20 Junho 2016
“Estamos en un momento de triple agotamiento: de una era histórica, de un modelo de desarrollo y de la izquierda brasileña” analiza Vladimir Safatle.
La Nueva República, inaugurada en el Brasil post dictadura, que se torno un régimen de acomodamiento e integración de los sectores que habían apoyado el régimen militar, se agotó. En lugar de la izquierda romper con ese modelo, adoptó como modo de gobierno la alianza con los núcleos empresariales, transformándose en un gran modelo de gestión de la corrupción institucionalizada, lo que la llevó a su propio agotamiento. “Por lo tanto, ese era el momento de la izquierda brasilera para dar un paso atrás y decir: no es posible hacer de esta forma, no es posible justificar nada de esta manera y no es posible venir con esa historia de que la corrupción es un dato inherente al sistema capitalista. Eso es una falta de respeto, no solo a la población, sino a la propia historia de la izquierda”, crítica Vladimir Safatle en una entrevista concedida personalmente a IHU On-Line.
De los agotamientos de diversos modelos, inclusive el de la representatividad tal como está dado, surgió una nación de zombies que tienen en la melancolía su modo de vida. “El poder actúa internalizando una experiencia melancólica, el poder nos pone melancólicos y esa es su función, hacer que nos encontremos en todo momento con la creencia de la impotencia de nuestra fuerza”, analiza. “Lo que sucede en Brasil es sólo una explicitación de un proceso cultural, es así que él se perpetúa. La primera cuestión para recuperar nuestra imaginación política es hacernos la crítica a los afectos melancólicos”, complementa.
“El problema es que se redujo el discurso intelectual en Brasil a una lógica de conjuro, entonces no tiene más sentido esperar que se tenga una formación efectiva para preparar a las personas a alguna forma de debate”, pondera Safatle. “Hay una serie de responsables, no es solamente el pensamiento conservador. También en el interior de la izquierda hay una incapacidad de los intelectuales de colocarse como una fuerza crítica, como si la idea de crítica ya fuera un crimen de lesa majestad, ya fuera un tipo de imposición de clase”, resalta.
Vladimir Safatle es graduado en Filosofía por la Universidade de São Paulo - USP y en Comunicación Social por la Escola Superior de Propaganda e Marketing. Realizó un máster en Filosofia por la USP y doctorado en Lieux et transformations de la philosophie, por la Université de Paris VIII. Actualmente es profesor libre docente del Departamento de Filosofía de la USP. Fue profesor visitante de las Universidades de Paris VII, Paris VIII, Toulouse, Louvain e Stellenboch (África do Sul), además de responsable de un seminario en el Collège International de Philosophie (Paris). Es uno de los coordinadores de la International Society of Psychoanalysis and Philosophy, del Laboratório de Pesquisa em Teoria Social, Filosofia e Psicanálise (Latesfip) y presidente de la Comissão de Cooperação Internacional (CCint) da FFLCH-USP desde 2012. Es autor de diversos libros, entre los cuales destacamos: A paixão do negativo: Lacan e a dialética (São Paulo: Unesp, 2006), Lacan (São Paulo: Publifolha, 2007), A esquerda que não teme dizer o seu nome (São Paulo: Três Estrelas, 2012) e O circuito dos afetos. Corpos políticos, desamparo e o fim do indivíduo (São Paulo: Cosac Naify, 2015).
La entrevista es de Ricardo Machado | Traducción de Mariana Szájbély.
Lea aquí parte de la entrevista.
IHU On-Line – ¿Cómo usted analiza la actual coyuntura?
Vladimir Safatle – Estamos en un momento de triple agotamiento: de una era histórica, de un modelo de desarrollo y de la izquierda brasileña. La era histórica es la Nueva República, que acabó en 2013, un momento histórico basado en una cierta idea de conciliación y redemocratización, pero una redemocratización que duró 30 años y nunca se realizó por completo, porque nunca existió para realizarse por completo.
Agotamiento de la Nueva República
La Nueva República nació de la unión entre el PMDB y el PFL para la elección de Tancredo Neves y esa unión selló toda la historia del Brasil hasta hoy. Así fue establecido un régimen de gobernabilidad basado en la integración de sectores que habían apoyado la dictadura militar. La integración no significaba sólo llamarlos para estar dentro del gobierno, significaba adoptar su modo de gobierno, sus modos de alianza, sus modelos de relación con los núcleos empresariales y todo lo que hará qué la Nueva República se transforme en un gran modelo de gestión de una corrupción institucionalizada, qué pasará por todos los partidos.
