04 Junho 2020
José María Gran Cierera e Domingo Batz. Guatemala, †1980
José María Gran Cirera, nascido em Canet de Mar, Barcelona, 27 de abril de 1945. Ele fez sua profissão religiosa no dia 8 de setembro de 1966. Foi ordenado sacerdote em Valladolid em 09 de junho de 1972; três anos depois, foi trabalhar como missionário na Diocese de Quiché, Guatemala.
Assassinado juntamente com Domingo Barrio Batz em 04 de junho de 1980, perto da aldeia Xe Ixoq Vitz em Chajul.
Seus cinco anos de serviço missionário no Quiché foram nas paróquias de Santa Cruz e San Gaspar Chajul Zacualpa. Sempre alegre e disposto a vivenciar com o povo o Deus vivo e presente na comunidade. Sendo um homem sensível e de coração inquieto, logo se identificou com o povo simples destas comunidades.
O trabalho pastoral o obrigava a fazer longas viagens missionárias para estar presente em cada uma das comunidades da paróquia. Ele descobria a presença de Deus em pessoas que sofria as muitas carências. Ficava cada vez mais claro o sentido da missão e seu compromisso evangélico com os pobres e perseguidos.
Ele era muito consciente da instabilidade política que estava por vir sobre o povo desassistido pelas políticas de desenvolvimento oficiais. Naquela época, ele escreveu: "Há mais soldados do que antes em Chajul, e por causa de certos rumores que correm entre as pessoas, nós preferimos não deixar a cidade por vários dias, pois, com tantos soldados nas ruas, as pessoas não estão tranquilas e a presença do padre, mesmo que pouco possa fazer, sempre dá um pouco de tranquilidade”.
Seu serviço pastoral foi feito especialmente nas comunidades mais remotas. Um fato ecoou fortemente em Quiché: o incêndio na Embaixada de Espanha, onde 39 pessoas foram mortas, a maioria eram camponeses, e alguns eram catequistas. Este fato chocou a população. E o então bispo, Dom Juan Gerardi, sacerdotes e religiosos corajosamente denunciou em um comunicado: "a situação de violência extrema, agravada pela ocupação militar do Norte...”.
Logo após o ocorrido, o comandante militar disse a população que o Pe. José María e os outros padres e freiras eram responsáveis pelo que eles estavam passando no norte de El Quiché e advertiu ao Pe. José María que ele era um estrangeiro e enfrentaria as consequências.
A partir de então começaram as ameaças diretas contra os sacerdotes e catequistas.
Dias depois o Pe. José María precisou seguir em viagem missionária até Chel, distante do povoado, e lá realizou celebrações e atendeu ao povo como acostumava a fazer. Neste povoado ele foi avisado do perigo que corria, porém, não desistiu de suas atividades pastorais e seguiu sua missão como de costume, atendendo as comunidade e os povos.
Ao retornar, em Visiquichún, aldeia para a qual ele teve que passar no meio do caminho, foi advertido novamente do perigo. E neste lugar Pe. José María disse várias coisas de grande importância: em primeiro lugar; sua decisão de voltar ao Chajul porque no dia seguinte deveria celebrar a solenidade de Corpus Christi; em seguida, ele tentou em vão dissuadir Domingo Barrio Batz que o acompanhou o resto do caminho, porque sua vida corria perigo e ele tinha uma esposa e filhos para cuidar; Domingo se recusou a deixá-lo ir sozinho; novamente advertidos por alguns comerciantes que elementos do exército os aguardados no caminho acima, padre José Maria e Domingo ajoelhou-se em oração. Dessa oração, ambos criaram forças para seguirem em frente. Logo depois os dois caíram mortos. Pe. José María com um tiro pelas costas, que lhe fez explodir o coração e Domingos com um tiro no pescoço que arrancou-lhe a cabeça. O exercito admitiu ser o autor das mortes, alegando um confronto com “guerrilheiros”. Padre José Maria tinha 36 anos.
Na ocasião do martírio o Bispo Juan Gerardi disse: “Não dê ouvidos às vozes que querem manchar este testemunho. Não deem ouvidos a aqueles que dizem que os padres deveriam ser mortos, porque eles são comunistas. Irmãos, não! Parte dessa perseguição religiosa é uma campanha de desprestigio e difamação que vêm sido vítima bispos, sacerdotes, religiosos e religiosas, destinadas a criar um clima de desconfiança do povo católico aos seus legítimos pastores. Para nós é especialmente significativo, dadas as circunstâncias da morte do Padre José María Gran Cirera, MSC, pastor da Chajul, um tiro nas costas, quando regressava a cavalo para levar o consolo da religião para muitos paroquianos em aldeias remotas de sua paróquia, acompanhado apenas de seu sacristão Domingo Batz, que igualmente foi morto".
Texto elaborado por Tonny, da Irmandade dos Mártires da Caminhada.
