06 Outubro 2016
"Solo aceptan la existencia de un Estado clasista; una familia tradicional, monógama y compuesta por una pareja heterosexual; la propiedad privada; y el anticomunismo que excluye e invalida cualquier opción política y económica diferente al capitalismo avasallante. Por supuesto, en este modelo de sociedad solo gobiernan oligarcas y plutócratas (gobierno de los más ricos) que son una misma familia. Y la fe y la moral de la sociedad la gobiernan las iglesias, desde las más tradicionales como la católica, hasta las más embaucadoras como las evangélicas y mormonas", escribe Oto Higuita, en artúclo publicado por Agencia Latinoamericana de Información - ALAI, 04-10-2016.
Vea el artículo abajo.
Fonte: ALAI
La sociedad colombiana se hunde cada vez más en un estado de incertidumbre, zozobra y miedo que amenaza guerra civil. Esta nunca ha sido descartada por quienes hoy aparecen nuevamente triunfantes con el No en el plebiscito, el Centro Democrático y su populista y manipulador vocero, Álvaro Uribe Vélez, por una diferencia pírrica, la misma extrema derecha restauradora que transita a lo largo de la historia hoy con su discurso venenoso del miedo y el fanatismo religioso sobre los acuerdos alcanzados.
Por supuesto, hablar de guerra civil son palabras mayores, pero es indudable que esa realidad corta como un bisturí en lo más profundo en la historia desde la Republica. El terreno que pierden la cordura y la sensatez, un orden racional, lo ganan aceleradamente el fanatismo religioso y el miedo, condiciones de un orden irracional, indicando hacia dónde pueden ir las cosas en adelante. Un disparo como el 9 de abril de 1948, puede desatar la guerra civil nuevamente.
La llamada comunidad internacional no lo puede creer, no valieron los apoyos de una potencia como Estados Unidos, la Unión Europea, la ONU, los países garantes como Noruega, Cuba, Chile y Venezuela, y el resto del mundo. Ni siquiera la voz del Papa sirvió a los feligreses y creyentes devotos, que solo le copian, como se dice popularmente, a su “patrón”.
La derecha neoconservadora y restauradora quiere imponer una visión de sociedad a partir de valores morales y fundados en una visión católica, cristiana y evangélica asumiéndolas como realidades sociales, históricas y culturales inmutables y no resultado de procesos históricos, dinámicos y cambiantes. Así ve la extrema derecha religiosa la familia, el Estado, la sociedad, la política y la economía, desde una postura rígida, excluyente, homofóbica y anticomunista, a sabiendas de que no existe un solo modelo de familia, como no existe un solo modelo de sociedad ni de economía.
Solo aceptan la existencia de un Estado clasista; una familia tradicional, monógama y compuesta por una pareja heterosexual; la propiedad privada; y el anticomunismo que excluye e invalida cualquier opción política y económica diferente al capitalismo avasallante. Por supuesto, en este modelo de sociedad solo gobiernan oligarcas y plutócratas (gobierno de los más ricos) que son una misma familia. Y la fe y la moral de la sociedad la gobiernan las iglesias, desde las más tradicionales como la católica, hasta las más embaucadoras como las evangélicas y mormonas.
De ahí que desde este espurio discurso radical de la extrema derecha religiosa, se exija como condición de los acuerdos tres cosas: la cárcel para los jefes de las guerrillas, la muerte política (no elegibilidad) y la rendición. Nada más eso, que es lo mismo que desconocerlos y acabarlos. A eso lo llaman pacto nacional, un nuevo Frente Nacional como el del año 1.957. Y ese plebiscito, que pretendió cerrar el llamado período de la violencia tras más de 10 años de enfrentamientos entre liberales y conservadores, luego de la eliminación de Jorge Eliécer Gaitán y unos 300.000 muertos, tampoco lo logró por ser excluyente y clasista. Solo consiguió calmar las aguas y la tempestad durante un corto tiempo, en que se alternaron en el poder los dos partidos tradicionales, liberal y conservador. Hasta el plebiscito del 2 de oct ubre, que pretendía avalar el Acuerdo para la terminación del conflicto armado entre el Estado y las FARC, tras más de 220.000 muertos.