Eso es una de las cosas más fantásticas de los problemas de corrupción en Brasil, ellos tocan a todo el mundo, percibimos esto muy claramente porque es un modo de gobierno, no una práctica específica. Con ese régimen de gobernabilidad, fue instalado en la Nueva República un sistema de trabas, esas trabas significaban que no había cómo hacer grandes reformas dentro de una coalición dónde parte de ella es exactamente quién se beneficia del atraso. Una de las cuestiones es pensar porque tuvimos durante 13 años un gobierno de izquierda y las pautas tradicionales del reformismo socialdemócrata ni siquiera fueron discutidas. Un ejemplo tácito es la no discusión de la reducción de la jornada de trabajo, una pauta tradicional del sindicalismo, pues vivimos en un país con una jornada de trabajo de 44 horas semanales, mientras que buena parte del mundo civilizado tiene 40 horas y en algunos países tienen menos de 35 horas.
Sistema de pacificación nacional
En la Constitución el único impuesto que es constitucional es el impuesto sobre grandes fortunas. La Constitución fue promulgada en 1988, y hasta hoy no hubo una ley para poder aplicar un impuesto constitucional. Son aberraciones increíbles, pero eso es justificable dentro del modelo de la Nueva República. Por otro lado, ese modelo de trabas fue un sistema de pacificación nacional por qué significa que todos los que fueran a entrar en el gobierno precisarían gestionar el atraso y fue así con Fernando Henrique, con Lula y con Dilma, pero a cambio quién gana la elección gobierna. Eso funcionó hasta el momento en que, en 2013, fue muy claro el alejamiento de la casta política brasileña y las expectativas de la población.
No recuerdo ningún otro momento de la historia brasileña en que hubiera una situación tan dramática como la ocasión en que una masa de personas en Brasilia corría en dirección al Congreso y todo lo que la policía pudo hacer fue empujar a la masa para un lado, para que los manifestantes prendieran fuego al palacio Itamaraty. Esta es una de las escenas más impresionantes de la historia brasilera.
El vacío post 2013
Esa escena mostraba muy claramente a qué punto habíamos llegado. Y, mientras tanto, nada ocurre después del 2013, no hay ningún actor político capaz de oír las demandas, tanto de la izquierda como de la derecha. Entonces, yo diría que desde 2013 este país vive en suspensión, es un país suspendido en el aire a la “espera de”, incapaz de incorporar demandas de justicia social - en el sentido más amplio del término - o sea, yo quiero salud y educación “padrón Fifa”.
Agotamiento del Lulismo
En este punto viene el segundo agotamiento, el agotamiento del modelo de desarrollo brasileño conocido como Lulismo. El Lulismo, por un lado, fue un ápice de la Nueva República, es lo que el consiguió hacer de mejor en el sentido de aprovechar ese sistema de trabas y de coalición y pasar a un programa mínimo de asistencia social que colocó 36 millones de personas en ascenso. Esto es, sacó 36 millones de personas de la miseria y de la pobreza y colocó en ascenso una clase media pobre, pero que tenía poder de compra.
También fue consolidado el aumento real del salario mínimo, reorganizado el capitalismo del Estado brasileño a través del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social - BNDES, y hubo la perpetuación del modelo de coalición heredado de la política de la Nueva República. La izquierda consiguió hacer esa perpetuación porque resucitó el único modo de incorporación de las masas al proceso político que Brasil conoce, que es el populismo. Cuando Lula vistió el macaco de Petrobras, puso las manos en el petróleo y repitió la foto de Getulio Vargas, él sabía muy bien lo que estaba haciendo, pues no se repite una de las imágenes más paradigmáticas de la historia brasileña impunemente; de hecho, comprendía que él funcionaba en el modelo varguista. El modelo varguista es aquel modelo en que Vargas decía: “mis problemas no son mis enemigos, mis problemas son mis aliados”.
Este tipo de sistema de incorporación funciona así: se incorpora la masa excluida del proceso político, pero el precio de eso es colocar las demandas populares al mismo nivel de las demandas de las oligarquías insatisfechas y que iban, entonces, a entrar juntamente en una coalición contradictoria. Una coalición que, por contradictoria, duraba solo un tiempo y explotaba porque llegaba un momento en que tenía que gestionar insatisfacciones en todos los lados. Solo que Vargas murió, entonces él no llegó a ver eso, pero Lula no, el vio el proceso degradándose.
