13 Julho 2018
Silvio siempre tuvo caña en su chacra, como su padre, como su abuelo. Y como ellos, siempre sintió la frustración de la injusticia. El único ingenio de la comarca, el de don Felipe, actuaba con la soberbia de quien se sabe imprescindible y la altanería de quien tanto complejo esconde. Cada año, la entrega de la caña era una decepción con el precio y una humillación con el comentario: “¡Pues buscad a otro que quiera ayudaros si no os parece bien lo que os doy… Encima de que hago todo esto por vosotros!”
El reportaje es de Juanjo Martínez, responsable de comercio justo de Oxfam Intermón, publicado por El País y reproducido por CPAL Social, 12-07-2018.
El nacimiento de la cooperativa tuvo algo de sueño contenido. Quien más, quien menos, pensaba en acabar con la chulería y que yendo juntos, tendría que ceder a razones pues de otro modo se quedaría sin materia prima. Pero todos sabían de las muchas posibilidades de que aquello acabara mal. Y el primer año que los campesinos se dirigieron a don Felipe todos unidos, su reacción fue encolerizada: “¡Váyanse, están ustedes siendo manipulados por unos zurdosos que quieren prosperar a su costa!”.
Aguantaron, una, dos, tres semanas, con momentos de flojera y con tensiones familiares que empezaban a desesperarse sin ningún ingreso. Silvio también pensó en ceder. Se decía que a los que entregaran la caña, se les pagaría en el acto. Dudó. Eran muchas las deudas y fácil la solución. “Solución para hoy, pero… ¿y mañana?”, le respondió su mujer con tanto amor como lucidez. Finalmente, casi un mes después, don Felipe accedió a comprar la caña un treinta por cierto más cara y a pagar en el acto.
La euforia inundó las casas de los que, como Silvio, supieron plantarse y rebelarse, pese a que tenían todas las de perder. La riqueza y el orgullo de don Felipe podían haberle llevado a cerrar el ingenio y dejar a todos tirados. Pero no fue así. Sin embargo, don Andrés, el líder de la cooperativa, advirtió que esto no iba a quedar así porque seguramente don Felipe reaccionó por estar comprometido por varios pedidos ya cerrados con importantes clientes extranjeros. Pero cara al año siguiente podría ser diferente.
Entonces ocurrió que una organización alemana de algo llamado “comercio justo” supo de la cooperativa y se presentó allí para proponer una idea. Otro sueño. Les propusieron ayudarles para conseguir certificar su azúcar de caña y para procesarlo en un viejo ingenio que estaba a setenta kilómetros y llevaba años parado. De esta manera, decían, los campesinos podrían duplicar el ingreso ya que el producto se vendería en Europa con un mejor precio y sin intermediarios.
“Demasiado bonito para ser cierto”, dijo esta vez la mujer de Silvio. Pero los alemanes, gente seria, cumplieron su promesa. El ingenio volvió a funcionar y el azúcar se vendió a los alemanes a un precio nunca visto. Silvio nunca acabó de creerse la leyenda urbana de que don Felipe maldijo a todos los alemanes, quienes, por lo visto, también habían sido doblegados por los zurdosos. Las cosas cambiaron mucho en casa de Silvio. La cooperativa fue creciendo en socios a la vez que en clientes. Pronto, empezaron a llegar a su límite. Bueno, al límite del viejo ingenio que, con sus maquinarias de principio de siglo, eso sí, inglesas, ya no era capaz de producir más azúcar. Y los pedidos seguían llegando. Además, las continuas averías vaticinaban un final menos feliz de lo previsto. Y don Felipe, a buen seguro, se frotaba las manos, sabedor que aquellas viejas piezas inglesas estaban dando sus últimos giros.
Entonces ocurrió que una organización alemana de algo llamado “comercio justo” supo de la cooperativa y se presentó allí para proponer una idea
La cooperativa inició un estudio para ver qué costaría un nuevo ingenio. ¡Doce millones de dólares! Esa cifra era inasumible. Haría falta dedicar la prima social de cincuenta años y aun así podría no ser suficiente. Algunas organizaciones que habían ido tejiendo su relación con la cooperativa durante los últimos años, como Oxfam, se ofrecieron a buscar algunas cofinanciaciones. Finalmente, una calurosa mañana de noviembre, en una Asamblea más concurrida que nunca, el Directorio explicó la situación y el resumen era que faltaban nueve millones de dólares americanos. “¿Y si pedimos un préstamo?”, gritó un joven miembro desde el fondo. “Haría falta que alguien nos avalara”, respondió don Andrés que había trabajado días y noches tratando de encontrar la solución al problema.
Entonces Silvio, que no solía hablar nunca en público, tras sisear unas palabras al oído de su mujer, se puso en pie y con voz quebrada dijo: “Nosotros ofrecemos nuestra parcela como garantía, y si los demás también lo hacen, creo que podríamos reunir el aval suficiente”. El silencio era insoportable. Entonces otro miembro se puso en pie y también ofreció su pequeña parcela. Y lo hicieron otros dos antes de que don Andrés, con los ojos vidriosos y con apenas un hilo de voz, acertara a decir “yo también”.
Han pasado los años. Esta zafra será la tercera que se procese en una instalación completamente nueva, autosostenible energéticamente, capaz de cuadruplicar la producción y de generar abono orgánico más que suficiente para los miembros. Es un nuevo tiempo, no sólo en la cooperativa sino en toda la comarca. Hace ya unos años que se han liberado los avales individuales de los miembros. Seguro que vendrán nuevos problemas. Quizás Don Felipe siga buscando una venganza acomplejada.
Pero Silvio sabe que, si están unidos y cuentan con la confianza de sus socios europeos y norteamericanos, se mantendrán de pie. Dicen que las cooperativas no tienen capital, pero no es verdad. Tienen el capital del compromiso, la unidad y la perseverancia de sus socios. Y en el caso de Manduvirá, en el Paraguay, ese capital supera al de cualquier transnacional.
El azúcar de caña sin refinar que produce la cooperativa Manduvirá es uno de los productos de alimentación “Tierra Madre” que comercializa Oxfam Intermón en sus tiendas y tienda on line.
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Paraguay. Comercio justo: un sueño posible - Instituto Humanitas Unisinos - IHU