TESTIMONIOS ESPAÑOLES DE UNA TRAGEDIA
Los familiares de los sacerdotes españoles asesinados en Guatemala se personan como acusadores en la causa. Los demás dicen tener miedo
BERNA G. HARBOUR , Madrid
El cura de la parroquia de Chajul cabalgaba el 4 de junio de 1980 junto a su fiel sacristán cuando ambos fueron emboscados por soldados guatemaltecos. El primero, José María Gran Cirera, misionero, natural de Barcelona y entonces 35 años, iba a lomos de un caballo. El segundo, Domingo Batz, cargaba en su mula con los utensilios de la misa que iban a celebrar en Xeixojbitz, en la región guatemalteca de Chajul. Ambos quedaron allí muertos, en un camino boscoso y solitario, después de recibir siete tiros el primero, dos el segundo y una gruesa lluvia de pasquines guerrilleros para disimular el asalto. Pocas horas después, las noticias oficiales repicaban supuestas batallas entre la guerrilla y el Ejército, que, según los testigos, no se produjeron.
"Al principio él no tenía un compromiso político, pero los acontecimientos le fueron llevando a un fuerte compromiso social con los indígenas represaliados", asegura desde Barcelona Juan Picas, primo y portavoz de la familia. Cuando el Ejército empezó a avasallar a las aldeas de Chajul para reclutar a los jóvenes a la fuerza, cuenta este familiar, él se opuso. Las mujeres organizaron una protesta, fueron reprimidas y el cura Gran Cirera les abrió las puertas de su iglesia para refugiarse. "Aquello fue su sentencia de muerte", asegura Picas.
Esta familia, así como la del sacerdote navarro Faustino Villanueva, miembro también de Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús y asesinado el 10 de julio de 1980, se ha personado como acusación en la querella interpuesta en diciembre por Rigoberta Menchú contra ocho dirigentes guatemaltecos y admitida el lunes por un juez de la Audiencia Nacional.
Pero estos dos no son los únicos españoles que figuran entre las víctimas del supuesto genocidio, terrorismo de Estado y tortura que investiga ya el tribunal español. Otros dos sacerdotes, el asturiano Juan Alonso Fernández, de la misma congregación, y el burgalés Carlos Pérez Alonso, jesuita, murieron también en una oleada de crímenes contra la iglesia que en el vecino Salvador ya se había cobrado, de forma premonitoria, la vida de monseñor Óscar Romero. Además de los cuatro sacerdotes, dos españoles murieron el 31 de enero de 1980 en el asalto a la Embajada en Guatemala: el primer secretario, Jaime Ruiz del Árbol, y María Teresa Devilla.
Las familias de las víctimas españolas que no se han personado en la causa, según fuentes del caso, tienen miedo. "El clima de terror que hubo en su día permanece, hasta el punto de que algunos no se atreven todavía, porque parte de las familias sigue allí y no ven claro el tema de las represalias", aseguran las fuentes. "Si la misma Rigoberta Menchú está amenazada, ¿qué no podrán hacer con otros que tienen menos posibilidades de defenderse?".
Pero en Pamplona y en Barcelona, donde residen los hermanos y otros parientes de Villanueva y Gran, respectivamente, lo cierto es que la esperanza de una cierta justicia ha nacido 20 años después de los crímenes. "Nos enteramos de que le habían matado, fueron preguntando por él. 'Padrecito, padrecito'. Él les recibió y le pegaron dos tiros. Todo porque ayudaba a los pobres", rememora Emilia Villanueva, hoy 65 años, hermana de Faustino.
Se refiere a los dos jóvenes que, el 10 de julio de 1980, un mes después de la muerte de Gran Cirera, llegaron a las ocho y media de la noche a la parroquia de Joyabáj, montando una moto "de gran porte y cilindrada", según la querella de Menchú. La cocinera les guió hasta su despacho y así fue testigo de los dos tiros que acabaron con la vida de este sacerdote que entonces tenía 49 años.
"Él debía estar amenazado, porque la Embajada les había avisado. Nosotros le decíamos que cómo iba a volver allí . Pero él decía que aquella gente no podía estar sin él. Siempre pensaba en volver, era su misión, su vocación", cuenta Juliana Villanueva, la otra hermana de Faustino. Sus padres, ya fallecidos, eran campesinos de Yesa (Navarra). Los de Gran Cirera, vecinos del Ensanche barcelonés, dieron a sus hijos una educación marcadamente católica. Él era empleado de la Compañía de Contadores, y su madre, ama de casa.
Hoy, sus hijos recogen el testigo de una investigación que nunca ocurrió y que, 20 años después, puede ayudar a cerrar la herida que se les abrió al encargar un entierro en Guatemala. "No nos chupamos el dedo, no creo que veamos a los culpables en el banquillo. Pero se trata de un acto de reparación moral", asegura Juan Picas. "Lo importante es que no se vuelva a repetir. Más que el hecho de que vayan a la cárcel, mi corazón desea que no haya más matanzas", dice María Concha Gran Cirera, hermana de José María. El abogado de Comisiones Obreras Antonio García, uno de los que llevan la querella de Rigoberta Menchú, cree que la participación de las familias va a suponer un impulso a la investigación. "Han sufrido durante 20 años estos crímenes, y siguen sufriendo. Pero hoy, por fin, he hablado con ellos y estaban satisfechos", aseguraba ayer.
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4 de junho de 1980 - Instituto Humanitas Unisinos - IHU