23 Mai 2016
Al ver cómo caen derribados algunos de los grandes caudillos latinoamericanos, los heterogéneos oponentes de Daniel Ortega huelen que les está llegando su oportunidad. Ha comenzado una carrera caótica.
El reportaje es de Robert Magowan, publicado por Open Democracy, 19-05-2016.
El primer domingo de noviembre de este año, Nicaragua acudirá a las urnas. Debe elegir a su presidente y una Asamblea Nacional de 92 miembros. El ex comandante revolucionario Daniel Ortega opta a un tercer mandato consecutivo desde que regresó al poder ejecutivo en 2006. Su influencia tiene largo alcance y su base de apoyo, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), es sólida. El partido se ha atrincherado en las estructuras de un estado frágil y continúa siendo visto por muchos como el único que está del lado de los pobres, que son legión en Nicaragua. Las instituciones son las mismas que facilitaron el fraude electoral de 2011. A pesar de todo ello, hay razones para creer que en 2016 no va a producirse una repetición literal de lo que ocurrió en las pasadas elecciones.
En primer lugar, porque las expectativas de los posibles observadores internacionales van a pesar más. La Organización de los Estados Americanos (OEA), liderada por el centro-izquierdista uruguayo Luis Almagro, ha reforzado su relevancia como organismo en los últimos meses. La Unión Europea (UE), punto de origen de más de la mitad de la ayuda exterior que recibe Nicaragua, también espera ser invitada a la fiesta en noviembre. Y la influencia de Estados Unidos, de donde procede más de un tercio del petróleo que necesita Nicaragua, va a ser tan indeseada como inevitable.
Más importante, sin embargo, es el hecho que, en los últimos 6 meses, los nicaragüenses han sido testigos del tambaleo y derribo de varios caudillos latinoamericanos a su alrededor. La dinastía Kirchner en Argentina llegó a su fin en octubre, cuando Mauricio Macri consiguió hacerse con la presidencia. Luego, en Venezuela, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) del difunto Hugo Chávez sufrió su primera derrota electoral, asestando un golpe definitivo a la increíblemente generosa ayuda que ha venido financiando los programas sociales clientelares de Ortega (y, presuntamente, también sus campañas electorales). En Bolivia, el referéndum a través del cual Evo Morales solicitaba un cuarto mandato consecutivo se zanjó con un rechazo de la población por un estrecho pero contundente margen. Y ahora, en Brasil, las acusaciones de corrupción y la destitución de Dilma Rousseff han echado por tierra las posibilidades de regreso en 2018 de su predecesor, el (hasta hoy) muy popular Lula da Silva. Los motivos de cada una de estas convulsiones son demasiado dispares como para que puedan unirse hilvanándolas con un solo hilo democrático – sería peligrosamente partidista y hasta hipócrita hacerlo - pero esto no suaviza el golpe para Ortega. Sus amigos o se están yendo, o ya se han ido.
Un pasado que amenaza
Para la oposición política de Nicaragua, esto significa que tiene la oportunidad de sacudirse la impotencia asfixiante de los últimos cinco años y de convencer a una población abatida de que acuda a votar. Es una tarea gigantesca, en parte porque muchos creen que los tres últimos trayectos a las urnas fueron una pérdida de tiempo, pero también porque, asomándose solemnemente por encima del hombro de este país, está su larga historia de violencia.
"Todos los cambios que hemos tenido a partir de una dictadura han sido a través de la lucha armada", dice Suyen Barahona, presidenta del Movimiento de Renovación Sandinista (MRS) en Managua, partido que lideró el ex vicepresidente Sergio Ramírez para dividir al FSLN en 1995. "Cuando no eres capaz de cambiar un sistema a través de elecciones, no se te escucha, quedas excluido, no se te presenta ninguna oportunidad - este es el resultado." Unas escaramuzas recientes entre el ejército y combatientes rebeldes en el norte del país motivaron que el New York Times titulara así un reportaje en el mes de marzo: "Ortega frente a los Contras: Nicaragua padece un revival de los años 80". Se trata de una hipérbole - el país no desea volver a la guerra -, pero en él pervive cierta amenaza existencial. Esto quiere decir que aquellos que han invertido los últimos veinte años de su vida en una alternativa, constituyendo partidos y presentándose a elecciones, están ahora más ansiosos que nunca por probar su potencial en las urnas.
