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02 Outubro 2019

Masacre de Tlatelolco. México, †1968

Eran las cinco y media de la tarde. En La Plaza de las Tres Culturas se encontraban aproximadamente diez mil personas, en su mayoría estudiantes. También grupos de trabajadores, como los del ferrocarril, amas de casa, incluso vecinos del conjunto habitacional que rodeaba la plaza. Del otro lado un gigantesco operativo policiaco-militar. El mitin ya estaba casi terminando. Los oradores del CNH se encontraban en el tercer piso del edificio Chihuahua. Desde allí, un estudiante anunciaba que se suspendía la manifestación prevista al casco de Santo Tomás cuando sobre el cielo cayeron unas bengalas. Era la señal.

No se habían apagado las bengalas, que Tlatelolco se convirtió en la masacre del movimiento. Francotiradores, identificados con un pañuelo o guante blanco, desde las azoteas y departamentos de los edificios comenzaron a disparar sobre la multitud, induciendo la respuesta del ejército. El ejército cerró las salidas de Tlatelolco y respondió disparando sobre la manifestación. Todo organizado por el gobierno de Díaz Ordaz.

Disparaban los soldados y la policía, desde los helicópteros y los tanques. El Chihuahua se prendió fuego. Los manifestantes corrían de un lado a otro. Los vidrios de las tiendas y departamentos estallaban. Los estudiantes se caían al piso, algunos se levantaban y volvían a correr, otros ya no. La gente corría, otros gritaban “¡no corran!” y soltaban las pancartas. La sangre de las víctimas se iba en la suela de los zapatos. Un muchacho sin una oreja. Otro sin la mitad de su cara. Utilizaron balas expansivas. Estudiantes, con las manos levantadas, escucharon el tableteo de las ametralladoras montadas en los jeeps antes de caer fusilados. Según el informe forense la gran mayoría murió por heridas de bayoneta. En el cráneo, por la espalda, de la axila saliendo por la cadera.

Algunos lograron refugiarse, la mayoría en los departamentos del conjunto habitacional. Algún vecino se animó a abrir la puerta. Sesenta y cinco manifestantes en un departamento, tirados boca abajo. Lo primero: comerse la credencial de estudiante. Otros vecinos no abrieron la puerta, ni respondieron al pedido desesperado que les llegó a través de un papel por debajo de la puerta. El estudiante que quedó en el pasillo, escuchó a los soldados subir por las escaleras. Detrás de un edificio cuatrocientos jóvenes en cuclillas, apuntados por los fusiles del ejército. Los estudiantes bajan temblando por las escaleras de los edificios, con las manos en la nuca. No dejaron entrar a la Cruz Roja hasta bien tarde, cuando ya la lluvia había hinchado los cadáveres. Al otro día, en las instituciones, en los canales de la televisión, en las radios, en las avenidas céntricas, una insultante normalidad, como si nada.

 

Texto de la izquierda diario, elaborado a partir de los testimonios orales de los participantes y de las diversas fuentes que recopiló Elena Poniatowska quien posteriormente publicó en Argentina, el libro La noche de Tlatelolco.