22 Abril 2016
"Los «papeles de Panamá» era solo un secreto a voces que le ha estallado a buena parte de una ensimismada opinión pública en sus narices y que como otros tantos oscuros entresijos, tanto en España donde los tenemos a borbotones, en Francia, en el Reino Unido entre otros muchos a lo largo y ancho del continente", escribe Felipe Pozueco, autónomo, en artículo publicado en el sitio Amanece Metrópolis, 19-04-2016.
El artículo puede ser leído abajo.
David Cameron, primer ministro del otrora Imperio Británico, en una reciente reunión de afines del Partido Conservador, reconocía públicamente haber percibido dividendos de una sociedad offshore y haber mentido de manera reiterada durante los días inmediatamente anteriores al respecto, negando la mayor, a pesar de las evidencias aparecidas en su contra en los denominados «papeles de Panamá».
En Islandia, por su parte y por los mismos motivos, una multitud se ha echado a la calle en cuanto ha tenido noticia del caso pidiendo la dimisión de su primer ministro Sigmundur D. Gunnlaugsson y en 48 horas éste ha abandonado el cargo.
Dos casos idénticos y dos repuestas absolutamente distintas. En Islandia ante la presión de buena parte de la población apostada frente al parlamento de Reikiavik su primer ministro ha tenido que tirar por la calle del medio y dimitir mientras que, en el Reino Unido, Cameron a pesar de tamaño estropicio, se ha quedado tan fresco y solo unos pocos millares de los más de diez millones de londinenses han salido a manifestarse al respecto. A lo más, las encuestas, le depauperarán.
De nuestro ex-ministro Soria, ya saben el de las eléctricas, no sabía nada y durante los primeros días después de aparecer su nombre en los «papeles de Panamá», lo ha intentado desmentir todo. Para colmo, el problema de Soria es que a base de tanto desmentirse se ha ido metiendo en un charco del que al final, ante tanta evidencia, se ha visto obligado a dimitir e irse acuciado por sus mentiras y por la vergüenza —si es que algo le queda—, de fundir a impuestos a los españoles mientras él los escaqueaba en diversos paraísos fiscales entre un maremágnum de empresas pantalla.
A pesar de los casos del primer ministro islandés y el del ministro Soria, hoy y muy al contrario de como pudiera ocurrir hace solo unos años en las históricas democracias europeas allende de nuestros Pirineos —no hace mucho un ministro británico se vio obligado a dimitir por descubrirse que había endosado una multa de tráfico a su ex-esposa años atrás—, la respuesta de David Cameron no resulta nada sorprendente entre los diferentes responsables políticos continentales en general y españoles en particular en tales circunstancias.
¿Qué ha llevado a la actual clase política a ello? Salvo en el honroso caso de Islandia: ¿cómo es posible, ante éste y otros semejantes desatinos, una respuesta del pueblo de tan baja intensidad?
El caso de los «papeles de Panamá», probablemente el mayor escándalo político y financiero de lo que llevamos de siglo, ha puesto definitivamente en evidencia no solo una de las fallas más importante del modelo económico actual si no la insolidaridad de un modelo fiscal que lejos del espíritu que alumbró la Unión Europea, hace soportar el grueso de las cargas del mismo sobre las clases medias y populares mientras exonera de éstas a las clases altas y a las grandes empresas. El modelo neoliberal, amparado en la errónea idea de que liberar a los que más tienen de dichas cargas proporcionaría mayor y mejor mano de obra –la deslocalización industrial hacia países en vías de desarrollo de costes muchos más reducidos es la mayor evidencia de ello–, ha tirado por la borda otro modelo de progresividad fiscal que ponía el énfasis en conceptos tan básicos, auténticos pilares del estado del bienestar, como la solidaridad y el bien común.
Por poner un breve ejemplo, en España mientras el tipo nominal del impuesto de sociedades se sitúa en el 30 %, el tipo real efectivo difícilmente supera en la mayoría de los casos el 6 %, consecuencia de la multitud de deducciones posibles permitidas por el sistema. Y no solo y con ello la mayor parte de las empresas del Ibex 35 tienen filiales en paraísos fiscales, a los que también los grandes bancos les posibilitan el acceso a través de originales fórmulas de ingeniería financiera y de sucursales o filiales propias radicadas en los mismos. Y todo legal, faltaría más, aunque al margen de ello y a fuerza de ser realistas nadie que no tenga intención de ocultar nada a la hacienda pública se le ocurre crear una sociedad offshore en un paraíso fiscal.
Los «papeles de Panamá» era solo un secreto a voces que le ha estallado a buena parte de una ensimismada opinión pública en sus narices y que como otros tantos oscuros entresijos, tanto en España donde los tenemos a borbotones, en Francia junto a los despropósitos de François Hollande o el citado David Cameron en el Reino Unido entre otros muchos a lo largo y ancho del continente, ponen de manifiesto la nefasta gestión de los principales líderes políticos tanto al frente de sus respectivos países como en la cosa europea. En especial en cuanto a los enormes desequilibrios sociales originados desde sus respectivos mandatos y su incapacidad para resolver los conflictos de su entorno, llámense las guerras de Libia o Siria, la crisis de los refugiados, los problemas migratorios en general, el conflicto palestino, el terrorismo islamista y una inacabable crisis económica que hace que cada vez tengan más los que más tienen a costa de hacer más pobres al resto de mortales.
Su probada incapacidad para gestionar lo público más allá de los intereses de las grandes corporaciones industriales y su reconocida supeditación a los de los mercados financieros muy por encima de los perjuicios que estos puedan causarles a la mayoría de los ciudadanos, pone en evidencia también la torpeza de estos últimos para enjuiciar en la forma debida las actividades de la clase política. La probada desafección del pueblo hacia sus mandatarios tanto en corrillos de calle como por la propia demoscopia no acaba de fraguarse de una forma clara ni públicamente, ni en los procesos electorales, atribulado y maniatado éste en una cada vez más peligrosa deriva que va coartando derechos y libertades y dando alas a nuevas corrientes del fascismo.
La política de las ideas ha quedado relegada a la política de partido. Ya no es lo importante el devenir del pueblo, importa más el del partido, la consumación del poder al servicio del poder. Y para ello nada mejor que servir a los que financian y posibilitan el mantenimiento del mismo aunque ello sea a costa de los perjuicios de los ciudadanos.
Pero si de algo hay que felicitar este nuevo modo de entender la política, aunque pueda estar socavando los mismísimos cimientos de la democracia, es por su capacidad para mediatizar a la opinión pública a través de una poderosa industria puesta al servicio de ello, su continuo intento por conjugar los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial en un solo poder político y con su hábil manejo del siempre útil recurso del miedo. Su mayor éxito: el de hacer creer a una gran parte de la población que aquel mundo con el que los ciudadanos europeos soñaron una vez, fueran adalides del liberalismo, la democracia cristiana o la socialdemocracia, no solo no es posible si no que sólo con sobrevivir en éste es suficiente. Que no hay nada que hacer y que cuídese aquel que intente poner en tela de juicio el sistema por que será dilapidado por este.
En definitiva que, como dijo la abogada del estado en el juicio de la infanta Cristina, lo de «Hacienda somos todos» era solo un slogan publicitario. Pero, a pesar de eso y de los «papeles de Panamá», no olvide ahora que acaba de abrirse el plazo para la declaración de la renta, llevar su mejor sonrisa cuando acuda a tal merced a la Agencia Tributaria.
No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos.
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El silencio de los justos (IHU/Adital) - Instituto Humanitas Unisinos - IHU