Unificando
En una mañana de miércoles sofocante en el centro de Managua, otro bullicioso grupo de manifestantes se pone en marcha desde la sede del Partido Liberal Independiente (PLI), de centro-derecha, en dirección al Consejo Supremo Electoral (CSE). La bandera roja y blanca del PLI ondea más alto que las demás, pero le siguen de cerca una gran variedad de colores vivos y de acrónimos, neoliberales y socialistas, de ex contras y evangélicos. Los portadores de pancartas, sudando profusamente a 35 grados de temperatura, sonríen al imaginarse que pueden emular a Venezuela, donde las manifestaciones masivas llevaron a la victoria electoral de una coalición arco iris de 50 partidos, unidos contra el chavismo.
Sus reivindicaciones, que se centran en la celebración de elecciones libres y limpias (cambios en el CSE, muy partidista; un censo electoral actualizado; presencia de observadores internacionales), las respaldan casi todo el país. Para la presidencia esperan poder presentar, como en 2011, a una institución: Don Fabio Gadea, de 84 años de edad, uno de los personajes públicos más venerados de Nicaragua, gracias a una carrera de 60 años en la radio. El estado de ánimo es optimista, de brazos abiertos. Cualquiera podría pensar que esta coalición es, ante todo, un proyecto de unidad. Para algunos, sin embargo, es todo lo contrario.
Dividiendo
"Empezamos una protesta cívica, no una campaña política con banderas de partidos", se lamenta Carlos Bonilla, cuyo Movimiento Democrático Nicaragüense (MDN) inició los "miércoles de protesta" hace poco más de un año. Tanto él como la mayoría de sus seguidores se han retirado de la manifestación semanal, y argumenta que se les expulsó. "Estamos cansados de ser tratados como carne de cañón por la clase política de este país. Tratamos de trabajar al unísono, pero el PLI nunca nos quiso aceptar". El PLI habla de que este es un caso puntual, califica al MDN de insignificante y define a su líder, irónicamente, como un bala perdida. Pero incluso movimientos más establecidos se han visto rechazados de manera similar. El otrora dominante Partido Liberal Constitucionalista (PLC) y el Partido Conservador (PC), con 150 años de historia a sus espaldas, han creado cada uno, por separado, sus propias alianzas “unitarias” con una miríada de partidos más pequeños.
Hagamos Democracia es una ONG que ha estado monitoreando las instituciones de Nicaragua desde 1995. A principios de 2015, se pusieron a trabajar en la ambiciosa tarea de reunir la totalidad de los que decían oponerse a la "dictadura" de Daniel Ortega. El proyecto se zanjó con un fracaso. Los partidos fueron abandonándolo, uno tras otro, hasta el mismo día de unas muy anunciadas primarias abiertas, dejando solos al diminuto PC y a un grupo variopinto de facciones minúsculas. El vicepresidente de la ONG, el Dr. Pedro Belli, considera que esta aversión a la unidad obedece a dos simples causas: ambiciones políticas egoístas y múltiples animosidades personales. Su cinismo es fruto de veinte años haciendo campañas a favor de la democracia, pero la división, como él mismo explica, se ve agravada por las "reglas del juego" - en concreto, el sistema de listas de partido para la elección de los diputados de la Asamblea Nacional. Aquellos que no pueden cortejar adecuadamente al caudillo de su partido, se les coloca en la lista en puestos en los que tienen pocas posibilidades de salir elegidos. Entonces, ¿qué hacer?
"¡Fundar otro partido!", exclama el Dr. Belli. "No tiene importancia lo pequeño que sea, lo fundamental es ir primero en la lista. Si tu partido obtiene un 6% de los votos, sales elegido. Ya tienes trabajo para toda la vida. Todos los incentivos están ahí para dividir lo máximo posible”.
Mediando
Para los líderes de la coalición, todavía hay más: "No es una cuestión de unir a la oposición, sino de identificar quien es realmente oposición", argumenta Kitty Monterrey, Secretaria General del PLI. Su compañera de coalición, Suyen Barahona del MRS, coincide con ella: "Existe un mito acerca de la unidad, según el cual todos los que estamos en la oposición debemos unirnos". Vilipendiar al coco Ortega es algo muy fácil para aquellos que han experimentado en primera persona sus capacidades manipuladoras - la mayoría de las instituciones y partidos políticos no son lo que parecen, y no es de extrañar que la coalición sea reacia a abrir sus puertas a cualquiera. "[Ortega] sabe que la mejor manera de dividir es creando pequeños partidos que parezcan opositores, pero que en realidad no lo son," dice Monterrey. El dinero pesa más que nunca bajo el socialismo orteguista, y pocas reputaciones permanecen intactas tras pasar por esta turbia historia de tentaciones.