Colombia está dividida milimétrica en dos como lo acaba de demostrar el plebiscito. 6.431.376 (50.21%) por el No derrotaron a 6.377.482 (49.78%) por el Sí, por una diferencia de menos de 54 mil votos. Volviendo a ganar la histórica abstención, con el 62% sobre un potencial de votantes de casi 35 millones. Sumados el Sí y el No, no son más del el 37%.
Creímos y dijimos en este espacio que la derrota del No iba a ser contundente pero la vieja y tozuda realidad demostró ser lo contrario. Y hay que tener la honradez intelectual para reconocerlo. Nos pasa que a veces pensamos más con el deseo que con la realidad. Y el deseo de ganar nos hizo que perdiéramos de vista que esa fuerza oscura y poderosa enclavada en la mente de muchos compatriotas, fue superior y se impuso. Pero también dijimos que el miedo hacía irracional a la extrema derecha, usándolo como arma contra cualquier intento de reforma y cambio que se plantee.
Esa decisión de una minoría (los más de 6 millones por el No equivalen al 18% de los casi 35 millones habilitados para votar) se va a imponer incluso en los departamentos, regiones y municipios del país que más han sido castigados por la guerra y que votaron mayoritariamente por el Sí, como el Chocó, Cauca, Nariño y otros municipios. El esquema de república unitaria que nos rige ha sido igualmente ineficaz para resolver estas incongruencias y diferencias regionales. Pareciera que las mayoría de indiferentes urbanos (población urbana es un poco más del 70%), que no deja de ser una minoría (18% votantes del No), se quisieran imponer por encima del deseo y la decisión de los sufrientes del campo, una minoría de la población del país, que votaron en favor de los Acuerdos, lo cual sería no solo injusto sino humanamen te inaceptable.
Se dilapidó y despreció ominosamente la posibilidad de ponerle fin al largo conflicto armado entre las guerrillas y el Estado. Llevando al país a un absurdo postramiento, con un pie en la guerra y otro en la reconciliación, por obra y gracia de un discurso venenoso y pérfido que le vendió a una sociedad medio esquizofrénica unas mentiras y cuentos tan absurdos que sin embargo se creen un poco de millones de incautos. Como aquello de que Colombia iba a ser entregada a las FARC y al castro chavismo, una guerrilla que aparte de demostrar su voluntad y decisión de cumplir lo acordado, anuncia que dejará las armas, pide perdón sincero a las víctimas, y reafirma en su Conferencia que se convertirá en movimiento político legal.
Para la derecha recalcitrante y religiosa no valen estos hechos concretos, ella no vive de lo real sino de alterar la realidad falsificándola a su conveniencia para ofrecerla luego a sus seguidores que solo le copian a su mesías. Con sus exigencias no solo destruyen lo avanzado en los Acuerdos tras casi 5 años de difíciles y complejas negociaciones, sino que ponen al país a caminar por la cuerda floja de la guerra, que a esta vez no deseamos que sea ni civil ni otra clase de guerras.
Hacemos votos que sea otra la salida. Una Asamblea Nacional Constituyente sí, pero en qué condiciones, con cuál correlación de fuerzas que permita no solo la participación de los delegados de las FARC sino de las comunidades y pueblos que han vivido la dureza de la guerra, las víctimas, los campesinos, los afro, los pueblos indígenas, las mujeres, el movimiento LGTBI, los sindicatos y los sectores populares y movimientos políticos que han participado en la construcción y apoyo a la salida política y los diálogos. Porque si a la unidad nacional de Santos sumamos los intereses del Centro Democrático en una Asamblea Nacional Constituyente, de entrada se sabe hacia dónde se inclinará la balanza. Allí lo más probable es que desaparezcan las diferencias coyunturales entre estas dos facciones hermanas de la oligarquía.
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El triunfo del miedo y el fanatismo religioso en el plebiscito del 2 de octubre - Instituto Humanitas Unisinos - IHU