prometida a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y su linaje por siempre.
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Solemnidad de la Asunción de María - Instituto Humanitas Unisinos - IHU