A la hora de señalar a los culpables, sin embargo, los políticos de la oposición nicaragüense se muestran reacios a ser específicos. Esto podría deberse a que en el nebuloso mundo de los acuerdos secretos entre caudillos, la flexibilidad es algo a lo que vale la pena aferrarse. Por otra parte, cuando el más infame de todos estos acuerdos en la sombra – conocido como El Pacto - es sinónimo de todo lo que va mal en la democracia nicaragüense, tal vez simplemente no haya necesidad de ser explícitos. No se precisan conocimientos enciclopédicos de las idas y venidas para saber que el elefante en la sala de la unidad no es otro que el cerebro del Pacto: Arnoldo Alemán, alias El Gordo.
Resistiendo
Urdido originalmente en 1999 como un reparto de botín entre el PLC y el FSLN (los dos polos opuestos del espectro político), El Pacto entró en funcionamiento en la década siguiente al año 2000. Alemán, el corpulento caudillo del PLC, necesitaba una estrategia de salida al saltar a la luz pública la cifra del monto atribuible a malversación y corrupción durante su mandato como presidente de Nicaragua: unos 100 millones de dólares. Ortega, por su parte, necesitaba encontrar el camino de retorno al poder de jure tras una década "gobernando desde abajo" (como prometió hacer al aceptar su derrota en 1990). Demostrando una indiferencia extraordinaria por los principios políticos, ambos se acomodaron a las necesidades del otro. Se le impuso una pena sin precedentes por sus crímenes a Alemán, de 20 años de cárcel, que cayó rápidamente en el ridículo, ya que sólo la cumplió a ratos, en su rancho de lujo. Un grupo de liberales, encabezados por Eduardo Montealegre, se opuso a las cínicas maniobras de Alemán y se separó del PLC (luego se convertiría en la actual PLI), partiendo así en dos a la derecha. Esta división, además de algunos retoques ingeniosos a la ley electoral mediante una serie de cambios constitucionales acordados años antes, le regalaron a continuación a Ortega su anhelado regreso a la presidencia en 2006, con sólo 38% de los votos y una sola vuelta. Pero las andanzas del dúo no acabaron allí. A cambio de su complicidad en las dudosas elecciones municipales de 2008 (en las que Alemán engañó hábilmente a Montealegre para que se integrarse en una alianza de la que sabía, presumiblemente, que saldría esquilmado), la Corte Suprema, dominada por el FSLN, finalmente declaró nula la condena a Alemán.
A pesar de los chanchullos de El Gordo, y a pesar de que el PLC ha sufrido sin duda por ellos electoralmente, su influencia perdura todavía hoy. Sigue controlando los niveles superiores de un partido históricamente importante que no va a desaparecer. En 2011 atrajo a un PC aparentemente inconstante a una alianza y este año, al parecer, ha depuesto al candidato de la alianza del PLC a la presidencia, el empresario Noel Vidaurre, después de que este se negara a permitir que la esposa y algunos amigos de Alemán concurrieran a las elecciones a la Asamblea Nacional.
Que la coalición del PLI se haya cuadrado ante un personaje como este parece a todas luces justificado, y sostienen que están ocupados en construir la unidad desde abajo. "Hacemos una distinción entre la dirección de los partidos y las bases de estos partidos", racionaliza Suyen Barahona, a pesar de que se muestra típicamente evasiva a la postre: "Nuestras bases tienen buenas relaciones con el PLC. Esa es la verdadera unidad. ¿Que si esta tiene que darse entre Arnoldo Alemán y la coalición? Probablemente, no".
Aunque no hay nada seguro en la espinosa cultura política de Nicaragua, lo más probable es que la coalición entre el PLI y el MRS sea la rival principal del FSLN de Ortega. La tercera y última parte de esta serie tratará de sus estrategias, debilidades y posibilidades de éxito.
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La oposición en Nicaragua y el mito de la unidad (IHU/Adital) - Instituto Humanitas Unisinos - IHU