10 Julho 2017
"Tener en cuenta los derechos de los hambrientos y acoger sus aspiraciones significa ante todo una solidaridad transformada en gestos tangibles, que requiere compartir y no sólo una mejor gestión de los riesgos sociales y económicos o una ayuda puntual con motivo de catástrofes y crisis ambientales", escribe Carlos Ayala Ramírez, profesor de Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología de Santa Clara University, EE.UU., en articulo publicado por ALAI, 07-07-2017.
Leonardo Boff, comentando el Padrenuestro, afirma que esta oración – que resume lo esencial del mensaje de Jesús - pone de manifiesto las tres hambres fundamentales del ser humano. En primer lugar, el hambre de un encuentro con Alguien bueno que proteja en un regazo que signifique vida, alegría y amparo (ese Alguien es Dios, el Padre de bondad). En segundo lugar, el hambre infinita que nunca se sacia, el sueño mayor de un sentido pleno para la vida, la historia y el universo (la utopía del reinado de Dios). Y la otra hambre, sin la cual no vivimos, es el pan nuestro de cada día. Sin esta base material, recalca Boff, pierde sentido hablar del Padre nuestro y del Reino de Dios, pues un cadáver no invoca al Padre nuestro ni espera el Reino. Sobre esta hambre primordial hablamos en esta ocasión.
Como se sabe, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible trazado por los países miembros de la ONU, para el año 2030, es terminar con todas las formas de hambre y desnutrición, así como velar por el acceso de todas las personas, en especial los niños, a una alimentación suficiente y nutritiva. Se reconoce que esta tarea implica promover prácticas agrícolas sostenibles a través del apoyo a los pequeños agricultores y el acceso igualitario a la tierra, la tecnología y los mercados.
Ahora bien, según el Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura (FAO), José Graziano da Silva, la cifra de personas que padecen hambre en el mundo ha aumentado desde 2015, revirtiendo los progresos alcanzados durante años. El panorama actual, para da Silva, es sombrío. Más de 800 millones de personas siguen sufriendo subalimentación crónica. Alrededor de 155 millones de niños menores de cinco años padecen retraso del crecimiento, -cerca de la cuarta parte del total mundial-, mientras que 1 900 millones de personas tienen sobrepeso -de las cuales al menos 500 millones son obesas- y 2 000 millones sufren deficiencia de micronutrientes. Casi el 60 por ciento de las personas que padecen hambre en el mundo viven en países afectados por conflictos y por el cambio climático. De ahí que, según el funcionario, el mundo se enfrenta a una de las crisis humanitarias más grandes de la historia.
Desde luego que, según el Director General de FAO, “alcanzar la meta de erradicar el hambre y la malnutrición que la comunidad internacional se ha fijado para 2030 es de hecho posible, pero ello requiere más actuaciones, incluyendo mayores inversiones en agricultura y desarrollo rural sostenible”. Por ello insiste en que, “solo se vencerá el hambre si los países traducen sus promesas en acción, especialmente a nivel nacional y local”.
Por su parte, el papa Francisco, en su mensaje enviado a la cuadragésima conferencia de la FAO, también reconoce que la situación actual del mundo no nos ofrece imágenes consoladoras. Pero advierte que “no podemos permanecer únicamente preocupados o solo resignados”. Considera que este es el momento para hacernos “más conscientes de que el hambre y la malnutrición no son solamente fenómenos naturales o estructurales de determinadas áreas geográficas, sino que son el resultado de una más compleja condición de subdesarrollo, causada por la inercia de muchos o por el egoísmo de unos pocos…”.
Asimismo, ha asegurado “que no basta la intención de asegurar el pan cotidiano, sino que es necesario reconocer que todos tienen derecho a él”. Y al referirse a la distancia que existe entre el objetivo de poner fin a la pobreza y el hambre en todo el mundo (contemplado en la Agenda 2030) y la realidad, plantea que eso obedece, en gran medida, a la “falta de una cultura de la solidaridad que no logra abrirse paso en medio de las actividades internacionales, que permanecen a menudo ligadas solo al pragmatismo de las estadísticas o al deseo de una eficacia carente de la idea de compartir”.
En esta línea, recomienda que “cuando un País no sea capaz de ofrecer respuestas adecuadas porque no lo permita su grado de desarrollo, sus condiciones de pobreza, los cambios climáticos o las situaciones de inseguridad, es necesario que la FAO y las demás Instituciones intergubernamentales puedan tener la capacidad de intervenir específicamente para emprender una adecuada acción solidaria. La recomendación del obispo de Roma estuvo acompañada de un gesto emblemático: una contribución simbólica al programa de la FAO para proveer de semillas a las familias rurales que viven en áreas donde se han juntado los efectos de los conflictos y de la sequía. Esta acción solidaria se suma al trabajo permanente que la Iglesia realiza en favor de los pobres. Por tanto, la actitud de solidaridad es clave para enfrentar el hambre en el mundo. Dicho en sus palabras:
Tener en cuenta los derechos de los hambrientos y acoger sus aspiraciones significa ante todo una solidaridad transformada en gestos tangibles, que requiere compartir y no sólo una mejor gestión de los riesgos sociales y económicos o una ayuda puntual con motivo de catástrofes y crisis ambientales.
En definitiva, para el papa solo un esfuerzo de auténtica solidaridad será capaz de eliminar el número de personas malnutridas y privadas de lo necesario para vivir. La solidaridad entendida “como una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos”. Nos encontramos aquí con una clara opción y visión: “para vencer el hambre no basta paliar las carencias de los más desafortunados o socorrer con ayudas y donativos a aquellos que viven situaciones de emergencia. Es necesario, además, cambiar el paradigma de las políticas de ayuda y de desarrollo…”.
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¿Hambre 0 en 2030? - Instituto Humanitas Unisinos - IHU