Sin alternativas
Como no había una segunda alternativa, un segundo ciclo de políticas, no había nada desde 2010, toda la creatividad política que fue puesta en el gobierno se paralizó, no tuvo ningún programa nuevo, a no ser programas muy puntuales, como el Más Médicos y otros de ese tipo. Mientras tanto, precisábamos de un verdadero segundo ciclo de política de combate a la desigualdad social, que nunca fue puesto ni siquiera en pauta. Entonces, ¿qué pasó? Llegó 2013 y las personas percibieron que Brasil estaba paralizado, que habían subido su renta, pero también habían producido nuevas necesidades y esas nuevas necesidades estaban corroyendo su renta. Entonces, el sujeto salió de la escuela pública y fue a colocar sus hijos en la escuela privada y vio que estaba perdiendo parte de su salario en una escuela privada de pésima calidad; salió del Sistema SUS y fue a comprar un plan de salud y vio lo mismo; salió del ómnibus y compró un auto en cuotas y también vio lo mismo. Si juntamos esos tres gastos ya se corroe un tercio del salario de esa nombrada nueva clase media. Así, se juntaron dos cosas: el fin de la Nueva República y el agotamiento de un modelo de desarrollo económico.
Agotamiento de la izquierda brasileña
Hubo todavía un tercer elemento, y este sí que fue explosivo: el agotamiento de la izquierda brasileña, que era una corriente política, que desde 1945 siempre tuvo fuerza, también durante la dictadura militar. En la dictadura la izquierda perdió, pero no fue vencida porque consiguió consolidar una resistencia considerable en varios sectores, formando una porción alta de opinión pública, lo que no deja de ser impresionante. Entonces, ¿qué pasa? esa izquierda tendrá un cortocircuito porque llega un momento en que este modelo de gobernabilidad comenzó a cobrar su precio, y su precio era la corrupción, entre otras cosas.
Por lo tanto, ese era el momento para la izquierda dar un paso atrás y decir: no es posible hacer de esta forma, no es posible justificar nada de esta manera y no es posible venir con esa historia de que la corrupción es un dato inherente al sistema capitalista. Eso es una falta de respeto, no solo a la población, sino a la propia historia de la izquierda. De cierta manera, van quitando legitimidad de enunciación a medida que se flexibilizan los juicios éticos y morales a partir de los intereses inmediatos, sometiendo los juicios a un cálculo político.
Todavía, con el Partido de los Trabajadores - PT, hay una diferencia esencial: el partido pasó 40 años “ rompiendo” al país entero, diciendo que era un absurdo la corrupción, que de hecho era una inmoralidad, y ahí, de repente pasa a ser la misma cosa. Es claro que la bomba va a explotar en el cuello del PT y las personas van a decir “a usted, no lo quiero nunca más”.
El país de los zombies
Los tres procesos se enganchan y al engancharse llegamos a la situación actual, muy cercana a aquello que Freud comenta en A Interpretação dos Sonhos (Porto Alegre:L&PM Editores, 2012), que al despertar siente una profunda tristeza al recordar la escena de la cena en su sueño, en que su padre está sentado enfrente. Freud piensa lo obvio, “mi padre estaba muerto y yo no lo sabía”. Esa es la mejor descripción de nuestra situación, tenemos un país de zombies, qué no logran mentir más. Estamos en un proceso de desconstrucción continua de todo, dónde queda muy claro que hay una oligarquía financiera que tomó por asalto el poder iba a imponer un modelo de gestión, qué es el modelo de tierra arrasada, el que nunca pasaría por ninguna elección. Por eso, ellos tratan de imponer eso a la fuerza, porque no hay otra manera.
Estamos en una situación tal, que no se logra más incorporar ninguna fuerza de oposición porque se tiene un modelo de funcionamiento de la izquierda que necesitaría haber sido abandonado y no fue, y, casi como un acto reflejo, se intenta volver a colocar ese modelo, pero él no funciona más. Entonces, tenemos esta situación, qué es la peor situación posible. Esto me recuerda un poco a la situación mexicana, qué es un país que quedó parado durante 50 años debido a una contradicción qué, inclusive, estaba descripta muy claramente en el nombre del partido que gobernó el país en ese periodo, el Partido Revolucionario Institucional - PRI.
• La entrevista completa, en portugués, puede ser leída a continuación
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Brasil en la era de los agotamientos de la imaginación política. Entrevista con Vladimir Safatle (IHU/Adital) - Instituto Humanitas Unisinos - IHU